martes, septiembre 16, 2008

Los malos






No había pasado mucho más tiempo que el que se siente en la piel de la cara cuando la toca una ráfaga de viento, cuando la acaricia el viento que atropella y abre y cierra la puerta que da a la playa.
Así entraron.

Merecieron solo la mirada perdida del dueño cuando cruzaron el umbral. La mirada de esos ojos que ya no se sorprenden, ni dicen nada. Esos ojos de pez.
De pez tirado en la arena.
Y los dos hombres avanzan y acarrean sus huesos y su escasa carne en cada paso. Caminan sobre las tablas desparejas, titubean al adelantar cada pie y un olor extraño se desprende de los harapos que visten.
Se sientan sin mediar rodeos en los bancos altos de la barra.
Se sientan en silencio, con el mismo silencio que entraron al boliche, luego acomodan sus brazos -solo ropa y esqueleto- sobre la superficie de madera del mostrador.
El Flaco solícito se apura en limpiar la madera, con un trapo que se va humedeciendo a medida que carga lo restos de bebida de los vasos al apoyarse.

El de la nariz afilada junta la poca piel de sus manos y entrelaza dedos trasparentes que terminan en uñas largas y sucias, y apura un parpadeo, molesto.
Después queda tan inmóvil como un muerto.
El del ojo desviado y cejas espesas gira la cabeza en forma circular, explora el lugar con mirada brillante y desenfocada.

- Usted atiende este antro, o solo limpia la baba de los ebrios que se duermen en la barra? –dice al dueño, los separa solo la distancia del mostrador.

-Que desean tomar? –pregunta el Flaco, y todos los gestos de su rostro chorreante, insomne, se clavan en los forasteros.

Desde las sombras, como un aparecido, El Uruguayo hace sonar una cuerda de la guitarra que duerme entre sus manos, y el aire del bar se ilumina y vibra.
La oscuridad se esconden un poco y la luz del farol gana en fuerza con el sonido, en brillo.
El recién llegado que habló se encabrita en el asiento al romperse el silencio y deja ver la culata de un arma bajo el abrigo.
El sonido de la cuerda perdura, y el hombre que busca mirando, entre el sonido encuentra al guitarrero sentado cerca de la estufa. Abre desmesuradamente sus ojos desalineados para verlo, de no ser por la guitarra El Uruguayo es una sombra más en un rincón.

-¡Comer, queremos algo de comer! –contesta y añade preguntando a quien lo acompaña-: -¿Harry, tu quieres comer también?
La cabeza del hombre que aún no habló fue cayendo hacia delante hasta apoyarse en el mostrador entre sus brazos que las manos anudan.

-Él es Harry Dean Stanton, mi socio. –dice el hambriento, y le acomoda la cabeza en posición erguida tirando desde la solapa del saco hacia atrás, hasta que el forastero de nariz afilada sin despertarse abre los ojos. –¡Y quiere comer!, comer y beber, como yo.

El Uruguayo acomoda un tono de milonga en sus dedos, los aprieta contra el traste de la viola y comienza un punteo. Una música lenta aparece, aparece y se repite, y suena llenando el espacio de la casucha tirada en la playa, que el Flaco le escribió BAR sobre la puerta.
Y en cada acorde las cuerdas van vistiendo, rellenando, ese tiempo aburrido, insoportable que encierran las paredes, ese espacio separado por las noches que la estufa calienta y el viento del mar insiste en taparlo con su frío.

-¿Que tienes de comer?, caracolgando!

-Tengo un poco de queso.., galletas y puedo fritar pejerrey –el Flaco habla y busca algún movimiento en las manos del forastero del ojo ido.

-Trae de todo…y whisky!

-No, whisky no tengo.., tengo caña.., caña o ginebra.

-¿En este antro de ebrios no tienes un poco de whisky?, que clase de antro tienes caracolgando? –abre exageradamente la boca, cierra los ojos y niega con la cabeza.

-¿Puedes creerlo Harry?, en este antro infame no hay whisky?, deberíamos quemarlo!

El guitarrero al escuchar la amenaza puntea con más fuerza y cambia el tono, el hombre que entró en silencio y no habla duerme sentado.

