jueves, abril 06, 2006

El murmullo del silencio (Junio del '73)




El murmullo del silencio
(Junio del ’73)


Viento. Viento y frío, rachas heladas que te hacen dar vuelta, no podes ofrecerle la cara.
Yo estaba así, como me rajé del colegio.
Con los pantalones grises y el bleizer azul, el bleizer con la solapa levantada, y la corbata en el bolsillo del saco, colgando, y la carpeta bajo el brazo.
La carpeta forrada con los papelitos de chistes que traían los chicles Bazooca, y arriba cubierta por un naylon transparente.
Y sí, ahí estaba, cagandome de frío parado en el anden del ferrocarril, al lado del Flaco y de Carita.
Nosotros éramos la JP.
La gloriosa JP, y de a poco nos enterábamos de los detalles del "hecho maldito".
Después se nos agregó el Cabezón, que se arrimó en silencio pero exageradamente, casi dándome un pechazo - como hace siempre el Cabeza -, siempre que busca contar algún secreto y darle realmente solemnidad a lo que dice.
Vino con un misterio en la mirada y en los labios, y el gesto preparado para decir algo.
Se me pegó a la cara, después giró hasta estacionar su boca a cinco centímetros de mi oreja.
Tenia olor a meo en el pelo, así que me aleje un poco, discreta pero efectivamente me aleje, la distancia suficiente como para que el no insistiera con la aproximación, y yo evitar fumarme su aroma.
Siempre tenía ese olor en la cabeza, mi teoría es que después de mear se moja la mano que usa para sacudir, y no se seca con una toalla, se pasa la mano por el pelo.
El Cabeza me informó entre olores que el se iba en el tren, que viajaba al acto de la llegada del General.
Tenía un bolsito en la mano.
Me llevo el grabador...!
Me dijo, fanfarroneando. Y le pegó un par de golpecitos con la otra mano al bolso.
En la pared blanca de la confitería del ferrocarril entre los dos andenes alguien había escrito con un ladrillo "Luche y Vuelve".
El Flaco sufriendo el viento, me mira con cara de por que no nos vamos, y hace sonar la nariz cada vez que respira profundo, suspirando, y después se limpia con la mano las velas de moco que le caen sobre el labio superior.
En la calle sigue junio, y junio es ese olor que el viento mezcla en los inviernos juntando el frío, y la tierra que vuela.
Ese olor de acá, ese olor que con los ojos cerrados podes decir: estoy en Jacobacci.
Y sumergida en ese olor, y en un sol que apenas se muestra, que apenas calienta al mediodía, también comienza a pasar la semana con los días más cortos del año.
Miro hacia el horizonte, por ahora solo un telón de cielos, de cerros, y de rieles. Buscando que apareciera el tren.
El silencio en la estación del ferrocarril es un murmullo de espera, el murmullo de los que nos íbamos juntando a esperar la llegada del tren, esperar y mirar todos hacia el mismo lugar.
Hacia el Sur. Siguiendo con los ojos las líneas paralelas de las vías hasta que estas se clavan en el color de sombras azuladas que tienen las montañas.
***
Al rato, la máquina brillante apareció como un reflejo del atardecer, como un punto ondulante que crece, que lentamente se agranda y muestra su forma mecánica, inhumana, moviéndose a paso de hombre.
Evitando llegar.
Suspendida al fondo de los andenes.
Ahí viene..!
Pasa un espacio de gritos, hasta que veo ya bien definida la figura amarilla de la locomotora, y veo las banderas ondear exageradas, movidas por brazos desnudos a través de las puertas de los vagones.
Haciendo hervir la figura de la formación del tren que avanza. Banderas argentinas y trapos pintados con consignas. Y el aire en oleadas me trae también los cánticos.
Las voces graves cantando.
Gritando.
Y la silueta de la máquina que se agranda, pero sigue inmóvil. Como fija, ronroneando.
Y se sienten los olores.
Y el murmullo del silencio de la estación se mueve. Se aparta con prudencia del andén. Y el animal de acero ingresa bramando a hierro, a motores y a gargantas. Y el animal asusta.
Y el silencio que somos nosotros, olvidados ahora del frío, es solo silencio. Mirando.
***
En el escalón de la puerta del primer vagón un hombre alto, barbado y de ojos claros, canta con un megáfono en la mano.
¡Perón...!, ¡Evita...!, ¡la patria es socialista...!
