jueves, abril 01, 2010

Documental






Una lámpara scialitica se enciende con un ruido metálico en medio del negro absoluto de la pantalla. La película abre con un aire de misterio, lo que se ve no es evidente. Una ambulancia sale lenta de su estacionamiento, hay un plano del interior de la cabina y del chofer distorsionado por la luz infrarroja.
Me calzo los pequeños auriculares, elevo el volumen y “Nothing else matter” suena, suena en la noche que ya es la dueña del último viernes de enero. Camino por los pasillos, de Guardia.
Sobre la misma toma se suma una sirena lejana y no escucho las voces en off de los familiares de internados que esperan junto de las puertas de las salas, parados, apoyados contra la pared impecable, blanca. Me deslizo siguiendo el brillo de las luces en los pisos con la música de Metallica.
Uno tiene que trabajar con cámara en mano, usar solamente la luz natural disponible y quedarse tan afuera de la película como sea posible. Teóricamente pienso. Las luces disponibles penetran por las ventanas y son el contorno nocturno de la ciudad, con algunos destellos y el cielo azul detrás.
Algunos moradores de los pasillos están en cuclillas, se tapan los ojos con la palma de una mano abierta, se consultan entre sí, miran fijamente a la cámara y murmuran, acompañan a que el tiempo pase, que la angustia termine rápidamente, se quieren ir.
Algo en la música hace crecer una sensación dramática en esos rostros. La toma ahora se hace en primeros planos.
En un banco alejado dos ancianas beben mates en silencio y ablandan, con las encías y saliva, trozos de galletitas que rítmicamente se introducen en la boca.
Una de ellas mira directamente al espectador y dice: -Buenas noches, doctor-.Vestido de verde contesto con una imperceptible reverencia y, camino, huyo. El día lo tengo ganado y la viola puntea (la viola de Kirk Hammett). Se suman imágenes intercaladas del chofer que gira el volante, que mira hacia un costado y hacia el otro, en infrarrojo es casi un fantasma.

La cabeza me pide no hacer mas nada, que ya es bastante, solo sentarme y dedicarme a la contemplación.
Un cura, - en la época que iba a patear todas las tardes a la canchita de la iglesia -, en los años que las cosas las fijaba para siempre (ahora me olvido de todo rápidamente), me dijo, que la contemplación no solo consiste en tratar de conocer el rostro de Jesús o su resplandor divino, sino en entregar el alma al pensamiento de Cristo y los misterios de la religión.
Era italiano, gordito y de anteojos. No me atrapaba nada de lo que decía, - no se porque - , pero respetuosamente lo escuchaba, - me caía bien -. Después salía disparado, a donde el fulbito gobernaba. Ahora la contemplación que necesito es otra. Tumbarme a no ver nada, a no pensar nada.
Con la música todavía sonando en aumento la imagen siguiente es fugaz y de alarma, son las luces azules de la ambulancia que giran, lo que muestra es como se iluminan los edificios cuando pasa, no el vehículo.

Una mosca me roza el brazo, la espanto sin tocarla con el dorso de los dedos. El aire fresco que trae la noche comenzó a aliviar los interiores filtrándose por donde puede. Me paso la mano por el cuello y el sudor es un brillo húmedo que se impregna en los dedos. Pegajoso. Los seco en el pantalón del equipo. Es la hora de tener hambre. El único indicio de amenaza hasta ahora es la suave música de Lars Ulrich.

- ¡Por favor vení a la Guardia..., me avisaron que traen un herido de escopeta... creo que en el tórax...! - Dijo el teléfono.

- ¡Ya voy...! - Escupo.

De repente aparece la toma de una reconstrucción, la ambulancia lanzada en velocidad con toda su parafernalia de luces y sonidos en acción ingresa al playón que desemboca en el Servicio de Emergencias. La escena que se inicia sobre el reflejo espejado de un charco de agua junto al cordón de la vereda, luego se hace aérea suavemente, y finaliza sobre los techos mostrando la ciudad a oscuras.
Primer plano con cámara en mano girando hasta el perfil de un gesto de fastidio en mi rostro. Era lo último que quería hacer en ese momento.
Me quedo sin reflexión contemplativa y salgo, camino con la mente en blanco. Sin mirar. Esto transcurre con imagen y música únicamente. Un pie aprieta un pedal de freno y se escucha el sonido de los neumáticos clavándose en el asfalto (infrarrojo).

