martes, septiembre 16, 2008

Los malos






No había pasado mucho más tiempo que el que se siente en la piel de la cara cuando la toca una ráfaga de viento, cuando la acaricia el viento que atropella y abre y cierra la puerta que da a la playa.
Así entraron.

Merecieron solo la mirada perdida del dueño cuando cruzaron el umbral. La mirada de esos ojos que ya no se sorprenden, ni dicen nada. Esos ojos de pez.
De pez tirado en la arena.
Y los dos hombres avanzan y acarrean sus huesos y su escasa carne en cada paso. Caminan sobre las tablas desparejas, titubean al adelantar cada pie y un olor extraño se desprende de los harapos que visten.
Se sientan sin mediar rodeos en los bancos altos de la barra.
Se sientan en silencio, con el mismo silencio que entraron al boliche, luego acomodan sus brazos -solo ropa y esqueleto- sobre la superficie de madera del mostrador.
El Flaco solícito se apura en limpiar la madera, con un trapo que se va humedeciendo a medida que carga lo restos de bebida de los vasos al apoyarse.

El de la nariz afilada junta la poca piel de sus manos y entrelaza dedos trasparentes que terminan en uñas largas y sucias, y apura un parpadeo, molesto.
Después queda tan inmóvil como un muerto.
El del ojo desviado y cejas espesas gira la cabeza en forma circular, explora el lugar con mirada brillante y desenfocada.

- Usted atiende este antro, o solo limpia la baba de los ebrios que se duermen en la barra? –dice al dueño, los separa solo la distancia del mostrador.

-Que desean tomar? –pregunta el Flaco, y todos los gestos de su rostro chorreante, insomne, se clavan en los forasteros.

Desde las sombras, como un aparecido, El Uruguayo hace sonar una cuerda de la guitarra que duerme entre sus manos, y el aire del bar se ilumina y vibra.
La oscuridad se esconden un poco y la luz del farol gana en fuerza con el sonido, en brillo.
El recién llegado que habló se encabrita en el asiento al romperse el silencio y deja ver la culata de un arma bajo el abrigo.
El sonido de la cuerda perdura, y el hombre que busca mirando, entre el sonido encuentra al guitarrero sentado cerca de la estufa. Abre desmesuradamente sus ojos desalineados para verlo, de no ser por la guitarra El Uruguayo es una sombra más en un rincón.

-¡Comer, queremos algo de comer! –contesta y añade preguntando a quien lo acompaña-: -¿Harry, tu quieres comer también?
La cabeza del hombre que aún no habló fue cayendo hacia delante hasta apoyarse en el mostrador entre sus brazos que las manos anudan.

-Él es Harry Dean Stanton, mi socio. –dice el hambriento, y le acomoda la cabeza en posición erguida tirando desde la solapa del saco hacia atrás, hasta que el forastero de nariz afilada sin despertarse abre los ojos. –¡Y quiere comer!, comer y beber, como yo.

El Uruguayo acomoda un tono de milonga en sus dedos, los aprieta contra el traste de la viola y comienza un punteo. Una música lenta aparece, aparece y se repite, y suena llenando el espacio de la casucha tirada en la playa, que el Flaco le escribió BAR sobre la puerta.
Y en cada acorde las cuerdas van vistiendo, rellenando, ese tiempo aburrido, insoportable que encierran las paredes, ese espacio separado por las noches que la estufa calienta y el viento del mar insiste en taparlo con su frío.

-¿Que tienes de comer?, caracolgando!

-Tengo un poco de queso.., galletas y puedo fritar pejerrey –el Flaco habla y busca algún movimiento en las manos del forastero del ojo ido.

-Trae de todo…y whisky!

-No, whisky no tengo.., tengo caña.., caña o ginebra.

-¿En este antro de ebrios no tienes un poco de whisky?, que clase de antro tienes caracolgando? –abre exageradamente la boca, cierra los ojos y niega con la cabeza.

-¿Puedes creerlo Harry?, en este antro infame no hay whisky?, deberíamos quemarlo!

El guitarrero al escuchar la amenaza puntea con más fuerza y cambia el tono, el hombre que entró en silencio y no habla duerme sentado.

-Trae… ginebra y algo de comer, lo que sea, pero rápido!-gira luego todo su cuerpo en el asiento y mira hacia las sombras donde solo se mueven los dedos sobre la guitarra.

-Rápido!, estamos hambrientos!-grita casi y mira a su socio que duerme, y parece un muerto.

