viernes, marzo 24, 2006

La sombra


En el atardecer, en el momento ese que el sol lastima si mirás hacia donde termina la calle. En ese momento que el brillo furioso del sol duele en los ojos, y uno pedalea mirando el piso.
Avanzo en la bici.
Y es un alivio doblar en la esquina, y ver el reflejo amarillo del sol embadurnando todo, haciendo crecer las sombras, alargándolas y haciéndolas cada vez más negras.
Uno pedalea y se mira en la sombra que va pegada a las ruedas de la bicicleta cuando avanza, como si fuera un espejo.
La sombra se pega a la bici justo en el piso, ahí donde las cubiertas tocan la tierra.
De ahí sale la otra bici, la de sombra.
Que también me lleva.
Yo me reconozco por el perfil, también por que suelto una mano o la apoyo sobre la rodilla para pedalear con más fuerza. O suelto las dos y avanzo sin manos, canchereando. Aparte porque muevo la cabeza, y me gusta como el pelo me vuela al agarrarlo el viento.
Y el pelo vuela entre las piedritas que brillan. Y yo miro de reojo la sombra del pelo volando, y no parece mío.
Me paro sobre los pedales, -pedaleo con toda la fuerza que tengo en las piernas- y la sombra igual sigue dibujada al lado mio, lo que pasa más rápido es el ripio de la calle.
Como un reflejo brillante.
Como un telón bañado en oro, que gira furioso.

Dejo de mirar hacia donde va la calle, y me veo pedalear sobre el ripio en la imagen negra, bien marcada de mi sombra. Y las cuadras se me pasan sin verlas, y aveces tengo que frenar por que me puedo comer alguno que cruza callado. Y no lo veo.
Y me deformo, me alargo, o me falta la cabeza cuando la sombra camina por los paredones, por los frentes de las casas, por los camiones estacionados, por las veredas rotas.
Y después sobre la calle, de nuevo aparezco.
Intacto.
Entonces en la bajada saco los pies de los pedales y los pongo sobre el manubrio, -junto a las manos- y apoyo la boca contra las rodillas, y en la sombra parece que la bici va sola. Llevando un tipo sin pies, y sin manos, y sin cabeza, arriba.
Y en los árboles que crecen uno al lado del otro, la sombra va y viene así tac-tac-tac, me agrando contra el árbol y enseguida me alargo en el piso y de nuevo me agrando en la corteza de la planta siguiente, y me mareo un poco. Así que miro hacia delante. Y se me pasa.
Y cuando ya me hago muy largo en el piso, flaquisimo, y a la bici se le deforman hasta las ruedas –quedan ovaladas-, miro hacia donde está el sol.
Y si, ya comienza a perderse tras los techos.
Y las sombras ya no son tan divertidas.
Y la noche sube de la calle como una negrura gigante, y se mezcla con otras sombras hasta hacerse una sola.
Y las luces de alumbrado de las calles se van encendiendo solas, de a poquito, como desganadas. Y al pasar bajo los focos siento que la ropa, los brazos, la cara se me pinta de un fulgor transparente.
Y que pedaleo en el aire.




(2005)

1 comentario:

Unknown dijo...

Nos tratas de engañar que esta poesía es prosa. Pero es tan poético. Casi que es el pedalear de un alma... Me encantó. Gusto de leerte.