martes, julio 06, 2010

El prosector (solo para anatomistas)


La Anatomía Moderna nace con Andrea Vesalio cuando publica su magnifica obra "De Corporis Humani Fabrica" en 1543.
Al realizarla solo cuenta con 28 años de edad y su texto se transforma en un verdadero monumento de la ciencia y del arte.
Vesalio se acercó como nadie a la realidad anatómica que conocemos en la actualidad.
En escasos lugares su información fue incompleta, salvo en el páncreas, cuya situación y aspecto externo eran ya conocidas. Pero su función como glándula secretora y conductos de excreción eran totalmente ignoradas.
Suelen decir que en el organismo humano hay como un "parque tecnológico" que regula el uso del combustible - la glucosa - para que el mismo pueda funcionar, se trata del páncreas.



Capitulo Uno (Il primo)


Los vientos del Adriático impregnados por una tenue llovizna mojan las cúpulas resplandecientes de las iglesias del cristianismo. Los capiteles palaciegos. Las figuras de mármol divinamente talladas y el Puente Rialto en la aristocrática Venecia. Luego indomables continúan su vuelo hasta los prados que rodean la antigua ciudad de Patavium, cuna del emperador Tito Livio y actual Padua.
Corre 1642, el Renacimiento estalla en una Italia dividida en múltiples repúblicas y pequeños principados, con cientos de ejércitos extranjeros afincados en su propio territorio. Disputándose sus pedazos como perros rabiosos ante un botín de guerra. Y se revuelca a sus anchas por toda Europa, dando comienzo la Edad Moderna.
Nadie lo sabrá hasta siglos después.

La noche celosamente oscura acompaña sus silencios, solo entrecortados por suspiros de asombro, bostezos o el ruido de sus tripas inquietas. Joannes Georgius Wirsung está en su salsa, diseca cadáveres.
La próxima primavera cumplirá quince insuperables años como disector en la Cátedra de Joan Vesling, no hay dudas entre los eruditos que es el más hábil de los discípulos del Maestro Juan Riolano y de Kaspar Hoffman (sus instructores en París), de ahí su nuevo cargo, capi di tutti li disectoris.
La oscuridad descansa helada y apacible sobre los enmarañados jardines que rodean los muros posteriores de la Universidad de los Artistas.

El anatomista trata de que su mano no haga sombra sobre el fino conducto que explora y sigue despegando con pequeños golpes de la panza afilada del escalpelo los bordes del “ductus”. Al retirar pacientemente los grasos fragmentos que lo envuelven, ese órgano central y profundo, queda fijo a la pared del duodeno a cinco o seis dedos de distancia del esfínter terminal del ventrículo gástrico.
Dos jóvenes estudiantes siguen en silencio sus movimientos casi sin moverse, son Thomas Bartholin y Moritz Hoffman.
El llameo de las velas tiembla en las paredes del claustro, esto lo sumerge en fantasmales alucinaciones, imagina que “fabricca” sobre un ser vivo y que este lo observa con ojos espectrales. Ojos de muerto lo miran y dan lugar a la sensación pavorosa de que una mano enérgica, de dureza metálica y ejemplar, oprime sus testículos desde la base del saco escrotal, hasta casi arrancarlos. Le desgarra las entrañas de dolor recordándole que su ciencia no era de las más populares en esta sociedad italiana. Ni bien vista por el feroz Papa e inquisidor Inocencio III.
Profanadores del descanso eterno los llama, y a veces agrega sacrílegos, blasfemos, apostatas, impíos y otras barbaridades más.
La nobleza gobernante en la República de Venecia autoriza en secreto a la Universidad la realización muy discreta de esta práctica.

Los acontecimientos humanos que marcarían la historia en ese siglo precisamente eran el resultado de su personalidad investigadora. A esto podrá sumarse seguramente la combinación de tres factores: la necessitá, la fortuna y la virtú (él le agregaba el esfuerzo). Y nadie lo apartaría de aquí en más, del claro camino que le marcaran las lecturas de Niccolo Machiavelli.
Ni siquiera sólido terror bien ganado del Santo Oficio de la Inquisición.

Certeramente no sabía como le habían procurado ese cadáver (alguien traficaba con los fiambres, era evidente). Este era un asesino, un hombre de treinta años ejecutado en la horca el día anterior en la Plaza de Vin ante una multitud, se llamó en vida Ziane Viaro della Badia. Pero igual que en todos los cuerpos que explora, que estudia, con su trabajo artesanal y científico las estructuras de los órganos parecen siempre ser idénticas a como hace cien años lo mostrara Andrea Vesalio, en la misma cátedra.
Todo, salvo la masa pálida y profunda, que el autor de la “Fabrica” ignoró completamente. Llamándola “esa carne rosada” que sirve de cojín del estomago cuando está repleto y sufrir luego a la aparición de su obra maestra que sus discípulos lo abandonaran temerosos de que se los asociara a su nombre.
Los jerarcas de la misma Universidad a la que prestigió para siempre, impedirían sus iluminadas investigaciones. Echándolo como a un perro sarnoso.
Colegas rastreros, aduladores, serviles, lagoteros, tiralevitas, lisongeros, lameculos, despreciables (y aquí paro con los sinónimos) que antiguamente lo adoraron, le retiraran la amistad y los tributos que merecía como anatomista.
Su pecado fue la osadía de refutar dogmas centenarios de las escrituras del Gran Galeno (Il Greco), quien nunca en su proceder conservador, había disecado un cuerpo humano. De ahí en adelante no iba a haber reposo para él, que osó rebelarse contra el venerado, hasta su muerte.
Este recuerdo dejó pensativo al prosector, y un escalofrío congeló su sangre fugazmente.

En nuestras biografías personales siempre estarán las historias que “a algunos” contamos a medias, o como ellos se merecen saberlas.
Para no herirlos, o para no herirnos, por que les conocemos la rivalidad, el resquemor y el poder.
También conocemos nuestra sumisión, mansedumbre y reverencia constante a la nobleza.
Escuchar la verdad los irritaría. (y eso es muy peligroso...)

En su exuberante barba bávara, apelmazada. Impenetrable hasta para las ladillas más audaces se hacen notar las horas que lleva sobre la pieza anatómica, el cadáver y sus olores. Los que emanan los restos de órganos que comienzan el ritual fisiológico de la putrefacción.
Una gran sonrisa acompaña a la transparencia acuosa de sus ojos cuando desprende, no sin esfuerzo con suaves maniobras de versado cirujano los vasos que rodean la región posterior del pancreatici (el páncreas) descifrándole un cuello, y pasando acá hacia el retroperitoneo. Fijo a los cuerpos vertebrales, para desembocar luego en la gran vena porta, gruesa como uno de sus dedos e introducirse junto al ductus de la bilis en el pedículo que ingresa (o abandona) al hígado.

La mugre y el olor de la sangre coagulada se confunden a los tufos del contenido de intestinos fermentados. Pero nada le hace separar la cabeza y su nariz prominente del abdomen abierto y estaqueado con gruesos clavos de bronce a la mesa.
No hay dudas, el muerto es fresco y las paredes del conductillo, no más grueso que una vermis di terra, elásticas y resistentes a las maniobras del prosector lo llevan por ese camino sinuoso y ondulado a la región más proximal de ese enmarañado sector del tubo digestivo.

- ¡Por el ductus...! Repite en voz baja.

- ¡Viaja todo lo que fabrica esta glándula!

Y sigue el trayecto, que luego se acoda hacia abajo y atrás, hasta ser un canal común con el meatus biliar, y desembocar rápidamente en una carúncula imperceptible a la mirada del indocto entre los pliegues de la mucosa del duodeno. Cerca del píloro.
Al comprimirlo, ordeñando con el dedo índice toda la longitud de su descubrimiento en busca de la salida de sangre coagulada, comprobó la eyaculación escasa de una gota de fluido filante y transparente que hizo brillar la mucosa al evacuarse.

- ¿Bauchspeicheldruse...? (¿Glándula salival...?) Dice en alemán y mira hacia los estudiantes.

Luego anotó en sus apuntes, con una pluma de ganso en su idioma natal.
Reiteradamente al disecar lo distrajo una formación redonda y blanca que protruía levemente como una gibosidad, no más grande que un ojo de buey abierto en la superficie marrón pálido del hígado.
Al penetrarlo con la punta del estilete, no sin esfuerzo, brotó agua cristalina en un pequeño chorro y abruptamente apareció tapando la brecha una membrana blanquísima y frágil como clara de huevo cocida, que quedo obturando la pinchadura.

- Pestes de la campiña... Pensó el prosector. (Siglos después, conoceríamos la equinococosis hidatídica)

No mejoró la luz de las velas, ya no hacia falta.
Camino hasta la pequeña ventana sin vidrios, que ventila la sala de disección y descansó sus ojos al color de la noche.
Los fríos días invernales y la nieve acumulada en los depósitos, hacían posible solo en esta época del año su tarea de investigación anatómica.
En el exterior de la cátedra todo era silencio.
Se escuchaba la lluvia sobre el empedrado.
El mundo dormía.


Sobre un pupitre alto y ahora en penumbras, continuaba abierto “De Humanis Corporis Fabrica” en el prologo, donde se leía:

- “Tú, Galeno..., que te dejaste engañar por las monas...!”

En claro reproche que Vesalio le hacia al “venerado”, por su disección sólo en animales.
Y la “Anatomía Mundini-Anatome omnium humani corporis iteriorum mambrorum” de Mondino dei Liucci, el bolognes. Cerrado. Con el lomo cuarteado por el uso y los años con las tapas grasientas y sucias por el contacto del manoseo cadavérico.





Capitulo Dos (Il che segue)


El interior de su claustro personal, estaba tibio y bien iluminado.
La madera antigua de la mesa que empleaba como escritorio, brillaba, de puro limpia.
Y sobre ella había apilados cientos de escritos en gruesos papeles apergaminados, mezclados, junto a tinteros y plumas de ganso, que de muy usadas daban pena.
Entre ellas se destacaba una que por su traza y aspecto, era de gallina bataraza.
La que más usaba.
Sobre un vértice del pesado mueble, dormía un cráneo humano amarillento.
Brillante por el manoseo, le faltaba el maxilar inferior y algunas piezas dentarias.
La silla era tallada, pero el asiento viejo y cómodo parecía sostenerlo sin esfuerzo.
Entre los estantes había libros prolijamente acomodados.
Las “Laminas de Anatomía” de Henry de Mondeville, apiladas en un cajón de confección muy fina y antigua descansaban bien resguardadas.
En el exterior al otro lado de la ventana con vidrios labrados, ahora llovía intensamente.
La invención de la imprenta, subrepticiamente y muy a pesar de los curas y los nobles, terminaba con el monopolio que ellos tenían del saber.
Los libros estaban al alcance de la plebe.
Eso impulsaba el pensamiento intelectual al humanismo.
Quizá esto podía descifrar su realidad académica, el hijo de un humilde artesano como jefe de disectores en la Cátedra de Medicina más importante de Europa.
Y Europa era el centro del mundo.