Asoma la cabeza por un agujero que le había hecho a una frazada marrón con guardas más claras, transformándola en un poncho que se le arrolla en el cuello.
Es Clint Eatswood, y pasa marcando la escena del ingreso del tren a la estación frente a la cámara de mis ojos, en una toma rápida, desde un extremo a otro de la pantalla de mi campo visual.
La escena de la llegada, pienso.
Detrás de él, un racimo de cabezas buscan mirar hacia la estación, y golpean con las manos contra los costados del tren. Hay brazos con los dedos en ve que se confunden con los rostros desconocidos.
Al ritmo de los gritos.
Eatswood pasa mirando sin mirar con los ojos claros penetrando las cosas, la gente, las paredes, clavados en la distancia.
Después viene la hilera interminable de vagones, con las pancartas colgadas a los costados, con las banderas agitadas, furiosas, los vagones color mierda quemados por el sol. Con las ventanillas metálicas bajas, tapando lo que ocurre en su interior.
Ocultando el pasaje.
No suben las ventanillas para evitar los toscazos.
Me dice el Cabeza, en una oleada amoniacal.
Desde los andenes el murmullo del silencio, ahora excitándose por la llegada del tren se transforma en cánticos, se transforma en la Marcha, y nosotros con algunas compañeras de la rama femenina, algo excedidas de peso, arremetemos entre puteadas con un agudo coro:
¡Perooooón...!, ¡Eviita...!, ¡la patria es peronista...!
Desde el interior de los vagones, - ya detenidos - nos hacen saber que también eran muchachos peronista, que eran como nosotros, coreando lo mismo.
Eso evita el quilombo.
Ahora el silencio es una fiesta, y el anden de pronto se puebla por el movimiento de la gente que baja del tren, esa gente distinta, esa gente contenta por el arribo de su líder después de dieciocho años de exilio, que viajan a verlo, esa gente que salta por las ventanas de los vagones y se mueven unidos, agarrados de las manos o de los brazos o con los brazos pasados sobre los hombros y se unen a nosotros, que antes fuimos un murmullo dentro del silencio, y ahora somos los muchachos de Perón cantando la Marcha y pegándole al aire con el brazo extendido, y los dedos en ve.
Y ahora todos somos lo mismo, somos iguales, somos como los que bajan del tren, y nos mezclamos con los abrazos, con las banderas y con los bombos, y los bombos son parte del mismo cuerpo que salta unido, los bombos son parte de las voces.
Y en la emoción de los cánticos desgarrados honramos nuestra lucha, y honramos a Evita, y esto es un sentimiento que seguro el gorilaje no puede entender, seguro que nunca va a entender.
-¡Nosotros somos esto, el sentimiento peronista!
Me dice el Flaco gritando.
Y yo no se como agarrar la carpeta del colegio, para poder saltar más alto. Y en el cielo, en el cielo gris del invierno veo espejada una magia que nunca más volví a encontrar.
No nos conocemos pero somos lo mismo, y gritamos y saltamos, y que razón tiene el General cuando dice que para un peronista no hay nada mejor que otro peronista.
Cuanta razón.
Y saltando y empujando nos subimos al tren.
Yo también me voy.
Le digo al Cabeza entre el calor de los gritos y los saltos.
Bien..., pendejo!
Me dice, y me abraza y me da un beso sin soltar el bolsito. Y el ambiente del vagón es tan intenso que no identifico en olor del Cabezón, todo tiene el mismo aroma.
Espeso.
Después veo los ojos del Flaco, los ojos del Flaco que dicen tanto, que hablan sin necesidad de emitir palabras, sobre todo cuando se viene algún quilombo.
Y con los ojos me señala hacia abajo por una ventanilla abierta, entre tipos que buscan asiento y otros que saltan y cantan.
Y veo a mi vieja parada en el andén con el delantal de cocinar puesto y con una mano señalándome y la expresión de su rostro, y el movimiento de sus labios, y entiendo perfectamente lo que me grita, así no la escuche entre los gritos y los cánticos de los compañeros la entiendo.
Y es mi vieja, como no la voy a entender.
Y me bajo sin ganas. Y me quedo confundido entre el murmullo del silencio que como yo, se queda parado en el andén mientras el tren se mueve nuevamente, mientras el tren se va.
Y ahora si la escucho a mi vieja, ahora la escuchan todos.
Es mejor que te vayas enseguida para casa...!
Me dice, gritando.
(2006)

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