Por que no estaré atendiendo una verdulería. (Mi voz en off.) Pero estoy acá, de guardia. A partir de ese momento se acelera la edición.
Inspiro profundamente y me observo en el reflejo de los vidrios, afuera la oscuridad es absoluta. El reflejo de los vidrios siempre mejora mi aspecto.

- ¡Ya veo que no es un carajo...! - (Off)

Cruzo pasillos vacíos. Ahora abro puertas hacia la zona que ingresan las urgencias.

-¡Y si se muere..., se muere! - Me conformo, y me pongo guantes de látex en las manos. La cámara me sigue, me persigue.
Advierto sobre las cabezas el alboroto que ya armó la noticia. Varios curiosos se asoman hacia afuera, miran en dirección a la calle.

Había aprendido que las batallas morales se libran a solas, secretamente e involuntariamente, desde que era practicante repetía los mismos ejercicios de autocontrol.
Las puertas vaivén que dan al estacionamiento de ambulancias estaban abiertas, y trabadas.

En los brazos de un hombre joven, conmovido, asustado y dantescamente ensangrentado, ingresa una mujer. Él no se deja ayudar por los camilleros. Plano abierto. Todos corren.
Veo la palidez de la muerte en la piel de su rostro entre el pelo negro. La cámara se acerca hasta esa transparencia azulada. La boca abierta busca aire. No le descubro ningún movimiento.
Los brazos sin ofrecer resistencia cuelgan péndulos, chocan con todo lo que se les interpone en su ir y venir, son los torpes meneos de un muñeco. La edición se detiene a una cámara lenta que se repite dos veces, dos golpes de los brazos sin control.
La veo sola en el tumulto. Tan sola como yo, navegando por el mismo sonido. La banda de sonido solo ofrece silencio, lo que es perturbador. El montaje de una fotografía muestra el rostro congelado de quien la ingresó en sus brazos.
La dejan sobre la camilla en medio de gritos, apuro y torpeza.

El pecho de la mujer es una explosión de sangre, de ropa manchada, quemada con pólvora, de coágulos que se deslizan y caen al suelo.
Alguien los pisa, pisa la sangre, un zapato de gruesa suela blanca se apoya sobre el charco de sangre y resbala.
Todo es rojo. El aliento es fétido y rojo. Vomita ahogando una queja, un gemido también rojo. Las gotas salpican y la imagen se funde al rojo hasta que me saco los anteojos y alguien los limpia y me los vuelve a colocar.
La aspiro. Introduzco la cánula del aspirador en la boca. Tose. El olor de la sangre inunda el aire. Vuelan gotas rojas que se editan muy lentamente. La examino. Una tijera corta la tela empapada y roja.
Mis guantes están rojos y húmedos. Van cesando los gritos. La cámara se aleja hacia el cenit. Se encuadra el rostro del hombre que la trajo, en otro ambiente, la luz azul que gira sobre la ambulancia se le refleja en los ojos. Dice que fue un accidente. Luego mira hacia el suelo. Es el marido, dice alguien.

Plano a pantalla completa que se aleja de un orificio de cinco centímetros de diámetro en el lado derecho del tórax sobre la mama, rodeado de piel quemada y pequeñas heridas puntiformes, sopla sincrónicamente y un borbotón de sangre espumosa sale en cada inspiración. Es el orificio de entrada del disparo.
Aprieto contra él un apósito de gasas y algodón, dejándolo tapado. Desaparece el ruido.
Mis dedos registran un débil pulso radial y el aire solo entra en el lado izquierdo del tórax. Del otro lado no escucho nada.

- ¡Le ponemos dos buenas vías... a chorro...!, la vamos agrupando, pasamos por rayos, quiero una placa de tórax y la llevamos...¡rápido a quirófano...!

El punteo de Metallica ahora sube, sube. Tapa todo los sonidos.



La mujer mueve la cabeza hacia los costados, como diciendo que no. La camilla corre por los pasillos perseguida por la cámara en mano que sube y baja. Las ruedas de goma dejan una marca roja en cada giro y la cámara lo ve, y se fija en una de las manchas.

- El que disparo el arma fue el marido. – En off.