El riesgo de descubrir una forma anatómica distinta a las descriptas por los maestros, que ya descansan sentados junto a los Dioses.
Sucios por nuestras investigaciones recientes, momificados por la telaraña de lo que ya no sirve.
Congelados en algo fijo y definitivo, que los aloja en el tiempo invariable de la eternidad, pero aun reverenciados por las Academias recalcitrantes.
Nuestro alegre hallazgo puede enviarnos a la desgracia infinita por las inimaginables envidias de colegas de profesión o aprendices ambiciosos de nombre y popularidad.
El miedo a no disgustar nos hace llegar a la mentira indispensable, para que todo siga igual.
Hasta encontrar un momento que si se merece la crisis de defender nuestro descubrimiento ante quien se interponga, y lo desee.
Que quede claro, si los clásicos tienen la oportunidad de seguir viviendo es solo por obra de quienes no los toman al pie de la letra.
Ni buscan en ellos la facultad del texto sagrado, y tratan de cambiarlos con la investigación.

El día lo encontró en sus mejores condiciones intelectuales, pero su preocupación más importante esa mañana era otro “ductus”. Su propio meatus uretral.
Desde hacia varios días, para su tormento, evacuaba un humor morbidus. Amarillento y pegajoso.
Obtenido en “Il bordello del Academicci” por dos ducados y la felicidad de una cama compartida en las frías madrugadas de Padua.
No era la primera vez que lo hacían merced de grandicima pudrizione. Ni seria la ultima.
Debía lavar su miembro en forma insistente con agua hervida, aplicar aceites aromáticos y perfumadas infusiones.
Hacer que su vejiga trabajara muchas veces al día, por lo que constantemente tenia un jarrón con agua y vino, junto a su diestra mano disectora y putañera.

(Si ahora estoy un rato en silencio es para emplearlo en pensar como pudieron continuar los acontecimientos.)

Pasarían meses de frenéticas disecciones en cadáveres humanos, animales y aves, fijando preparados anatómicos en vinagre y grapa para su conservación.
Usaba la técnica de inyección en las venas ideada por Domenico Marchetti, ayudante suyo junto con Moritz Hoffman, hijo de uno de sus maestros.
Afeminado este, codicioso y con un brillo muy particular en sus ojos que siempre le inspiraron temor y desconfianza.

Ese órgano, el cojín del estomago pletórico de Vesalio, era una glándula excretora de saliva al intestino. Él lo sabía.
Lo podía afirmar ante cualquier tribunal. Basando sus experiencias en el “Methodi vitandorum errorum omnium qui in arte medica contingunt.” de Santorio Santorio (Sanctaurius).
Quien lo introduce en los procedimientos para medir fenómenos fisiológicos, y hasta hace pocos años, mientras ejercía la longevidad, vagaba llevando su sabiduría y su pesada toga por estos salones.
El ductus (il canaliculi) es el camino por donde viaja el insípido liquido trasparente, que agrede sin remedio la piel y el instrumental.

- Devorándola... ?

Sí, si la mantenemos sobre ellos y su acción transforma los alimentos en materia excretus dentro de la luz del duodeno.

- Debo informar mi descubrimiento al Maestro Riolano..., cuando este absolutamente seguro de que existe, y no es obra de mi cabeza alucinada...

Se repetía.

Quedo con la mirada fija a una de las largas galerías interiores, con alumnos caminando y otros en activas discusiones grupales.
La evocación del Insegnante trajo a su memoria su última e instructiva charla con él, antes de dejar la capital Normanda y dirigirse a Padua:

- En la vida, “discepolo amato” es importante la obtención de prestigio académico y reconocimiento público por los descubrimientos logrados en la nobilisima tarea de prosector..., anatomista y médico humanista, eso es cierto, ...pero el oro del mundo, ...la esencia, lo único que nos vamos a llevar al descanso eterno,... estimado y entrañable Joannes Georgius...!

Le dijo, apoyando su pesada mano quirúrgica en el hombro juvenil.

- Está bajo el ropaje de las damiselas..., sean estas cortesanas, burguesas, o de la servidumbre, sempre alla recerca di prostituye … y que puedas llevarte entre las sabanas de tu claustro académico, de alguna noble alcoba, el bordello, o a falta de ellos igual puedes encontrar el placer en los mullidos depósitos de heno, donde se alimentan los animales, pero un discípulo mío... siempre debe sobresalir por su poder amatorio infatigable...!

Para finalizar suspirando, casi en un ruego.

- Ello hará sentir muy orgulloso al maestro..., y seguramente dará felicidad y aventura eterna a la vida del discípulo...

Aun con los ojos fijos en una columna de mármol invadida por el musgo, sonrío por el recuerdo.
Y por la picazón constante que sufría en su manto prepucial y en la fosilla navicular. Último recodo de su uretra goteante y compungida.
Aprovechó la soledad para dar rienda suelta a sus dedos, y rascarse, casi con desesperación y exagerada energía.
Satisfecho, finalmente resopló como un caballo que se espanta.


Capitulo tres (questa cosa che morde entrambi)


- ¡No se si avergonzarme de demasiadas cosas!

Pensaba en la penumbra de su salón de disector. Oloroso y prolijo.

- De mi aspecto, de mis secretos..., de mis actitudes, de que contesto, de que hablo, y si esta bien para el entorno que me esta escuchando, si será bien tomado por los nobles, o por los curas que desgraciadamente hay cada vez más..., y que me ven como un ave de rapiña sobre indefensos seres ignotos..., y actualmente muy quietos, fríos “e sulla via di putrefazione”…

Introdujo una de sus plumas preferidas en la espesa tinta, al retirarla, espero que una gota cayera limpiamente a la boca oscura del tintero. Le alegro no ensuciar la mesa.
Repasaba la parte fundamental del texto que lo tenia íntimamente emocionado desde hacia tantos años.
Y escribía.

El “ductus”o condotto principal de este profundo órgano, puedo demostrarlo, se origina en el extremo más alejado de la masa grasosa que lo compone.
En un canal, que se inicia simple, o bifurcado.
La atraviesa (a la ghiandola) luego en su totalidad, hasta el osteum proximal en la luz del duodeno, recogiendo sus “secrezioni”.
Esta situado en su sinuoso trayecto cercano a la superficie anterior y cubierta por el ventrículo gástrico.
Más próximo al borde superior que al inferior del páncreas.
Y a medida que se acerca a su destino intestinal, y unirse al viaducto biliar, el grosor de calibre aumenta progresivamente.

Su uretra “peniena” insistía con el escozor pero sus dedos lo solucionaban de inmediato. Casi con ferocidad. Cierto placer le iluminaba el rostro si el dolor aparecía tras el rascado, excitándolo.
En las últimas semanas casi no había vagado su catedrática figura por burdeles alegres y pendencieros. Encubiertos como serias “residenze nobiliari” en la zona comercial próxima a la Universidad de los Artistas.
Su espíritu lo llamaba constantemente hacia el contacto con las desprejuiciadas “belle signore” que frecuentaba.
Pero la emoción de su descubrimiento le impedía separarse mucho tiempo de la sala de disección. Esto no lo excitaba más, definitivamente no.
Pero le haría adquirir poder y popularidad que seguramente le abrirían importantes, y “camere da letto aristocratico”. La situación le daba una trasparencia especial a sus pecaminosos ojos y un ingreso especial de sangre a sus cuerpos cavernosos, logrando la turgencia acostumbrada, y por lo cual era tan popular entre ‘las puttane’ amigas.

Yo al enemigo trato de identificarlo precozmente.
Lo marco, ya es el enemigo.
Las historias las resuelvo más fácil.
Es el enemigo, solo se merece batalla.
No me pone mal lo que al él le pase, diga, le digan.
Salvo desgracias que ponen mal a todo el mundo, aunque a veces muy secretamente en mi mente (“lo non incoraggiare o la bocca”), algunas desgracias, me alegran, hasta ese instante que lo corrijo.
Y pienso que soy un anormal, pero lo dejo allí sin una definición absoluta, en esa fracción de tiempo.

Quedo dormido por el dulce efecto del néctar que produce el fermento de las uvas. En sus sueños seguiría mezclando su pasión anatómica y sus pensamientos diabólicos.
La mañana lo despertará con un intenso dolor quemante, entre las piernas.
Que aliviará a duras penas al descargar la vejiga con gran esfuerzo, y alguna “oscenitá”.



Capitulo cuatro (l’ultimo)

Acaso saben ustedes como eran las calles de Papua a primera hora de la mañana en 1643. Cuando casi no había despuntado el sol, amaneciendo y los mendigos, y ebrios duermen todavía contra los paredones de las construcciones.
Cuando ni siquiera pasan los carros que llevan bolsas cargadas hacia el mercado.
El prosector camina con paso apurado que lo obliga a realizar un camino en bajada a alguien que bebió en demasía, no ha dormido en toda la húmeda noche.
En la plaza no esta despierto más que un “mendicante”, junto al agua de la fuente.
Wirsung piensa en la cama de su claustro. Esta hastiado, empalagado de cuerpos femeninos y de amigos bebidos hasta lo insoportable. Las imágenes pasan demasiado rápido por sus ojos nublados.

Dos hombres lo esperan entre las sombras.
En un estrecho pasadizo apuntalado por columnas antiguas, heredadas del pasado románico, le cierran el paso, sin decir palabra.
Bruscamente termina su andar apurado y queda mirándolos en silencio.
En el resplandor de la pólvora al estallar y en la sorpresa del sonido del disparo. Identificó el brillo de dos ojos conocidos, dos ojos familiares. Pero el golpe, y el dolor de la metralla en su abdomen lo hicieron caer sentado. Tratando de tapar con los dedos el espacio que se había formado entre sus músculos y vísceras.
Ahora quemadas y sangrantes.

Intenta incorporarse, pero la cabeza no le obedece. Quien había realizado el disparo, arranca de un tirón el arcabuz de las manos de su acompañante que estaba paralizado, sin poder moverse ante la escena.
Y acerca la boca del cañón del arma a muy pocos centímetros de la cabeza agonizante del joven Joannes Georgius.
Luego dispara a quemarropa con un estallido muy parecido al primero.