-Trae… ginebra y algo de comer, lo que sea, pero rápido!-gira luego todo su cuerpo en el asiento y mira hacia las sombras donde solo se mueven los dedos sobre la guitarra.

-Rápido!, estamos hambrientos!-grita casi y mira a su socio que duerme, y parece un muerto.

-Este es Harry!, y es mi amigo, y así como lo ven ya tuvo dos esposas.., las dos están muertas!, él las mató…!-dice y golpea con su mano abierta la espalda del dormido que vuelve a inclinar la cabeza hasta apoyar la frente en el mostrador con un leve golpe.

-Deja la botella caracolgando…, déjala!, o crees que no tenemos dinero!

El dueño del bar había apoyado dos vasos en la barra y se decidía a servir con una botella de vidrio oscuro, color caramelo.
Al escucharlo dejo la botella de ginebra junto a los vasos y se perdió tras la cortina de la puerta que da a la cocina.

-Bebe Harry!, bebe!.., -con su mala mirada llena los vasos hasta que la bebida desborda y se derrama sobre la madera-Nadie como tu se merece un trago…, después de cruzar este infierno!

-Y tú toca algo más alegre o te las verás con mi mal humor…!-le dice a la sombra que puntea sobre cuerdas con tonos de milongas.
Y empina el vaso.

El Flaco y su rostro derramado, -ese montón de gestos que le caen de la cara- aparecen al moverse nuevamente la cortina con queso y galletas en un plato, en la otra mano trae una jarra de cerveza.
Sin que lo vean acomoda el hacha, con el cabo junto a sus piernas, tras la barra.

-Ah!, no eres tan inútil…camarero, cerveza tienes en esta pocilga además de ratas.-desde la cocina avanzó mezclado con el tufo de los hombres el olor del pescado al fritarse.
El norteamericano bebió la cerveza empinando la jarra.

-Harry,¿ no bebes?..., demuéstrale a estos latinos como bebe un hombre de Kentucky!

-El es de Kentucky…, y es mi amigo y feroz compañero!, yo soy de Arizona…United State of America!, comprenden?

Debajo del forastero que parece un muerto colgado de la barra crece lento y silencioso un charco de líquido humeante, que cae desde su pantalón y le moja las botas sucias por la arena, antes de llegar al piso.

*****

De los labios del Uruguayo brota su voz grave, su voz acompasada y varonil que habla de una mujer, y respeta una dulce melodía que marca la guitarra. Habla de una mujer brasilera que conoció. El guitarrero habla al cantar, habla y sufre.

Stefanie, yo ayer estaba solo y hoy también,
pero en mi casa ha quedado el perfume de tu piel.
Te veo salir, correr por el pasillo del hotel,
la vida es cruel, Stefanie…


-¡Eh! ¡caracolgando!-gritó el que dijo era de Arizona- , quien le dijo a este que puede cantar?-grita nuevamente, mientras mastica.

El cantor entona la canción, esa dulce canción que habla de una mujer brasilera, la entona y sueña y sigue hasta terminarla. Luego sonríe, pensando en ella. El ahora es como cualquier otro poeta, se enamora de sus mujeres, se enamora quizá demasiado.
El Flaco trae un plato con pejerrey frito, oloroso, y la gaviota que duerme sobre el tonel abre los ojos y estira el cuello. Luego sigue durmiendo o cierra solo los ojos como el guitarrero, para soñar mejor.

-Buscamos a un marino…, venimos tras él hace largo tiempo y lo encontraremos a ese matón ¿no Harry?, nadie se escapa de nosotros!-come y bebe usando ambas manos.

-Un marino Maltés, que ahora huye como una prostituta, ya daremos con él…, de Harry y Jack nadie puede escapar, nadie!

Harry ya no emite algún sonido. El Flaco le pone el máximo de expresión que puede a sus ojos, pero sigue mirando como un pez. El Uruguayo prende un faso y acaricia la viola y observa al bravucón que habla.

-Tráenos más bebida…!, que esperas, que te ruegue caracolgando!-y ríe estúpidamente, ríe.

-No hay más señores…-dice el dueño del Bar, y niega con la cabeza.

El rostro se le mueve y su cabellera blanca flota en las sombras que se dibujan en el techo.