-Este es Harry!, y es mi amigo, y así como lo ven ya tuvo dos esposas.., las dos están muertas!, él las mató…!-dice y golpea con su mano abierta la espalda del dormido que vuelve a inclinar la cabeza hasta apoyar la frente en el mostrador con un leve golpe.

-Deja la botella caracolgando…, déjala!, o crees que no tenemos dinero!

El dueño del bar había apoyado dos vasos en la barra y se decidía a servir con una botella de vidrio oscuro, color caramelo.
Al escucharlo dejo la botella de ginebra junto a los vasos y se perdió tras la cortina de la puerta que da a la cocina.

-Bebe Harry!, bebe!.., -con su mala mirada llena los vasos hasta que la bebida desborda y se derrama sobre la madera-Nadie como tu se merece un trago…, después de cruzar este infierno!

-Y tú toca algo más alegre o te las verás con mi mal humor…!-le dice a la sombra que puntea sobre cuerdas con tonos de milongas.
Y empina el vaso.

El Flaco y su rostro derramado, -ese montón de gestos que le caen de la cara- aparecen al moverse nuevamente la cortina con queso y galletas en un plato, en la otra mano trae una jarra de cerveza.
Sin que lo vean acomoda el hacha, con el cabo junto a sus piernas, tras la barra.

-Ah!, no eres tan inútil…camarero, cerveza tienes en esta pocilga además de ratas.-desde la cocina avanzó mezclado con el tufo de los hombres el olor del pescado al fritarse.
El norteamericano bebió la cerveza empinando la jarra.

-Harry,¿ no bebes?..., demuéstrale a estos latinos como bebe un hombre de Kentucky!

-El es de Kentucky…, y es mi amigo y feroz compañero!, yo soy de Arizona…United State of America!, comprenden?

Debajo del forastero que parece un muerto colgado de la barra crece lento y silencioso un charco de líquido humeante, que cae desde su pantalón y le moja las botas sucias por la arena, antes de llegar al piso.

*****

De los labios del Uruguayo brota su voz grave, su voz acompasada y varonil que habla de una mujer, y respeta una dulce melodía que marca la guitarra. Habla de una mujer brasilera que conoció. El guitarrero habla al cantar, habla y sufre.

Stefanie, yo ayer estaba solo y hoy también,
pero en mi casa ha quedado el perfume de tu piel.
Te veo salir, correr por el pasillo del hotel,
la vida es cruel, Stefanie…


-¡Eh! ¡caracolgando!-gritó el que dijo era de Arizona- , quien le dijo a este que puede cantar?-grita nuevamente, mientras mastica.

El cantor entona la canción, esa dulce canción que habla de una mujer brasilera, la entona y sueña y sigue hasta terminarla. Luego sonríe, pensando en ella. El ahora es como cualquier otro poeta, se enamora de sus mujeres, se enamora quizá demasiado.
El Flaco trae un plato con pejerrey frito, oloroso, y la gaviota que duerme sobre el tonel abre los ojos y estira el cuello. Luego sigue durmiendo o cierra solo los ojos como el guitarrero, para soñar mejor.

-Buscamos a un marino…, venimos tras él hace largo tiempo y lo encontraremos a ese matón ¿no Harry?, nadie se escapa de nosotros!-come y bebe usando ambas manos.

-Un marino Maltés, que ahora huye como una prostituta, ya daremos con él…, de Harry y Jack nadie puede escapar, nadie!

Harry ya no emite algún sonido. El Flaco le pone el máximo de expresión que puede a sus ojos, pero sigue mirando como un pez. El Uruguayo prende un faso y acaricia la viola y observa al bravucón que habla.

-Tráenos más bebida…!, que esperas, que te ruegue caracolgando!-y ríe estúpidamente, ríe.

-No hay más señores…-dice el dueño del Bar, y niega con la cabeza.

El rostro se le mueve y su cabellera blanca flota en las sombras que se dibujan en el techo.

-Como has dicho? Que no tiene más para beber en este antro?-dice acercando su rostro de ojos desviados a la cara derramada del Flaco por sobre el mostrador.

-Eso fue lo que dije!

Y el dueño toma el hacha que tiene junto a sus piernas, la toma con las dos manos y la apoya sobre el mostrador.

-Bueno, hombre…, no es para que lo tomes así.-habla especulando Jack, el de Arizona y ve como el Uruguayo ahora tiene entre sus manos una escopeta dieciséis de dos caños.
El Flaco en un rápido movimiento lo toma de las solapas y lo desarma. Lleva un antiguo Colt descargado.