El 2 de marzo de 1642, Wirsung al efectuar una disección en un cadáver fresco descubre el conducto principal excretor del páncreas sin haber reconocido su función, tratando de investigar sobre su hallazgo comunica su descubrimiento en un texto y dibujo que graba en una placa de cobre, realizando luego siete copias de la misma y que envía a su maestros Riolano que vive en París y Kaspar Hoffman, a Ole Worm tío del estudiante Thomas Bartholin que fue el primero en recibir la copia del grabado , a Severino (el Napolitano) y a Johan George Volkhamer entre otros.
“Jamás encontré sangre en la luz del ductus, si un fluido turbio y filante que quita el brillo a la hoja de plata del escalpelo…”. Alegó a quienes solicitaba su opinión.
Posteriormente describe la desembocadura duodenal del conducto en niños, gatos, perros y gallinas.
El descubrimiento tuvo importante repercusión en los ambientes médicos, y parece, "aquí la información no es muy clara", también se lo asocia a la trágica muerte del prosector.
Esto fue motivo de controversias, pues se pretendía quitarle mérito a su verdadero descubridor, asignándosele a Moritz Hoffmann, hijo de Kaspar, que fue el portador de la misiva de Wirsung a Riolano, fechada el 7 de julio de 1643.
El 22 de agosto de 1643 Joannes Georgius Wirsung fue asesinado a mansalva de dos arcabuzazos por el estudiante belga Giacomo Cambier.
Durante el año 1648, Moritz Hoffman uno de los testigos de la famosa disección del ahorcado, hace una presentación mintiendo que fue él quien individualizo el conducto al disecar un pavo. Nadie le cree.
Su descubrimiento fue prontamente divulgado, y dicho conocimiento permitió a otros grandes investigadores la verificación de la función secretora del páncreas.

Este relato lo escribí en el año 1976, mientras preparaba Anatomía. Luego lo corregí, he hice algunos agregados.
Creo que se merece que alguien lo lea.

(2004)

jueves, abril 01, 2010

Documental






Una lámpara scialitica se enciende con un ruido metálico en medio del negro absoluto de la pantalla. La película abre con un aire de misterio, lo que se ve no es evidente. Una ambulancia sale lenta de su estacionamiento, hay un plano del interior de la cabina y del chofer distorsionado por la luz infrarroja.
Me calzo los pequeños auriculares, elevo el volumen y “Nothing else matter” suena, suena en la noche que ya es la dueña del último viernes de enero. Camino por los pasillos, de Guardia.
Sobre la misma toma se suma una sirena lejana y no escucho las voces en off de los familiares de internados que esperan junto de las puertas de las salas, parados, apoyados contra la pared impecable, blanca. Me deslizo siguiendo el brillo de las luces en los pisos con la música de Metallica.
Uno tiene que trabajar con cámara en mano, usar solamente la luz natural disponible y quedarse tan afuera de la película como sea posible. Teóricamente pienso. Las luces disponibles penetran por las ventanas y son el contorno nocturno de la ciudad, con algunos destellos y el cielo azul detrás.
Algunos moradores de los pasillos están en cuclillas, se tapan los ojos con la palma de una mano abierta, se consultan entre sí, miran fijamente a la cámara y murmuran, acompañan a que el tiempo pase, que la angustia termine rápidamente, se quieren ir.
Algo en la música hace crecer una sensación dramática en esos rostros. La toma ahora se hace en primeros planos.
En un banco alejado dos ancianas beben mates en silencio y ablandan, con las encías y saliva, trozos de galletitas que rítmicamente se introducen en la boca.
Una de ellas mira directamente al espectador y dice: -Buenas noches, doctor-.Vestido de verde contesto con una imperceptible reverencia y, camino, huyo. El día lo tengo ganado y la viola puntea (la viola de Kirk Hammett). Se suman imágenes intercaladas del chofer que gira el volante, que mira hacia un costado y hacia el otro, en infrarrojo es casi un fantasma.

La cabeza me pide no hacer mas nada, que ya es bastante, solo sentarme y dedicarme a la contemplación.
Un cura, - en la época que iba a patear todas las tardes a la canchita de la iglesia -, en los años que las cosas las fijaba para siempre (ahora me olvido de todo rápidamente), me dijo, que la contemplación no solo consiste en tratar de conocer el rostro de Jesús o su resplandor divino, sino en entregar el alma al pensamiento de Cristo y los misterios de la religión.
Era italiano, gordito y de anteojos. No me atrapaba nada de lo que decía, - no se porque - , pero respetuosamente lo escuchaba, - me caía bien -. Después salía disparado, a donde el fulbito gobernaba. Ahora la contemplación que necesito es otra. Tumbarme a no ver nada, a no pensar nada.
Con la música todavía sonando en aumento la imagen siguiente es fugaz y de alarma, son las luces azules de la ambulancia que giran, lo que muestra es como se iluminan los edificios cuando pasa, no el vehículo.

Una mosca me roza el brazo, la espanto sin tocarla con el dorso de los dedos. El aire fresco que trae la noche comenzó a aliviar los interiores filtrándose por donde puede. Me paso la mano por el cuello y el sudor es un brillo húmedo que se impregna en los dedos. Pegajoso. Los seco en el pantalón del equipo. Es la hora de tener hambre. El único indicio de amenaza hasta ahora es la suave música de Lars Ulrich.

- ¡Por favor vení a la Guardia..., me avisaron que traen un herido de escopeta... creo que en el tórax...! - Dijo el teléfono.

- ¡Ya voy...! - Escupo.

De repente aparece la toma de una reconstrucción, la ambulancia lanzada en velocidad con toda su parafernalia de luces y sonidos en acción ingresa al playón que desemboca en el Servicio de Emergencias. La escena que se inicia sobre el reflejo espejado de un charco de agua junto al cordón de la vereda, luego se hace aérea suavemente, y finaliza sobre los techos mostrando la ciudad a oscuras.
Primer plano con cámara en mano girando hasta el perfil de un gesto de fastidio en mi rostro. Era lo último que quería hacer en ese momento.
Me quedo sin reflexión contemplativa y salgo, camino con la mente en blanco. Sin mirar. Esto transcurre con imagen y música únicamente. Un pie aprieta un pedal de freno y se escucha el sonido de los neumáticos clavándose en el asfalto (infrarrojo).

Por que no estaré atendiendo una verdulería. (Mi voz en off.) Pero estoy acá, de guardia. A partir de ese momento se acelera la edición.
Inspiro profundamente y me observo en el reflejo de los vidrios, afuera la oscuridad es absoluta. El reflejo de los vidrios siempre mejora mi aspecto.

- ¡Ya veo que no es un carajo...! - (Off)

Cruzo pasillos vacíos. Ahora abro puertas hacia la zona que ingresan las urgencias.

-¡Y si se muere..., se muere! - Me conformo, y me pongo guantes de látex en las manos. La cámara me sigue, me persigue.
Advierto sobre las cabezas el alboroto que ya armó la noticia. Varios curiosos se asoman hacia afuera, miran en dirección a la calle.

Había aprendido que las batallas morales se libran a solas, secretamente e involuntariamente, desde que era practicante repetía los mismos ejercicios de autocontrol.
Las puertas vaivén que dan al estacionamiento de ambulancias estaban abiertas, y trabadas.

En los brazos de un hombre joven, conmovido, asustado y dantescamente ensangrentado, ingresa una mujer. Él no se deja ayudar por los camilleros. Plano abierto. Todos corren.
Veo la palidez de la muerte en la piel de su rostro entre el pelo negro. La cámara se acerca hasta esa transparencia azulada. La boca abierta busca aire. No le descubro ningún movimiento.
Los brazos sin ofrecer resistencia cuelgan péndulos, chocan con todo lo que se les interpone en su ir y venir, son los torpes meneos de un muñeco. La edición se detiene a una cámara lenta que se repite dos veces, dos golpes de los brazos sin control.
La veo sola en el tumulto. Tan sola como yo, navegando por el mismo sonido. La banda de sonido solo ofrece silencio, lo que es perturbador. El montaje de una fotografía muestra el rostro congelado de quien la ingresó en sus brazos.
La dejan sobre la camilla en medio de gritos, apuro y torpeza.

El pecho de la mujer es una explosión de sangre, de ropa manchada, quemada con pólvora, de coágulos que se deslizan y caen al suelo.
Alguien los pisa, pisa la sangre, un zapato de gruesa suela blanca se apoya sobre el charco de sangre y resbala.
Todo es rojo. El aliento es fétido y rojo. Vomita ahogando una queja, un gemido también rojo. Las gotas salpican y la imagen se funde al rojo hasta que me saco los anteojos y alguien los limpia y me los vuelve a colocar.
La aspiro. Introduzco la cánula del aspirador en la boca. Tose. El olor de la sangre inunda el aire. Vuelan gotas rojas que se editan muy lentamente. La examino. Una tijera corta la tela empapada y roja.
Mis guantes están rojos y húmedos. Van cesando los gritos. La cámara se aleja hacia el cenit. Se encuadra el rostro del hombre que la trajo, en otro ambiente, la luz azul que gira sobre la ambulancia se le refleja en los ojos. Dice que fue un accidente. Luego mira hacia el suelo. Es el marido, dice alguien.

Plano a pantalla completa que se aleja de un orificio de cinco centímetros de diámetro en el lado derecho del tórax sobre la mama, rodeado de piel quemada y pequeñas heridas puntiformes, sopla sincrónicamente y un borbotón de sangre espumosa sale en cada inspiración. Es el orificio de entrada del disparo.
Aprieto contra él un apósito de gasas y algodón, dejándolo tapado. Desaparece el ruido.
Mis dedos registran un débil pulso radial y el aire solo entra en el lado izquierdo del tórax. Del otro lado no escucho nada.

- ¡Le ponemos dos buenas vías... a chorro...!, la vamos agrupando, pasamos por rayos, quiero una placa de tórax y la llevamos...¡rápido a quirófano...!

El punteo de Metallica ahora sube, sube. Tapa todo los sonidos.



La mujer mueve la cabeza hacia los costados, como diciendo que no. La camilla corre por los pasillos perseguida por la cámara en mano que sube y baja. Las ruedas de goma dejan una marca roja en cada giro y la cámara lo ve, y se fija en una de las manchas.

- El que disparo el arma fue el marido. – En off.

- Era el flaco que la traía alzada, él jura que era un cartucho cargado con sal gruesa. – Ahora la voz es más lejana. Casi inaudible.

El murmullo del ingreso a la Guardia quedó atrás. En los quirófanos el aire acondicionado funciona. Una buena. El silencio nuevamente acompaña el ritual.
Termino de cambiarme.

- ¡Con sal las pelotas!

En la placa radiográfica, que miro a trasluz contra los fluorescentes del techo se ven los perdigones metálicos amontonados en la base del hemitorax derecho.
El diafragma, de ese lado, está exageradamente elevado.

- Le dió en la base del pulmón y al hígado, ¿no se si no toca el pedículo?

Suspiro mirando hacia el quirófano “A”. La paciente ya está adentro. Me apuro.

- No le tiró errar, ni quiso hacerle una joda... (Una voz en off se queja de que los pantalones que le dieron no le entran.)