-Como has dicho? Que no tiene más para beber en este antro?-dice acercando su rostro de ojos desviados a la cara derramada del Flaco por sobre el mostrador.

-Eso fue lo que dije!

Y el dueño toma el hacha que tiene junto a sus piernas, la toma con las dos manos y la apoya sobre el mostrador.

-Bueno, hombre…, no es para que lo tomes así.-habla especulando Jack, el de Arizona y ve como el Uruguayo ahora tiene entre sus manos una escopeta dieciséis de dos caños.
El Flaco en un rápido movimiento lo toma de las solapas y lo desarma. Lleva un antiguo Colt descargado.

-Vamos amigo cantinero!, solo buscamos a un hombre…, no tengo nada contigo!-dice y sonríe- Soy Jack, Jack Elam…, de Arizona!

-Te pagaré…, te pagaré lo que comimos y la bebida…! Vamos buenhombre, te lo creíste?-y amplió aun más la sonrisa que ahora rodeaba casi toda la circunferencia de su cabeza.

-¡No somos más que dos pobres actores en bancarrota…perdidos en estas interminables playas!, fue solo una interpretación…

Harry levanta la cabeza y revive al abrir los ojos. Entones por primera vez habla.

-¡Oh Jack, fue muy bueno tu monologo bocón…, juro que pensé que el patrón te partía en dos con el hacha, lo juro!

Trata de formar una sonrisa en su rostro pero solo llega a una mueca.

-Somos actores señor, y también bebemos…si, por eso sabemos que el mundo está tres tragos más atrás de lo que debería…, de no ser así…, si todos bebiéramos tres tragos más,… no tendríamos problemas…

-No le hagan caso a Jack, el siempre fue solo el malo de las películas…, el malo de las peores películas que he visto…!

Ahora sí una sonrisa se le dibuja en la cara.

(2008)

martes, septiembre 02, 2008

De vacaciones con Jane Birkin




Si, si me decís el nombre así de golpe, me partís la cabeza y la veo. La veo en la escena de una película y te juro que la imagino y la siento jadeando, cantando ese tema que solo se entendía algo cuando dice je t’aime.
Ahí la conocí, en esa película, después de los títulos cuando aparece en minifaldas, mostrando sus patas espectaculares y se agarra de una reja. Naranja la mini, para más detalles.
Veo la escena, y por mi vieja, la llevo grabada en el hueso.

Yo tendría dieciocho años o veinte, eran los setenta y por las venas me corría testosterona pura, espesa y afiebrada. Con ella me imaginé que mi vida iba a ser como la del Corto Maltés, no me lo imaginaba, estaba seguro. Solo aventuras y putas.
El nombre de la película la verdad, ni idea, si que hacia de atorranta y le salía bárbaro.
Lo que tengo más vivo es el rostro de ella, la mirabas y no podías creer que existiera.
En una secuencia el flaco le mete dos sopapos, ida y vuelta, palma y dorso a mano abierta y ella no llora, con los bifes se pone más mimosa y se desnuda. Y lo besa con el labio sangrando.

Pendeja divina, de carita angelical y la diosa del desparpajo, desfachatada diríamos en el barrio.
En otra parte de esa película está solo vestida con una musculosa blanca, cortita, tipo pupera, y para abajo no tiene nada puesto, esta desnuda y sentada sobre una cama con las gambas cruzadas como haciendo yoga, mortal.
Juega al dominó con Trintignant, sí, con Jean Louis.
El hace de un tipo medio boludo, o boludo completo que le agarra un ataque de culearse a todas las que laburan en la peli o algo así, esas historias francesas raras.
La otra mina que se cepilla el quía es Romy Schneider, diosa también, pero otro estilo, más seria y un poquito más jovata, creo que hacia de la esposa del francés, creo.

Tengo otra imagen plantada en la memoria que es el rostro de ella en primer plano, cubriendo toda la pantalla con esos ojos de pícara chupando una ficha de dominó, metiéndose entre esos labios una fichita que la hace dar vuelta dentro de la boca con un dedo, y te perfora con la sonrisa. Que tiene un toque de tristeza, pero mucho de puta.
Después él que le pregunta por la ficha, la interroga con un gesto acerca de donde está la pieza de dominó que falta, y ella se acuesta en la cama y la cámara la recorre, lentamente la recorre y muestra la cadera y las gamba para que no queden dudas que está en bolas, bien en bolas.
Que gambas tenia la diosa.
La escena sigue con un salto a un primer plano y la turra que se mira entre las piernas y hace un gesto de “no sé” estirando el cuello y negando imperceptiblemente con la cabeza mientras entrecierra los ojos. Después sonríe y le aparecen todos los dientes.
Trintignant le mira el sexo, adivina, y también sonríe.