-Vamos amigo cantinero!, solo buscamos a un hombre…, no tengo nada contigo!-dice y sonríe- Soy Jack, Jack Elam…, de Arizona!

-Te pagaré…, te pagaré lo que comimos y la bebida…! Vamos buenhombre, te lo creíste?-y amplió aun más la sonrisa que ahora rodeaba casi toda la circunferencia de su cabeza.

-¡No somos más que dos pobres actores en bancarrota…perdidos en estas interminables playas!, fue solo una interpretación…

Harry levanta la cabeza y revive al abrir los ojos. Entones por primera vez habla.

-¡Oh Jack, fue muy bueno tu monologo bocón…, juro que pensé que el patrón te partía en dos con el hacha, lo juro!

Trata de formar una sonrisa en su rostro pero solo llega a una mueca.

-Somos actores señor, y también bebemos…si, por eso sabemos que el mundo está tres tragos más atrás de lo que debería…, de no ser así…, si todos bebiéramos tres tragos más,… no tendríamos problemas…

-No le hagan caso a Jack, el siempre fue solo el malo de las películas…, el malo de las peores películas que he visto…!

Ahora sí una sonrisa se le dibuja en la cara.

(2008)

martes, septiembre 02, 2008

De vacaciones con Jane Birkin




Si, si me decís el nombre así de golpe, me partís la cabeza y la veo. La veo en la escena de una película y te juro que la imagino y la siento jadeando, cantando ese tema que solo se entendía algo cuando dice je t’aime.
Ahí la conocí, en esa película, después de los títulos cuando aparece en minifaldas, mostrando sus patas espectaculares y se agarra de una reja. Naranja la mini, para más detalles.
Veo la escena, y por mi vieja, la llevo grabada en el hueso.

Yo tendría dieciocho años o veinte, eran los setenta y por las venas me corría testosterona pura, espesa y afiebrada. Con ella me imaginé que mi vida iba a ser como la del Corto Maltés, no me lo imaginaba, estaba seguro. Solo aventuras y putas.
El nombre de la película la verdad, ni idea, si que hacia de atorranta y le salía bárbaro.
Lo que tengo más vivo es el rostro de ella, la mirabas y no podías creer que existiera.
En una secuencia el flaco le mete dos sopapos, ida y vuelta, palma y dorso a mano abierta y ella no llora, con los bifes se pone más mimosa y se desnuda. Y lo besa con el labio sangrando.

Pendeja divina, de carita angelical y la diosa del desparpajo, desfachatada diríamos en el barrio.
En otra parte de esa película está solo vestida con una musculosa blanca, cortita, tipo pupera, y para abajo no tiene nada puesto, esta desnuda y sentada sobre una cama con las gambas cruzadas como haciendo yoga, mortal.
Juega al dominó con Trintignant, sí, con Jean Louis.
El hace de un tipo medio boludo, o boludo completo que le agarra un ataque de culearse a todas las que laburan en la peli o algo así, esas historias francesas raras.
La otra mina que se cepilla el quía es Romy Schneider, diosa también, pero otro estilo, más seria y un poquito más jovata, creo que hacia de la esposa del francés, creo.

Tengo otra imagen plantada en la memoria que es el rostro de ella en primer plano, cubriendo toda la pantalla con esos ojos de pícara chupando una ficha de dominó, metiéndose entre esos labios una fichita que la hace dar vuelta dentro de la boca con un dedo, y te perfora con la sonrisa. Que tiene un toque de tristeza, pero mucho de puta.
Después él que le pregunta por la ficha, la interroga con un gesto acerca de donde está la pieza de dominó que falta, y ella se acuesta en la cama y la cámara la recorre, lentamente la recorre y muestra la cadera y las gamba para que no queden dudas que está en bolas, bien en bolas.
Que gambas tenia la diosa.
La escena sigue con un salto a un primer plano y la turra que se mira entre las piernas y hace un gesto de “no sé” estirando el cuello y negando imperceptiblemente con la cabeza mientras entrecierra los ojos. Después sonríe y le aparecen todos los dientes.
Trintignant le mira el sexo, adivina, y también sonríe.

Levanto la cabeza y me llevo las dos manos a la nuca, y estiro los brazos hacia atrás, cruje la silla y cruje mi espalda, mientras disfruto del recuerdo de esa escena.
Que buena que estaba la inglecita, por que es inglesa no francesa, igual que Jacqueline Bisset, y que pendejos nosotros.