- ¡Chicos está muy hipotensa! - Grita la petisa, embarazada de seis meses.

- ¡Por que no apuramos el trámite...!

La tenía intubada. El tubo endotraqueal transparente, ahora es rojo, manchado por la sangre. La cámara sigue el tubo hasta su conexión con el respirador.

El apósito que cubre el chumbazo es blanco solo en los bordes. Unas manos rápidas le colocan otro arriba que fijan con una cinta adhesiva. Al nuevo apósito lentamente le crece una escarapela roja en el centro.
La ceremonia de vestirse dura segundos. Cuando ya está en posición de toracotomía, asegurada a la camilla y con los campos quirúrgicos puestos, escucho:

- ¡Che...!, la tengo sin presión, no le encuentro pulso ... ¿fijate vos si hay latido...?

Se descubre en el ambiente y en el plano de los rostros, ahora tapados por los barbijos el rumor inequívoco, de la parca volando.
Todos lo perciben. La luz de la scialitica brilla y de vez en cuando se deja ver algún detalle, imágenes intercaladas.

- ¡Plata o mierda...! – Pienso en off.

La pared que no sangra al abordarla. El humo del electrobituri. No sé si operamos bien, pero operamos rápido. Digo y queda dentro del barbijo. El separador que abre sus dientes plateados, las costillas que se separan. Los coágulos recién formados en la cavidad pleural.

- ¡Aspiramos...!¡ aspiramos...!

Un clamps vascular se cierra en la zona inferior del pedículo pulmonar y para un chorro de sangre grueso como un dedo. Aprieto varias compresas de gasa sobre el diafragma que es un colador.

- Lavamos...,¡ ligadura...!

La cara superior del hígado es un puré de coágulos y perdigones. Encuentro el taco del cartucho entre ese paté sangrante, lo saco entre los dedos. La cámara sigue la acción.

- ¿Y como estamos...?

- ¡Igual...! – Suena del otro lado, fuera de campo y el silencio es ahora molesto.

- ¡Pero latido tiene...!

Me conformo y la cámara me busca. Veía al bobo moverse locamente, siguiendo la vida.

- Creo que paramos la canilla, por lo menos… lo más importante, ¿o no...?

- Si, ... sangrado activo no veo...

Dice Esteban, apretando la punta del aspirador contra una compresa de gasa y son los ojos de él los que aparecen en todo el tamaño del monitor. Los ojos casi transparentes y las patillas blancas de mi ayudante. La sangre y el Haemacel, se intercalan goteando a mil en un plano primerísimo.
Seguimos.

- ¡Aunque no lo puedas creer...! estamos con una presión hermosa...

Grita ahora la Petisa, todavía con la pera de goma del tensiómetro apretada en una mano y sacándose el estetoscopio con la otra. Buena escena dice alguien al editar, acá se reinicia la música, justo cuando termina de hablar la anestesista. Okey poné “wind of change” muy suave.
La unidad de filmación son dos personas y no usan luces, esto les da la gran movilidad. Deben usar la apertura siempre al máximo. Comentan.


(Escena en consultorio médico sin ventanas, con un escritorio con dos sillas y una camilla tapizada de cuerina negra como únicos muebles.)

Junio avanza con su color de frío y de barro sobre la Comarca. Para variar todavía no habíamos cobrado el sueldo. En el consultorio se huele el paso de dieciséis pacientes. Y en mi cabeza también.

- Queda una señora solamente, ¡no hay nadie más...! - Dice la enfermera, con una sonrisa como para aliviarme.

Cámara fija detrás de mí, por la puerta abierta aparece una mujer. Humildemente vestida de oscuro, el pelo casi blanco acomodado en un rodete. Con un monedero de plástico agarrado en las dos manos y apoyado sobre el abdomen. Mira hacia el piso al caminar.
Cuando llega frente al escritorio, saca una de las manos del monedero y la tiende hacia donde yo estoy sentado. Me alargo sin dejar la silla y le alcanzo la mano. Me parece pequeña y helada.
Se sienta lentamente y nos quedamos mirando. En la edición se usa solo un plano largo del rostro de ella, con muy buena definición de sus facciones.

- Yo soy la mamá de Rosa... - Me dice.

- De Rosita, usted la operó de un tiro que le pegó el marido, ¡en el verano...! – Agrega, cuando le pongo cara de no saber de quien habla.

- Siii..., anda muy bien,¡ la vi hace unos días...!

Me relajo. Era la última paciente del consultorio, y mis ganas de rajarme más que evidentes.

- Vino a hacerse un control hace unos días..., por suerte tubo una muy buena evolución...! - Asiento.

- ¡No..., por suerte no! – Me corta terminante.

Usted a mi no me conoce..., por que yo en ese momento no quise venir al hospital...- Dice y suspira.

- Cuando ella estaba en Terapia..., usted habló solo con las hermanas..., mis otras hijas, que son las más grandes..., ¡Rosita es la más chica...! - No deja de mirarme a los ojos, ni suelta el monedero.

- Yo cuando esto pasó..., no estaba acá, con mi marido somos pastores de la iglesia Evangélica y habíamos viajado a una reunión a Valcheta.

Continúa mirándome como sin verme. Dos cámaras fijas muestran plano a plano mi rostro y el de ella siguiendo el dialogo.

- Nos avisaron por teléfono..., no me dijeron bien que había pasado..., pero yo sabia que a mi hija le pasaba algo muy grave, ...que estaba en un momento muy difícil, ...nos vinimos en el colectivo de la noche, ...y en el viaje presentí que no la iba ver más viva... - Levanta apenas el mentón en un suspiro.

- ¡Créame doctor, presentí la muerte...!

La escucho sin hacer un gesto.

- Bueno..., sin dudas fue un momento muy difícil..., por suerte llegó a tiempo..., la trajeron rápido...! , y también por suerte tenemos un equipo quirúrgico muy bien entrenado...!

Agrego como para decir algo.

- ¡No doctor...!, y perdóneme por lo que le voy a decir..., pero no fue por suerte...

Se la ve conmovida.

- ¡En ese momento... ! - Se hace un silencio.

- Cuando tubo que decidir y...hacer lo que tubo que hacer con mi hija, ... ¡usted no estaba solo...!

No imagino la expresión de mi cara. Me quedo esperando lo que sigue.

- ¿Sabe una cosa doctor...?, yo no se si usted es creyente..., le voy a estar eternamente agradecido, pero no se si cree en cosas superiores... que no son milagros, pero ocurren...

Del otro lado del escritorio la sigo con las manos apoyadas en los labios, frotándolos.

- ¡Pero en ese momento...! - Continua.

- Cuando tubo que actuar para operar a mi hija..., ¡cuando hizo lo que usted dice que tenia que hacer...!

Suspira enérgicamente.

- ¡Justo en ese momento...!, ni antes, ni después..., en sus manos, para traerla de nuevo a la vida..., ¡ estaba... Dios!

No me sale decir una palabra, me apoyo con fuerza en el respaldo de la silla y siento que me corre una caricia fría por la espalda y que sube hasta el cuello, hasta la nuca, y me aprieta, y a ojos en un plano primerísimo me los cubre una lágrima, una gota transparente, repentina, que me hace parpadear.
La cámara se eleva y se aleja desde el plano de la anciana, pasa sobre mi y sigue hacia atrás por la puerta que se abre, recorre los pasillos hasta las puertas abiertas de la Guardia y pasa entre gente en movimiento, supera volando los canteros con césped, y sube, pasa los árboles, los techos y desde muy alto la imagen se congela mostrando el hospital que se lo ve muy pequeño y a lo lejos el río.

(2010)

martes, febrero 10, 2009

Aullidos













Aullidos

De mi viejo tengo un solo recuerdo y es como una visión, como la parte de una película ¿como una escena se dice?.
Saco cuentas comparando la altura de mi hermana –que es a quien tengo más nítida en ese sueño- y debo tener cuatro años, por que vivíamos en esa habitación con dos camas y la mesa grande de fórmica con patas de caño estaba junto a la puerta de entrada que daba a la galería, adonde daban también las puertas de las otras piezas, y donde vivía otra gente. Gente grande, en ese caserón que compartíamos el baño y la cocina eran todos grandes, salvo mi hermana y yo.
Sí, yo era el más chiquito y me metía por todos lados. Algunos me querían un poco y me ofrecían una torta frita, un caramelo o un pedazo de pan mojado en una olla donde hervía una salsa, sobre todo las mujeres que se quedaban solas durante el día y cocinaban.
Que ojazos que tenés guachito, me decía la vieja gorda del frente –siempre vestida de negro- la dueña de la casa y aprovechaba para darme un beso. Otros me sacaban cagando apenas me asomaba por las puertas de las habitaciones, les molestaba, y más si les abría la del baño cuando estaban adentro. Rajá pendejo de mierda me decían, y yo rajaba y me escondía en el fondo del pasillo para verlos si asomaban la cabeza asegurándose que no me quedaba tras la puerta escuchando.
El baño siempre estaba mojado y yo saltaba salpicando sobre el charco que le quedaba al piso. Cuando me acercaba al balde que tiran los papeles arrugados al lado del inodoro, era mamá la que me decía rajá. Eso no se toca.
No iba a la escuela por eso también creo que andaba por los cuatro y mi hermana ocho años, justo el doble que yo.

Mi viejo era una sombra oscura que entraba por la puerta y tapaba la luz de la galería. Todos nos quedábamos en silencio cuando llegaba, hasta mamá que bajaba la cabeza terminaba de planchar apurada y ponía el mantel y los platos en la mesa, mientras él se sacaba la gorra enorme del uniforme, el cinturón con la reglamentaria –a la pistola le decía la reglamentaria- y la chaqueta azul y lo iba acomodando lentamente arriba del ropero.
Cuando entraba la habitación se inundaba de olor a tabaco, era el olor de él. Yo lo miraba desde atrás de la mesa que me llegaba justo a la altura de los ojos, así que me escondía con la mesa y lo miraba.
Él no hablaba, así que nadie hablaba. Después salía al baño y cuando volvía la comida ya estaba servida y nosotros sentados frente al plato. Comíamos, se enojaba con mi vieja si no le alcanzaba el vino o si el guiso estaba frío y se acostaba, al ratito ya roncaba. Daba miedo como roncaba, parecía que iba a reventar.