- Era el flaco que la traía alzada, él jura que era un cartucho cargado con sal gruesa. – Ahora la voz es más lejana. Casi inaudible.

El murmullo del ingreso a la Guardia quedó atrás. En los quirófanos el aire acondicionado funciona. Una buena. El silencio nuevamente acompaña el ritual.
Termino de cambiarme.

- ¡Con sal las pelotas!

En la placa radiográfica, que miro a trasluz contra los fluorescentes del techo se ven los perdigones metálicos amontonados en la base del hemitorax derecho.
El diafragma, de ese lado, está exageradamente elevado.

- Le dió en la base del pulmón y al hígado, ¿no se si no toca el pedículo?

Suspiro mirando hacia el quirófano “A”. La paciente ya está adentro. Me apuro.

- No le tiró errar, ni quiso hacerle una joda... (Una voz en off se queja de que los pantalones que le dieron no le entran.)

- ¡Chicos está muy hipotensa! - Grita la petisa, embarazada de seis meses.

- ¡Por que no apuramos el trámite...!

La tenía intubada. El tubo endotraqueal transparente, ahora es rojo, manchado por la sangre. La cámara sigue el tubo hasta su conexión con el respirador.

El apósito que cubre el chumbazo es blanco solo en los bordes. Unas manos rápidas le colocan otro arriba que fijan con una cinta adhesiva. Al nuevo apósito lentamente le crece una escarapela roja en el centro.
La ceremonia de vestirse dura segundos. Cuando ya está en posición de toracotomía, asegurada a la camilla y con los campos quirúrgicos puestos, escucho:

- ¡Che...!, la tengo sin presión, no le encuentro pulso ... ¿fijate vos si hay latido...?

Se descubre en el ambiente y en el plano de los rostros, ahora tapados por los barbijos el rumor inequívoco, de la parca volando.
Todos lo perciben. La luz de la scialitica brilla y de vez en cuando se deja ver algún detalle, imágenes intercaladas.

- ¡Plata o mierda...! – Pienso en off.

La pared que no sangra al abordarla. El humo del electrobituri. No sé si operamos bien, pero operamos rápido. Digo y queda dentro del barbijo. El separador que abre sus dientes plateados, las costillas que se separan. Los coágulos recién formados en la cavidad pleural.

- ¡Aspiramos...!¡ aspiramos...!

Un clamps vascular se cierra en la zona inferior del pedículo pulmonar y para un chorro de sangre grueso como un dedo. Aprieto varias compresas de gasa sobre el diafragma que es un colador.

- Lavamos...,¡ ligadura...!

La cara superior del hígado es un puré de coágulos y perdigones. Encuentro el taco del cartucho entre ese paté sangrante, lo saco entre los dedos. La cámara sigue la acción.

- ¿Y como estamos...?

- ¡Igual...! – Suena del otro lado, fuera de campo y el silencio es ahora molesto.

- ¡Pero latido tiene...!

Me conformo y la cámara me busca. Veía al bobo moverse locamente, siguiendo la vida.

- Creo que paramos la canilla, por lo menos… lo más importante, ¿o no...?

- Si, ... sangrado activo no veo...

Dice Esteban, apretando la punta del aspirador contra una compresa de gasa y son los ojos de él los que aparecen en todo el tamaño del monitor. Los ojos casi transparentes y las patillas blancas de mi ayudante. La sangre y el Haemacel, se intercalan goteando a mil en un plano primerísimo.
Seguimos.

- ¡Aunque no lo puedas creer...! estamos con una presión hermosa...

Grita ahora la Petisa, todavía con la pera de goma del tensiómetro apretada en una mano y sacándose el estetoscopio con la otra. Buena escena dice alguien al editar, acá se reinicia la música, justo cuando termina de hablar la anestesista. Okey poné “wind of change” muy suave.
La unidad de filmación son dos personas y no usan luces, esto les da la gran movilidad. Deben usar la apertura siempre al máximo. Comentan.


(Escena en consultorio médico sin ventanas, con un escritorio con dos sillas y una camilla tapizada de cuerina negra como únicos muebles.)

Junio avanza con su color de frío y de barro sobre la Comarca. Para variar todavía no habíamos cobrado el sueldo. En el consultorio se huele el paso de dieciséis pacientes. Y en mi cabeza también.