Levanto la cabeza y me llevo las dos manos a la nuca, y estiro los brazos hacia atrás, cruje la silla y cruje mi espalda, mientras disfruto del recuerdo de esa escena.
Que buena que estaba la inglecita, por que es inglesa no francesa, igual que Jacqueline Bisset, y que pendejos nosotros.

Un señor que ocupa la mesa vecina responde al sonido de una musiquita insoportable abriendo su teléfono móvil e invadiéndome con su charla, da detalles de donde se encuentra y que come a alguien que lo monitorea por el aparatejo.
La joven que lo acompaña le saca fotos con una cámara digital mientras él habla, grita, que el paisaje es hermoso y que sacaron miles de fotos, que ya vas a ver, tenemos todo documentado, sí, es caro pero vale la pena!.
El flash de la camarita me pega en los ojos, quieren llevarse todo dentro del aparato, la mina escracha la picada de queso y la panera adornada con flores que tiene en la mesa.
No miran, sacan fotos.
Le hago una señal de que baje el volumen, cortos movimientos de mano abierta con la palma hacia abajo, y un gesto en la cara de lo que a él le ocurra me importa un carajo, y el tipo se fastidia y gira la cabeza para seguir su dialogo ahora refiriéndose a mi, cuchichiando con cara de odio.
Hoy termino a las piñas, pienso en medio de mi silencio usurpado. Un mozo se acerca solícito y engominado, y me calmo.

Ahora si, mis ojos tienen un registro objetivo de todo el restaurante, de todas las mesas. Un registro puro y simple de la gente que está en ellas, sin selección subjetiva.
Sin ver a nadie.
Salvo el forro del celular, que no deja de mirarme pero no le doy pelota y me busca con los ojos. Me mide, se saca su campera Columbia y se acomoda una bincha también de marca. Tiene calzados modernos borceguíes que le incomodan para moverse en el piso desparejo del bolichón.
Este es de los que destapó champán cuando el Cleto dijo: - Mi voto es…, no positivo..! Pienso.

No pasa un segundo y el tipo se levanta de su silla y sin dejar de mirarme camina hacia donde estoy sentado, y en la espalda, en los músculos que me rodean la escápula aumenta el tono de las miofibrillas y comienza desde ahí a nacer un sopapo, que rápidamente llega al hombro y avanza por el brazo y se cierra en el puño. Y queda así, cuando el personaje pasa desafiante hacia el baño sin mirarme.
Entonces me aflojo y leo la carta del menú. Levanto los ojos sin mirar y veo el salón.
Tengo una imagen estática, una mirada que evita el encuadre de algo en particular, y todo se mueve.
Hasta que mis ojos en el paneo la captan, y ella aparece en ese instante donde las neuronas titubean, buscan lograr la identificación, y el subconsciente manipula el momento.
Y el encuadre que logra el relojeo se congela, se impregnan receptores con algún neurotransmisor, noradrenalina activada por Cabernet Souvignón seguro, y en ese fragmento de tiempo obtengo la imagen.
Y ya es lo único que enfoco.

Cuanto hace que no la veo, que lo parió. Cuento con los dedos. Treinta y dos años.
Treinta y dos años y en un segundo de registro subjetivo la identifico y las manos en la nuca se me cierran sobre el pelo y tiro hasta que el dolor me dice que es cierto.
Y es cierto, y como observa a quien está frente a ella, como deja fija la cámara de sus ojos me asegura que es ella.
Y ya no se de que hablo, la tengo encuadrada en primer plano y es una de las películas que más prolijamente llevo editada.
Era igualita a Jane Birkin. Pero nunca me dio bola. Turra.

- Ya ordenaste algo? Digo.

Igual que Jane Birkin nunca tuvo tetas, ni tiene. Me consuelo.


(2008)