Eso es todo lo que recuerdo de esos años, y de él. Después ya me veo solo con mamá y mi hermana en la época de ir a la escuela. De entrar al baño que siempre tuvo el piso inundado, siempre, siempre que lo recuerdo, y en invierno era escarcha lo que cubría el cemento del piso junto a la rejilla pero yo ya alcanzaba la altura del espejo, me veía aunque en puntas de pie y me peinaba para atrás, con jopo. De jugar a la pelota con guardapolvo en los recreos, de la nieve mezclada con barro, de los pies helados. De las peleas por que me gritaban: ¡hijo de milico chorro! De mi vieja llorando, de mi hermana con panza - vas a tener un sobrinito me decía la gorda del frente- y que comíamos solo de noche. Después la noche era una desesperación de perros aullando y de viento escapando por las calles, con ese rumor a fantasmas que tiene el viento y que para asustarme se mete entre los postigos y los hace golpear, y les crece un zumbido como una voz finita que quiere entrar y meterse en mi cama.

A veces cuando decido contar a alguien esta parte de mi historia siento que me toca una mano invisible, una mano que quiere cerrarme la boca, callarme, algo que me frena en ese momento cuando me detengo en el piso mojado del baño. Esa noche helada.
Esa noche que encontré a la dueña de la casa, a la del frente, vestida de negro y a oscuras sentada en el inodoro, inmóvil, en silencio. Y sin encender la luz le veía las carnes blancas colgando, cubriendo el asiento, sus carnes gordas gastadas chorreando y la cabeza tirada hacia atrás, apoyada en la pared y el tanque del depósito de agua del inodoro goteando sobre ella.
Cuando lo cuento también me aparece la desesperación de aullidos de los mismos perros de siempre. Y la veo ahí a oscuras, con los ojos abiertos. Y me veo yo, que intento abrir la boca para gritar o para decir algo y que no puedo, y el miedo es la oscuridad del baño y el frío de la noche que entra por la puerta abierta pegado a los aullidos, a esos perros lejanos. Y estoy parado en el charco del baño mirando el bulto oscuro, vestido de negro y con los ojos fijos que miran el techo.

Después regreso a la pieza entre las penumbras dejando la marca de mis pisadas con el agua del baño en las baldosas de la galería, regreso y soy un ciego que se guía por los olores tibios de la habitación y no voy a mi cama, el miedo no me deja entrar en mi cama, si en la de mamá que se da cuenta que soy yo y me ofrece un lugar junto a ella, sin despertarse.

(2007)


martes, septiembre 16, 2008

Los malos






No había pasado mucho más tiempo que el que se siente en la piel de la cara cuando la toca una ráfaga de viento, cuando la acaricia el viento que atropella y abre y cierra la puerta que da a la playa.
Así entraron.

Merecieron solo la mirada perdida del dueño cuando cruzaron el umbral. La mirada de esos ojos que ya no se sorprenden, ni dicen nada. Esos ojos de pez.
De pez tirado en la arena.
Y los dos hombres avanzan y acarrean sus huesos y su escasa carne en cada paso. Caminan sobre las tablas desparejas, titubean al adelantar cada pie y un olor extraño se desprende de los harapos que visten.
Se sientan sin mediar rodeos en los bancos altos de la barra.
Se sientan en silencio, con el mismo silencio que entraron al boliche, luego acomodan sus brazos -solo ropa y esqueleto- sobre la superficie de madera del mostrador.
El Flaco solícito se apura en limpiar la madera, con un trapo que se va humedeciendo a medida que carga lo restos de bebida de los vasos al apoyarse.

El de la nariz afilada junta la poca piel de sus manos y entrelaza dedos trasparentes que terminan en uñas largas y sucias, y apura un parpadeo, molesto.
Después queda tan inmóvil como un muerto.
El del ojo desviado y cejas espesas gira la cabeza en forma circular, explora el lugar con mirada brillante y desenfocada.

- Usted atiende este antro, o solo limpia la baba de los ebrios que se duermen en la barra? –dice al dueño, los separa solo la distancia del mostrador.

-Que desean tomar? –pregunta el Flaco, y todos los gestos de su rostro chorreante, insomne, se clavan en los forasteros.

Desde las sombras, como un aparecido, El Uruguayo hace sonar una cuerda de la guitarra que duerme entre sus manos, y el aire del bar se ilumina y vibra.
La oscuridad se esconden un poco y la luz del farol gana en fuerza con el sonido, en brillo.
El recién llegado que habló se encabrita en el asiento al romperse el silencio y deja ver la culata de un arma bajo el abrigo.
El sonido de la cuerda perdura, y el hombre que busca mirando, entre el sonido encuentra al guitarrero sentado cerca de la estufa. Abre desmesuradamente sus ojos desalineados para verlo, de no ser por la guitarra El Uruguayo es una sombra más en un rincón.

-¡Comer, queremos algo de comer! –contesta y añade preguntando a quien lo acompaña-: -¿Harry, tu quieres comer también?
La cabeza del hombre que aún no habló fue cayendo hacia delante hasta apoyarse en el mostrador entre sus brazos que las manos anudan.

-Él es Harry Dean Stanton, mi socio. –dice el hambriento, y le acomoda la cabeza en posición erguida tirando desde la solapa del saco hacia atrás, hasta que el forastero de nariz afilada sin despertarse abre los ojos. –¡Y quiere comer!, comer y beber, como yo.

El Uruguayo acomoda un tono de milonga en sus dedos, los aprieta contra el traste de la viola y comienza un punteo. Una música lenta aparece, aparece y se repite, y suena llenando el espacio de la casucha tirada en la playa, que el Flaco le escribió BAR sobre la puerta.
Y en cada acorde las cuerdas van vistiendo, rellenando, ese tiempo aburrido, insoportable que encierran las paredes, ese espacio separado por las noches que la estufa calienta y el viento del mar insiste en taparlo con su frío.

-¿Que tienes de comer?, caracolgando!

-Tengo un poco de queso.., galletas y puedo fritar pejerrey –el Flaco habla y busca algún movimiento en las manos del forastero del ojo ido.

-Trae de todo…y whisky!

-No, whisky no tengo.., tengo caña.., caña o ginebra.

-¿En este antro de ebrios no tienes un poco de whisky?, que clase de antro tienes caracolgando? –abre exageradamente la boca, cierra los ojos y niega con la cabeza.

-¿Puedes creerlo Harry?, en este antro infame no hay whisky?, deberíamos quemarlo!

El guitarrero al escuchar la amenaza puntea con más fuerza y cambia el tono, el hombre que entró en silencio y no habla duerme sentado.

-Trae… ginebra y algo de comer, lo que sea, pero rápido!-gira luego todo su cuerpo en el asiento y mira hacia las sombras donde solo se mueven los dedos sobre la guitarra.

-Rápido!, estamos hambrientos!-grita casi y mira a su socio que duerme, y parece un muerto.

-Este es Harry!, y es mi amigo, y así como lo ven ya tuvo dos esposas.., las dos están muertas!, él las mató…!-dice y golpea con su mano abierta la espalda del dormido que vuelve a inclinar la cabeza hasta apoyar la frente en el mostrador con un leve golpe.

-Deja la botella caracolgando…, déjala!, o crees que no tenemos dinero!

El dueño del bar había apoyado dos vasos en la barra y se decidía a servir con una botella de vidrio oscuro, color caramelo.
Al escucharlo dejo la botella de ginebra junto a los vasos y se perdió tras la cortina de la puerta que da a la cocina.

-Bebe Harry!, bebe!.., -con su mala mirada llena los vasos hasta que la bebida desborda y se derrama sobre la madera-Nadie como tu se merece un trago…, después de cruzar este infierno!

-Y tú toca algo más alegre o te las verás con mi mal humor…!-le dice a la sombra que puntea sobre cuerdas con tonos de milongas.
Y empina el vaso.

El Flaco y su rostro derramado, -ese montón de gestos que le caen de la cara- aparecen al moverse nuevamente la cortina con queso y galletas en un plato, en la otra mano trae una jarra de cerveza.
Sin que lo vean acomoda el hacha, con el cabo junto a sus piernas, tras la barra.

-Ah!, no eres tan inútil…camarero, cerveza tienes en esta pocilga además de ratas.-desde la cocina avanzó mezclado con el tufo de los hombres el olor del pescado al fritarse.
El norteamericano bebió la cerveza empinando la jarra.

-Harry,¿ no bebes?..., demuéstrale a estos latinos como bebe un hombre de Kentucky!

-El es de Kentucky…, y es mi amigo y feroz compañero!, yo soy de Arizona…United State of America!, comprenden?

Debajo del forastero que parece un muerto colgado de la barra crece lento y silencioso un charco de líquido humeante, que cae desde su pantalón y le moja las botas sucias por la arena, antes de llegar al piso.

*****

De los labios del Uruguayo brota su voz grave, su voz acompasada y varonil que habla de una mujer, y respeta una dulce melodía que marca la guitarra. Habla de una mujer brasilera que conoció. El guitarrero habla al cantar, habla y sufre.

Stefanie, yo ayer estaba solo y hoy también,
pero en mi casa ha quedado el perfume de tu piel.
Te veo salir, correr por el pasillo del hotel,
la vida es cruel, Stefanie…


-¡Eh! ¡caracolgando!-gritó el que dijo era de Arizona- , quien le dijo a este que puede cantar?-grita nuevamente, mientras mastica.

El cantor entona la canción, esa dulce canción que habla de una mujer brasilera, la entona y sueña y sigue hasta terminarla. Luego sonríe, pensando en ella. El ahora es como cualquier otro poeta, se enamora de sus mujeres, se enamora quizá demasiado.
El Flaco trae un plato con pejerrey frito, oloroso, y la gaviota que duerme sobre el tonel abre los ojos y estira el cuello. Luego sigue durmiendo o cierra solo los ojos como el guitarrero, para soñar mejor.

-Buscamos a un marino…, venimos tras él hace largo tiempo y lo encontraremos a ese matón ¿no Harry?, nadie se escapa de nosotros!-come y bebe usando ambas manos.

-Un marino Maltés, que ahora huye como una prostituta, ya daremos con él…, de Harry y Jack nadie puede escapar, nadie!

Harry ya no emite algún sonido. El Flaco le pone el máximo de expresión que puede a sus ojos, pero sigue mirando como un pez. El Uruguayo prende un faso y acaricia la viola y observa al bravucón que habla.

-Tráenos más bebida…!, que esperas, que te ruegue caracolgando!-y ríe estúpidamente, ríe.

-No hay más señores…-dice el dueño del Bar, y niega con la cabeza.

El rostro se le mueve y su cabellera blanca flota en las sombras que se dibujan en el techo.

-Como has dicho? Que no tiene más para beber en este antro?-dice acercando su rostro de ojos desviados a la cara derramada del Flaco por sobre el mostrador.

-Eso fue lo que dije!

Y el dueño toma el hacha que tiene junto a sus piernas, la toma con las dos manos y la apoya sobre el mostrador.

-Bueno, hombre…, no es para que lo tomes así.-habla especulando Jack, el de Arizona y ve como el Uruguayo ahora tiene entre sus manos una escopeta dieciséis de dos caños.
El Flaco en un rápido movimiento lo toma de las solapas y lo desarma. Lleva un antiguo Colt descargado.