- Queda una señora solamente, ¡no hay nadie más...! - Dice la enfermera, con una sonrisa como para aliviarme.

Cámara fija detrás de mí, por la puerta abierta aparece una mujer. Humildemente vestida de oscuro, el pelo casi blanco acomodado en un rodete. Con un monedero de plástico agarrado en las dos manos y apoyado sobre el abdomen. Mira hacia el piso al caminar.
Cuando llega frente al escritorio, saca una de las manos del monedero y la tiende hacia donde yo estoy sentado. Me alargo sin dejar la silla y le alcanzo la mano. Me parece pequeña y helada.
Se sienta lentamente y nos quedamos mirando. En la edición se usa solo un plano largo del rostro de ella, con muy buena definición de sus facciones.

- Yo soy la mamá de Rosa... - Me dice.

- De Rosita, usted la operó de un tiro que le pegó el marido, ¡en el verano...! – Agrega, cuando le pongo cara de no saber de quien habla.

- Siii..., anda muy bien,¡ la vi hace unos días...!

Me relajo. Era la última paciente del consultorio, y mis ganas de rajarme más que evidentes.

- Vino a hacerse un control hace unos días..., por suerte tubo una muy buena evolución...! - Asiento.

- ¡No..., por suerte no! – Me corta terminante.

Usted a mi no me conoce..., por que yo en ese momento no quise venir al hospital...- Dice y suspira.

- Cuando ella estaba en Terapia..., usted habló solo con las hermanas..., mis otras hijas, que son las más grandes..., ¡Rosita es la más chica...! - No deja de mirarme a los ojos, ni suelta el monedero.

- Yo cuando esto pasó..., no estaba acá, con mi marido somos pastores de la iglesia Evangélica y habíamos viajado a una reunión a Valcheta.

Continúa mirándome como sin verme. Dos cámaras fijas muestran plano a plano mi rostro y el de ella siguiendo el dialogo.

- Nos avisaron por teléfono..., no me dijeron bien que había pasado..., pero yo sabia que a mi hija le pasaba algo muy grave, ...que estaba en un momento muy difícil, ...nos vinimos en el colectivo de la noche, ...y en el viaje presentí que no la iba ver más viva... - Levanta apenas el mentón en un suspiro.

- ¡Créame doctor, presentí la muerte...!

La escucho sin hacer un gesto.

- Bueno..., sin dudas fue un momento muy difícil..., por suerte llegó a tiempo..., la trajeron rápido...! , y también por suerte tenemos un equipo quirúrgico muy bien entrenado...!

Agrego como para decir algo.

- ¡No doctor...!, y perdóneme por lo que le voy a decir..., pero no fue por suerte...

Se la ve conmovida.

- ¡En ese momento... ! - Se hace un silencio.

- Cuando tubo que decidir y...hacer lo que tubo que hacer con mi hija, ... ¡usted no estaba solo...!

No imagino la expresión de mi cara. Me quedo esperando lo que sigue.

- ¿Sabe una cosa doctor...?, yo no se si usted es creyente..., le voy a estar eternamente agradecido, pero no se si cree en cosas superiores... que no son milagros, pero ocurren...

Del otro lado del escritorio la sigo con las manos apoyadas en los labios, frotándolos.

- ¡Pero en ese momento...! - Continua.

- Cuando tubo que actuar para operar a mi hija..., ¡cuando hizo lo que usted dice que tenia que hacer...!

Suspira enérgicamente.

- ¡Justo en ese momento...!, ni antes, ni después..., en sus manos, para traerla de nuevo a la vida..., ¡ estaba... Dios!

No me sale decir una palabra, me apoyo con fuerza en el respaldo de la silla y siento que me corre una caricia fría por la espalda y que sube hasta el cuello, hasta la nuca, y me aprieta, y a ojos en un plano primerísimo me los cubre una lágrima, una gota transparente, repentina, que me hace parpadear.
La cámara se eleva y se aleja desde el plano de la anciana, pasa sobre mi y sigue hacia atrás por la puerta que se abre, recorre los pasillos hasta las puertas abiertas de la Guardia y pasa entre gente en movimiento, supera volando los canteros con césped, y sube, pasa los árboles, los techos y desde muy alto la imagen se congela mostrando el hospital que se lo ve muy pequeño y a lo lejos el río.

(2010)