-Vamos amigo cantinero!, solo buscamos a un hombre…, no tengo nada contigo!-dice y sonríe- Soy Jack, Jack Elam…, de Arizona!

-Te pagaré…, te pagaré lo que comimos y la bebida…! Vamos buenhombre, te lo creíste?-y amplió aun más la sonrisa que ahora rodeaba casi toda la circunferencia de su cabeza.

-¡No somos más que dos pobres actores en bancarrota…perdidos en estas interminables playas!, fue solo una interpretación…

Harry levanta la cabeza y revive al abrir los ojos. Entones por primera vez habla.

-¡Oh Jack, fue muy bueno tu monologo bocón…, juro que pensé que el patrón te partía en dos con el hacha, lo juro!

Trata de formar una sonrisa en su rostro pero solo llega a una mueca.

-Somos actores señor, y también bebemos…si, por eso sabemos que el mundo está tres tragos más atrás de lo que debería…, de no ser así…, si todos bebiéramos tres tragos más,… no tendríamos problemas…

-No le hagan caso a Jack, el siempre fue solo el malo de las películas…, el malo de las peores películas que he visto…!

Ahora sí una sonrisa se le dibuja en la cara.

(2008)

martes, septiembre 02, 2008

De vacaciones con Jane Birkin




Si, si me decís el nombre así de golpe, me partís la cabeza y la veo. La veo en la escena de una película y te juro que la imagino y la siento jadeando, cantando ese tema que solo se entendía algo cuando dice je t’aime.
Ahí la conocí, en esa película, después de los títulos cuando aparece en minifaldas, mostrando sus patas espectaculares y se agarra de una reja. Naranja la mini, para más detalles.
Veo la escena, y por mi vieja, la llevo grabada en el hueso.

Yo tendría dieciocho años o veinte, eran los setenta y por las venas me corría testosterona pura, espesa y afiebrada. Con ella me imaginé que mi vida iba a ser como la del Corto Maltés, no me lo imaginaba, estaba seguro. Solo aventuras y putas.
El nombre de la película la verdad, ni idea, si que hacia de atorranta y le salía bárbaro.
Lo que tengo más vivo es el rostro de ella, la mirabas y no podías creer que existiera.
En una secuencia el flaco le mete dos sopapos, ida y vuelta, palma y dorso a mano abierta y ella no llora, con los bifes se pone más mimosa y se desnuda. Y lo besa con el labio sangrando.

Pendeja divina, de carita angelical y la diosa del desparpajo, desfachatada diríamos en el barrio.
En otra parte de esa película está solo vestida con una musculosa blanca, cortita, tipo pupera, y para abajo no tiene nada puesto, esta desnuda y sentada sobre una cama con las gambas cruzadas como haciendo yoga, mortal.
Juega al dominó con Trintignant, sí, con Jean Louis.
El hace de un tipo medio boludo, o boludo completo que le agarra un ataque de culearse a todas las que laburan en la peli o algo así, esas historias francesas raras.
La otra mina que se cepilla el quía es Romy Schneider, diosa también, pero otro estilo, más seria y un poquito más jovata, creo que hacia de la esposa del francés, creo.

Tengo otra imagen plantada en la memoria que es el rostro de ella en primer plano, cubriendo toda la pantalla con esos ojos de pícara chupando una ficha de dominó, metiéndose entre esos labios una fichita que la hace dar vuelta dentro de la boca con un dedo, y te perfora con la sonrisa. Que tiene un toque de tristeza, pero mucho de puta.
Después él que le pregunta por la ficha, la interroga con un gesto acerca de donde está la pieza de dominó que falta, y ella se acuesta en la cama y la cámara la recorre, lentamente la recorre y muestra la cadera y las gamba para que no queden dudas que está en bolas, bien en bolas.
Que gambas tenia la diosa.
La escena sigue con un salto a un primer plano y la turra que se mira entre las piernas y hace un gesto de “no sé” estirando el cuello y negando imperceptiblemente con la cabeza mientras entrecierra los ojos. Después sonríe y le aparecen todos los dientes.
Trintignant le mira el sexo, adivina, y también sonríe.

Levanto la cabeza y me llevo las dos manos a la nuca, y estiro los brazos hacia atrás, cruje la silla y cruje mi espalda, mientras disfruto del recuerdo de esa escena.
Que buena que estaba la inglecita, por que es inglesa no francesa, igual que Jacqueline Bisset, y que pendejos nosotros.

Un señor que ocupa la mesa vecina responde al sonido de una musiquita insoportable abriendo su teléfono móvil e invadiéndome con su charla, da detalles de donde se encuentra y que come a alguien que lo monitorea por el aparatejo.
La joven que lo acompaña le saca fotos con una cámara digital mientras él habla, grita, que el paisaje es hermoso y que sacaron miles de fotos, que ya vas a ver, tenemos todo documentado, sí, es caro pero vale la pena!.
El flash de la camarita me pega en los ojos, quieren llevarse todo dentro del aparato, la mina escracha la picada de queso y la panera adornada con flores que tiene en la mesa.
No miran, sacan fotos.
Le hago una señal de que baje el volumen, cortos movimientos de mano abierta con la palma hacia abajo, y un gesto en la cara de lo que a él le ocurra me importa un carajo, y el tipo se fastidia y gira la cabeza para seguir su dialogo ahora refiriéndose a mi, cuchichiando con cara de odio.
Hoy termino a las piñas, pienso en medio de mi silencio usurpado. Un mozo se acerca solícito y engominado, y me calmo.

Ahora si, mis ojos tienen un registro objetivo de todo el restaurante, de todas las mesas. Un registro puro y simple de la gente que está en ellas, sin selección subjetiva.
Sin ver a nadie.
Salvo el forro del celular, que no deja de mirarme pero no le doy pelota y me busca con los ojos. Me mide, se saca su campera Columbia y se acomoda una bincha también de marca. Tiene calzados modernos borceguíes que le incomodan para moverse en el piso desparejo del bolichón.
Este es de los que destapó champán cuando el Cleto dijo: - Mi voto es…, no positivo..! Pienso.

No pasa un segundo y el tipo se levanta de su silla y sin dejar de mirarme camina hacia donde estoy sentado, y en la espalda, en los músculos que me rodean la escápula aumenta el tono de las miofibrillas y comienza desde ahí a nacer un sopapo, que rápidamente llega al hombro y avanza por el brazo y se cierra en el puño. Y queda así, cuando el personaje pasa desafiante hacia el baño sin mirarme.
Entonces me aflojo y leo la carta del menú. Levanto los ojos sin mirar y veo el salón.
Tengo una imagen estática, una mirada que evita el encuadre de algo en particular, y todo se mueve.
Hasta que mis ojos en el paneo la captan, y ella aparece en ese instante donde las neuronas titubean, buscan lograr la identificación, y el subconsciente manipula el momento.
Y el encuadre que logra el relojeo se congela, se impregnan receptores con algún neurotransmisor, noradrenalina activada por Cabernet Souvignón seguro, y en ese fragmento de tiempo obtengo la imagen.
Y ya es lo único que enfoco.

Cuanto hace que no la veo, que lo parió. Cuento con los dedos. Treinta y dos años.
Treinta y dos años y en un segundo de registro subjetivo la identifico y las manos en la nuca se me cierran sobre el pelo y tiro hasta que el dolor me dice que es cierto.
Y es cierto, y como observa a quien está frente a ella, como deja fija la cámara de sus ojos me asegura que es ella.
Y ya no se de que hablo, la tengo encuadrada en primer plano y es una de las películas que más prolijamente llevo editada.
Era igualita a Jane Birkin. Pero nunca me dio bola. Turra.

- Ya ordenaste algo? Digo.

Igual que Jane Birkin nunca tuvo tetas, ni tiene. Me consuelo.


(2008)

miércoles, abril 02, 2008

Ibarrita






El mar es una bestia temblorosa y marrón que late y se enfurece. A veces se calma y es una línea dormida.
Esto pasa en los días celestes del verano.
Ellos, los pocos pescadores que se sientan a mirarlo presienten que puede estallar. Lo imaginan.
Solo yo se el secreto de esos movimientos, de ese giro que hace el agua y del esqueleto negro de la barcaza que aparece en ese pozo, en ese hueco que forman la olas al girar evitando el agua verde del río que sale.


Me siento al reparo de la primera duna, la más alta. Busco desolación, sonido de viento, y estar solo y reseco. Busco intemperie.
El esqueleto negro del casco de madera aparece unos segundos, el tiempo suficiente para que una gaviota lo sobrevuele y lo toque con las patas (o el pico), trate de pararse sobre él, y luego la bestia marrón del mar temblando lo cubra.

Y la gaviota aletea con fuerza y sale del abismo de agua que revienta al cerrarse.


Algunas lanchas que entran al río cuando cae la tarde pasan sobre los restos del naufragio pero no ven nada. Ningún cambio en el agua.
Y yo se que es hora de dejar mi lugar en la duna y caminar enterrándome en la arena floja hasta el boliche.
Con el mar planchado y luna nueva espero un rato más, lo que dura un cigarro (o dos) con los ojos clavados en la línea donde el brillo del agua se ondula y me dice que es mar y que es cielo.
Espero ver el cadáver negro de madera y la bestia que tiembla a su alrededor y se traga a los ahogados.


El boliche me ampara del viento, pero igual lo siento golpear y correr por la playa.
El Flaco le da bomba al Petromax, la luz crece y la mugre resalta entre las sombras. Me sirve en silencio y el líquido transparente brilla en el vaso.

– Encontré huellas en la playa que vienen desde el mar, marcas de pasos, de rodillas y de manos. Como si alguien se arrastrara...

El Flaco se sirve. El pucho armado es como un dedo más de su mano, es un dedo humeante. Y toma de un sorbo.
Tiene el pelo largo y blanco a no ser por unos mechones amarillentos, del color de la nicotina.
Está tocado por el insomnio y al que lo toca –dicen- siente que el mundo es irreal, que es difícil acariciar algo, sentir y uno cree que las cosas lo esquivan. Solo busca dormir y el rostro mientras busca le va reventando en arrugas y párpados caídos. Pero no habla del sueño.

– Por donde? En la desembocadura?

Acerca un plato con galletas y acarrea un grupo de migas con el canto de la mano sobre el mostrador, hasta hacer una pequeña pila. Una bocanada de humo le esconde la cara.

– Serán los ahogados que siguen saliendo?

Va hasta la estufa y abre la tapa con un palo que juntó del suelo, revuelve las brasas y deja el palo de leña entre ellas. Mantiene el pucho en la boca pegado a los labios.

***

Del mar solo aparece la cascada blanca del romper, lo demás es la lluvia que cae. No se ve el cielo.
El agua caída y la marea alta tapan los rastros. Ahora el choque de las aguas en la barra se adivina por el ruido. Un ruido alejado –de tormenta- o de guerra.
El Flaco vencido ronca cerca de la estufa, yo salgo a mojarme.
Camino descalzo y arremangado hasta la curva del pescadero, entre el rumor de las gotas que pegan en la arena y la bestia tranquila, rugiendo en cada avance y el soplido de mi aliento.
Mi aliento que sale en bocanadas al caminar.


Terminó de amanecer en bajante.
Cuando entro empapado al boliche el dueño bosteza y seba un mate.

– Sacáte eso!, estás calado!

Me dice, y me tiende la mano con un dedo recién encendido y el mate en la palma.

-Nunca vas a encontrar a un ahogado, solo pasan por la playa huyendo del mar. Después se los tragan las dunas.

El agua del mate me quema en la boca, hasta que trago. Afuera la lluvia suena en las chapas, adentro el Flaco le agrega kerosén al farol y habla.

- Cuentan que uno, ya hace años, se fue con un circo que pasaba.


Tose, se le inflan las arrugas y pone la tapita del tanque al Petromax. Aprieta la rosca con fuerza.

- A trabajar de jinete fantasma.

Le devuelvo el mate y el lo recibe alargando el brazo, sin mirarme. Después prende la radio, pero entre las descargas solo se escucha una voz grave que sube y baja y chillidos. La apaga soltando los cables que van a la batería.

La puerta se abre de golpe y entra Ibarrita chorreando agua –Esto no para!- dice y grita, sacándose un encerado que le cubre la cabeza y brilla mojado, después se agacha para limpiarse las alpargatas contra el marco de la puerta.

– Cerrá…, limpiate adentro!- , le grita el bolichero, puteando.

Para afuera no se veía nada.
Ibarrita se acerca a la estufa con las manos juntas y las palmas hacia abajo hasta tocar la hornalla, las gotas que le caen del pelo y explotan en pequeñas nubes de vapor al pegar contra el hierro caliente.
Estallan haciendo chissss!.
No se mueve y al rato una tenue capa de vapor lo va rodeando como un aura y se siente el olor que larga.
Una arpillera lo cubre desde los hombros a las rodillas, se la había cerrado en el cuello con un gancho hecho de alambre.

- Sacáte la arpillera hermano, no matas con el olor a pescado!

Ibarrita tiene la cabeza pequeña, muy pequeña y los ojos saltones como un muñeco que no parpadea. Más abajo alguien le clavó una sonrisa en la cara y le quedó para siempre.
Tiró la bolsa afuera, bajo el alero y nos dijo.

- Sale pejerrey eh!, mucho! Ahí nomás a la orillita!

Con su voz de payaso.
Estaba parado adentro de un charco y temblaba, el Flaco le acercó un vaso que apoyó en la salamandra y le dejo caer un poco de caña adentro, después señalo con la cabeza como diciendo –Tomá- .
Ibarrita lo empinó agrandando su sonrisa clavada.

- Me voy un rato hasta la escollera, a probar suerte en los pozones, queda algo de carnada, no?

Chupa el mate y sin largar la bombilla apretada por los dientes mueve el mentón hacia delante, mostrándome un balde.

- Si este lo dice, tiene que haber pejerrey…

Hasta tronaba cuando salí.
Fui saltando de piedra en piedra, o buscando algún grupo de conchillas para pisar y no meter las patas en los charcos o la arena hecha barro. Cerca de la orilla donde hay arena gruesa estaba firme y no me enterraba.
Al rato, mientras encarno agachado y entre la bruma el agua seguía cayendo, pasó un jinete, -una sombra-, la imagen del mancarrón y la monta eran del color de la arena mojada.
Después se perdió entre tamariscos, con rumbo al faro.



II


Entrando por esa huella que esquiva los médanos y a veces desaparece después de un viento sur, ahí nomás para el lado del mar, antes que termine el asfalto que va al caserío, se puede ver la construcción.
Es un refugio rectangular y gris hecho de bloques que en el frente dice BAR -escrito con cal- sobre agujero negro de la puerta.
Solo bar.

- Ibarrita es la errancia…

Dijo el Flaco, y yo no le entendí.
Después me habló de su ir y venir constante por la costa, por todos los recovecos que el mar va formando cuando castiga la playa o la barranca. De comer lo que el mar le da, o lo que la gente le entrega a cambio de su pesca.

- Duerme donde lo agarra la noche, y a veces desaparece como si lo tragara el océano… o los arenales.

Pita el cigarro y niega con la cabeza, e ignora sacando más afuera el labio inferior.
Yo desde la ventana lo miro a Ibarrita que sigue inmóvil sobre una piedra -en cuclillas-, montado en la caña que sostiene con ambas manos. De esta distancia no le veo la cara.

Era el atardecer y era el verano, y en la marea baja la playa estaba acribillada de pisadas.

El bolichero niega, pita y cuenta.
Una mañana de invierno con el viento castigando la costa como un maldito y volando después sobre un oleaje embravecido, se vio un humo negro subir desde las casillas de los pulperos.
Una casilla ardía en un reparo de las dunas.
Afuera, en una silla que había sacado antes de prender el fuego una mujer estaba sentada con una criatura en brazos, miraba como en humo volaba llevado por el viento y como las chapas caían gritando entre las llamas.
Adentro se quemaba Ibarra atado a la cama por su mujer, después de pegar los últimos golpes de su última borrachera.
El niño ya miraba con ojos de sorprendido.

Le costó caminar al loquito, así lo llamaban los vecinos, sobre todo cuando lo veían gatear con dificultad siguiendo los perros y reírse sin hablar, solo reírse y mirar el mar como esperando.
Si uno venía del faro por el paso, lo podía encontrar entre la paja brava, como un animal, escondido. No se dejaba ver pero el olor lo delataba.
Pulpeaba con un alambre y una lata, y comía eso, lo que le daba el mar.

-Yo no creo que sea una sonrisa lo que lleva en la cara…!, eso es alguna deformidá por las penurias que ha pasado el pibe…

Cuando se llevaron a la madre dos milicos a los que se les enterraban los borceguíes en la arena y no podían correr, trataron de agarrarlo y no pudieron.
El vio cuando se iban y no quiso llorar o no sabía.
De ahí que anda solo por la costa.

El mar, planchado y hasta aburrido, ensimismado en un silencio sin olas, golpea las rocas. Ese grupo negro de jorobas que le salen a la playa como un animal gigante muerto en la orilla.
Ibarrita es un bulto del mismo color que el agua, sostiene la caña mirando el horizonte y sonríe.
Escruta el horizonte sin ver y sonríe por que ese es un gesto definitivo en su cara.


III


Cuatro cazoneras naufragan atrapadas por un temporal ahí nomás una vez pasada la barra del río Negro, de este río que corta la patagonia norte y termina en el mar entre bancos de arena y aguas pardas, traicioneras. Casi treinta ahogados, casi treinta tragados por el mar.
Para siempre.
Ese fue el final de la flota cazonera, no volvieron a salir. Los tripulantes de las lanchas que le ganaron a las aguas no se embarcaron nuevamente, cambiaron de oficio.
Se terminó esa tarde el negocio del aceite de hígado y los dolientes, ahora, vuelven cada septiembre a este lugar de la costa. Arrojan flores al agua y lloran sus muertos.
Y el mar siguió igual, del mismo color, con el mismo sonido.

- Vos no te creas que la vida es solo cosas concretas…, la vida también es lo que uno piensa…

Si, ya lo creo le decía yo, todo ese tiempo que se está en silencio. Y el asentía subiendo y bajando el mentón, apenas.
Le pedí una ginebra buscando enjuagarme lo que sentía en la boca y el Flaco tardó en servirla, tardó y miraba ese lugar del horizonte que pasa como una línea por la ventana, donde en el fondo crecía la mancha oscura de una tormenta.

No vale la pena sufrir por alguien, el pasar de los días es solo una pesadilla y nosotros nos movemos adentro, dije.
Después alejó la botella y entre los dos solo quedo el mostrador, la copita de ginebra y nuestro silencio.
Sobre la bordaleza esconde el cuello entre las plumas y duerme la gaviota que el bolichero crío guacha desde que era un pichoncito.
Le acerque una mano buscando enojarla y el ave me tiro un picotón, abrió las alas, después saltó desde el lugar donde dormía y en un corto vuelo llegó hasta la puerta, y salió de las sombras del bar caminando hacia la playa a donde el sol pega a pique.

****


Una brisa helada enfermó la tarde.
Castigó en mi cara y mostró que desde el Sur volando sobre el agua estaba el viento.

- Mirá…!

Me dice Ibarrita y apunta con el dedo hacia el agua, señala la costa de enfrente donde los médanos avanzan mar adentro y está la baliza.
El sol que huye brilla en la arena y en los pajonales, y se refleja en algo blanco que el mar trae empujando hacia la costa.
El llegar de las olas más grandes lo sacan a la superficie y ahí es cuando resplandece. Parece una madera. Mi acompañante respira resoplando y se mete en el agua agrandando los pasos hacia el lugar que marca su brazo extendido.
No parpadea y sigue con un movimiento de su cabeza el subir y bajar del oleaje.
Al rato, una ola enorme lo saca hasta que toca el fondo de arena y vemos que es un bote. Esperamos con paciencia a que el mar lo tire, golpe a golpe, más afuera para intentar buscarlo.
Lleva pintado un nombre, Cayetana.
Busque el zaino para que cinche y con unos cabos lo sacamos de tiro cuando el agua me daba a la cintura, el loquito hacia equilibrio arriba de las maderas medio podridas de la proa, abriendo los brazos y sonriendo.
Después el bote quedó en la playa, tirado, como un muerto reciente.




****

Ya entrada la noche en el negocio del Flaco se llenó la mesa grande del centro, se acercaron sillas, se dio bomba al farol. El aire del boliche olía a carne asándose y a humo de leña encendida.
Y eso llama a tomar.
Después el ambiente se fue poblando de voces, graves voces entrecortadas por el viento que a veces se podían oír desde la playa y llegaban hasta el agua como gritos.
El hombre de pelo blanco servía los vasos con la siempre cuidada maniobra de su mano, el líquido oscuro los completaba hasta la mitad, sin golpear el vidrio. Era vino. Negro vino.
De reojo mira como la llamas queman la leña y como la carne gotea sobre las brasas.
Gasta alguna pitada en sostener los ojos fijos en las llamas.
Desde la playa la luz de las ventanas es el único brillo humano entre los médanos. Una referencia. El cielo duerme tras nubes espesas, sin mostrar estrellas.
A unos metros de la puerta, sentado en silencio sobre una cubierta de caucho, de espaldas a las luces que apenas avanzan en la arena, está Ibarrita. De cara al mar.
El mar no se ve, si se siente su rugido.
Ibarrita mantiene los ojos fijos en la oscuridad, y la gaviota duerme en uno de los bolsillos de su saco enorme, el saco mugriento que es su refugio en las noches.
Duerme tranquila, junto a él no siente peligro ni es arisca.

- Cantá algo Uruguayo..!

Y alguien acerca una guitarra a la mesa y me la deja pegada al pecho, después mi mano izquierda acomoda los dedos en un tono y la hábil puntea, en la voz me sale el canto.


Largo sol de la escollera/enfermo se oscurecía/cuando murió Pepe Matta/ alias el Pepe Corvina.

Navegaba pescador/el timón a la deriva/la nave nunca volvió/la nave no volvería.


Al muchacho sentado fuera del boliche –que mira la noche cuando cubre el océano-, la risa eterna de su cara se le exagera y los ojos le brillan con asombro cuando ve esa sombra que sale del ruido de las olas y se hace más grande.
Se agranda y torpe camina, camina hacia él, hacia el boliche y en silencio, sin dejar huellas que marquen la arena que pisa, cruza frente a Ibarrita y entra al bar del Flaco.
Y adentro es solo otra sombra que se mezcla entre quienes rodean la mesa grande y concurrida.


Una sombra lo buscó/bajo la luna amarilla/y se perdió más allá/de la noche sumergida.

Adiós Pepe pescador/ballenero fugitivo/tatuado en la soledad/anclado en el paraíso.

Y en silencio también, escuchan el último rasguear de la bordona y festejan el final con algún aplauso, algún golpe con la mano abierta sobre la mesa o empinando lo que les queda en los vasos.

****



- Solo él ve los fantasmas que salen del mar, por eso las historias comienzan con él…, con lo que él dice.

Por eso ríe, pienso.
Por eso quizá, anoche lo vi al loquito en los restos del bote abandonado hablando solo tras su sonrisa, pero como si lo hiciera con alguien.

El rumor del mar avanza por la arena, me rodea, y es un viento frío.




III





Ibarrita ese invierno se perdió entre los médanos un número desesperante de noches, de heladas noches en la costa, y guiado por su instinto descubrió vagando junto al mar, grutas y cañadones donde guarecerse.
Saboreó la pulpa fresca de la fruta de los manzanos que le crecen al desierto cerca del río como una bendición.
Atendió su hambre con la carne fresca de palomas que en bandadas recorren este extenso continente.
Vagó sin su sombra durante los días de tormenta. Se le hizo familiar el ruido de la lluvia.
Hasta que el olor del océano lo guió de regreso al lugar del incendio, a ese lugar donde había muerto su padre, y no había nada, solo unas chapas enterradas en la arena que el oxido pintó de marrón oscuro y las fue transformando en polvo, y que pronto desaparecerían.

El loquito no sabría nunca por que esa hondonada entre dunas le era familiar, él miraba ese espacio de muerte y ampliaba la sonrisa ya formada en el gesto de su rostro, y en los ojos distraídos y exageradamente abiertos se le podía encontrar flotando algún recuerdo.

****

El grito de las gaviotas, ese canto que se le cuelga al viento, lo llevó hasta la costa, hasta una playa donde dos hombres arrastraban un bote de pesca fuera de las aguas.
Dieron vuelta un tambor que sacaron con esfuerzo de la embarcación y al volcarlo se formó una pila resbaladiza y brillante de pescadillas que aún coleteaban sobre la arena.
Ansiosa la bandada se acercó al bote planeando a baja altura, gritando y dejándose sostener con las alas abiertas por el viento.
Ibarrita se sentó a unos metros de los pescadores que diestramente evisceraban y decapitaban su cosecha arrojando los restos al agua que llegaba ola tras ola.
El grupo de aves lo fue rodeando, sin temerle, cual si fuera uno más de la bandada.

Al abandonar la playa los hombres que solo hablaban entre ellos, dejaron en las manos supinas del loquito dos peces limpios.
Él les sonrió agradeciendo.
Una de las gaviotas caminó hasta el muchacho sentado y de un salto se paró en su rodilla haciendo equilibrio con un aleteo.
Ibarrita le ofreció una cabeza de pescadilla y el ave de un picotazo vació el ojo siempre abierto del pescado.

****

La mujer caminó con dificultad la distancia que separa la puerta de entrada y el mostrador del boliche. El aire esta mezclado aun en vahos de alcoholes y ese olor penetrante que dejan los pescadores al comer.
Se desplaza ayudada por una rama de sauce que usa de bastón, le faltan los dedos de un pie que lleva envuelto por una media de lana y calzado en una alpargata.
El otro parece entero y en el se apoya para avanzar.

Seducida al principio por el ave parada sobre el tonel de madera, se entrega al silencio de observarla sin moverse, luego se atreve a acercarse para ver mejor y la gaviota cambia de posición la cabeza, en un único movimiento la enfrenta con el pico amarillo y brillante.
La mujer se planta en misteriosa actitud de ritual, sin notarse en ella algún gesto.
Viste ropas negras y gastadas. Le cubre la cabeza un pañuelo blanco atado bajo el mentón.
Tiene rostro, porte y maneras de campesina.
Queda parada a cierta distancia del ave. No la toca, como pretenden hacerlo tantos parroquianos que llegan a la costa. No intenta tantearle con la mano su cabeza esquiva, ni acariciar la lisura perfecta del plumaje.
El ave vuelve su cabeza, indiferente, y la mujer busca una silla donde derrumbarse.
El Flaco le ofrece agua fresca que deja junto a ella en la mesa.
Bebe usando las dos manos para sostener el jarro y agradece con una voz gastada. Sombría.
El bolichero corresponde con una leve inclinación del cuerpo.

****

Junté hojas y ramas de tamariscos secos que el viento amontonó en los reparos de atrás del boliche.
Ibarrita me ayudaba con las manos sin hablarme, le di el rastrillo y él termino de hacer la pila, dejando alrededor solo la arena surcada por los dientes de la herramienta.

- Prendéme…!

Me dijo, y le encendí un papel arrugado que venia retorciendo entre las manos. Lo puso rápidamente bajo la parva de yuyos y ramas secas, y se alejo hasta quedar a mi lado.
Creció una pequeña nube blanca desde el fondo de las ramas, el humo creció hasta jugar por todos los rincones del patio y ahí fue cuando estallaron las llamas y el calor rojo amarillo de sus múltiples lenguas nos llego a la piel.
El muchacho estiro el cuello y busco con la nariz el humo que fue desapareciendo.

- Te gusta el humo? Le dije.

Y me contesto que si, sonriendo y moviendo la cabeza muy rápido de arriba hacia abajo.
Las llamas con pequeñas explosiones se fueron terminando, con el rastrillo le agregaba los restos de ramitas que quedaban en los bordes y el fuego crecía de nuevo, pero con menos fuerza, hasta ser solo cenizas.
Después se sentó a mi lado, se refregó los ojos y miró seriamente como prendía un cigarro.

****

- Ese es el pibe mío?, preguntó la mujer al bolichero mirando por la ventana.

Así, comenzada la charla, el Flaco se enteró por boca de la viuda lo que pasó en la casilla esa madrugada maldita en que murió Ibarra.

- Él mismo le dijo a la mujer que lo atara a la cama y quemara el rancho…

Y en el rostro a mi amigo le fueron reventando todas las arrugas, y en el rostro le crecen las sombras y las noches en vela y la piel es del color del pucho que está armando hasta que moja con su lengua roja el borde del papel, prolijamente moja el papel con el que termina de envolver el tabaco y lo queda sobando entre cuatro dedos, dándole forma, con las manos juntas.
Lo mira, lo lleva a sus labios entreabiertos -que lo aprietan apenas- y lo enciende luego del estallido del fósforo que explota entre sus dedos cuando golpea contra su palma, donde esconde la caja.

- Ella, confesó aquí, tomando agua.., antes de irse!

El Flaco contaría muchas veces esta historia, repitiendo la misma afirmación, los clientes habituales o la gente que anda de paso sabrían el tono justo con que él escuchó la confesión de la asesina, repitiendo lo que él sentía.

- Nadie le creyó.

El inmóvil frío del mar, afuera, escarchaba con algún instrumento silencioso los charcos que quedan en la sombra y la arena mojada.
Esa noche se nos mezcló el insomnio y quedamos solos con la lámpara de querosén encendida mientras un silencio inmenso cubría los cielos, la tierra y las aguas. El boliche débilmente alumbrado, permanecía como un animal descansando en la playa.

- Me dijo que lo tenía adentro y que de esa forma todo terminaría.

Tomé un sorbo y lo interrogué entrecerrando los ojos.

- Que tenía el diablo adentro, y ella le creyó…!

Dijo el Flaco y la puerta retumbó con los golpes de alguien llamando, se nos heló la sangre, pero fui a abrir con la lámpara en la mano, mi compañero de bebida manoteó un palo y me miro caminar hasta la entrada.
Corrí el pasador y el portón de madera se abrió solo empujado por el viento, atrás estaba Ibarrita, sonriendo.

(Dedicado a mi amigo Raúl Artola)
(2008)

martes, marzo 04, 2008

Una mujer desnuda en el Sur de Tenerife


Ahora sin verlo, en el recuerdo,
en la tarde tajeada por el sol,
el mar se aparecía temible y azul, y en lo distante, en lo lejano,
ese azul se perdía dentro de sus ojos,
de mirarlo.

Y en el pelo,
en la grácil catarata desprovista de colores (que goteaba emergida),
se apoyaba la arena,
que es agua ausente,
y es un silencio (para siempre).
La plena concepción del azabache.

La ausencia (esa suerte de agujero en la materia),
era el negro.
De su pelo rezumante, recién empapado,
y el dibujo del viento en el agua.
(y la Calima,
el polvo del Sahara, suspendido sobre el mar.
Como niebla)
Coronando el espacio ligero, sutil de la cara,
Y los ojazos.

Los restos de la luna le caían al barranco,
la edad nos llovía sin mojarnos.
La niña jugaba en el desierto.

El mar,
el miedo del azul, es como el cielo.
Pero abajo.


Y de pronto,
a duras penas, en la sed que quema,
hoscamente en el fondo (el oleum pretiosum se impregna de esmeralda).


Transitando la piedra,
en el pómulo rudo del que se aleja,
doliéndole el color de la piel calcinada.
Se marcha el forastero.
La perra soledad se meterá en su lecho,
se encarnará en su lengua.

Y es un solo hombre.
Hoy sin amigos (los que lo esperan cuando cruza mundo).
No se que formas extraña,
que formas le duelen en las manos,
que ceremonias ya no necesita,
las lleva grabadas.

Un hombre solo, (ahí va, con sus pobres huesos).

Quiere estar de una vez en el día siguiente.