Un señor que ocupa la mesa vecina responde al sonido de una musiquita insoportable abriendo su teléfono móvil e invadiéndome con su charla, da detalles de donde se encuentra y que come a alguien que lo monitorea por el aparatejo.
La joven que lo acompaña le saca fotos con una cámara digital mientras él habla, grita, que el paisaje es hermoso y que sacaron miles de fotos, que ya vas a ver, tenemos todo documentado, sí, es caro pero vale la pena!.
El flash de la camarita me pega en los ojos, quieren llevarse todo dentro del aparato, la mina escracha la picada de queso y la panera adornada con flores que tiene en la mesa.
No miran, sacan fotos.
Le hago una señal de que baje el volumen, cortos movimientos de mano abierta con la palma hacia abajo, y un gesto en la cara de lo que a él le ocurra me importa un carajo, y el tipo se fastidia y gira la cabeza para seguir su dialogo ahora refiriéndose a mi, cuchichiando con cara de odio.
Hoy termino a las piñas, pienso en medio de mi silencio usurpado. Un mozo se acerca solícito y engominado, y me calmo.

Ahora si, mis ojos tienen un registro objetivo de todo el restaurante, de todas las mesas. Un registro puro y simple de la gente que está en ellas, sin selección subjetiva.
Sin ver a nadie.
Salvo el forro del celular, que no deja de mirarme pero no le doy pelota y me busca con los ojos. Me mide, se saca su campera Columbia y se acomoda una bincha también de marca. Tiene calzados modernos borceguíes que le incomodan para moverse en el piso desparejo del bolichón.
Este es de los que destapó champán cuando el Cleto dijo: - Mi voto es…, no positivo..! Pienso.

No pasa un segundo y el tipo se levanta de su silla y sin dejar de mirarme camina hacia donde estoy sentado, y en la espalda, en los músculos que me rodean la escápula aumenta el tono de las miofibrillas y comienza desde ahí a nacer un sopapo, que rápidamente llega al hombro y avanza por el brazo y se cierra en el puño. Y queda así, cuando el personaje pasa desafiante hacia el baño sin mirarme.
Entonces me aflojo y leo la carta del menú. Levanto los ojos sin mirar y veo el salón.
Tengo una imagen estática, una mirada que evita el encuadre de algo en particular, y todo se mueve.
Hasta que mis ojos en el paneo la captan, y ella aparece en ese instante donde las neuronas titubean, buscan lograr la identificación, y el subconsciente manipula el momento.
Y el encuadre que logra el relojeo se congela, se impregnan receptores con algún neurotransmisor, noradrenalina activada por Cabernet Souvignón seguro, y en ese fragmento de tiempo obtengo la imagen.
Y ya es lo único que enfoco.

Cuanto hace que no la veo, que lo parió. Cuento con los dedos. Treinta y dos años.
Treinta y dos años y en un segundo de registro subjetivo la identifico y las manos en la nuca se me cierran sobre el pelo y tiro hasta que el dolor me dice que es cierto.
Y es cierto, y como observa a quien está frente a ella, como deja fija la cámara de sus ojos me asegura que es ella.
Y ya no se de que hablo, la tengo encuadrada en primer plano y es una de las películas que más prolijamente llevo editada.
Era igualita a Jane Birkin. Pero nunca me dio bola. Turra.

- Ya ordenaste algo? Digo.

Igual que Jane Birkin nunca tuvo tetas, ni tiene. Me consuelo.


(2008)

miércoles, abril 02, 2008

Ibarrita






El mar es una bestia temblorosa y marrón que late y se enfurece. A veces se calma y es una línea dormida.
Esto pasa en los días celestes del verano.
Ellos, los pocos pescadores que se sientan a mirarlo presienten que puede estallar. Lo imaginan.
Solo yo se el secreto de esos movimientos, de ese giro que hace el agua y del esqueleto negro de la barcaza que aparece en ese pozo, en ese hueco que forman la olas al girar evitando el agua verde del río que sale.


Me siento al reparo de la primera duna, la más alta. Busco desolación, sonido de viento, y estar solo y reseco. Busco intemperie.
El esqueleto negro del casco de madera aparece unos segundos, el tiempo suficiente para que una gaviota lo sobrevuele y lo toque con las patas (o el pico), trate de pararse sobre él, y luego la bestia marrón del mar temblando lo cubra.

Y la gaviota aletea con fuerza y sale del abismo de agua que revienta al cerrarse.


Algunas lanchas que entran al río cuando cae la tarde pasan sobre los restos del naufragio pero no ven nada. Ningún cambio en el agua.
Y yo se que es hora de dejar mi lugar en la duna y caminar enterrándome en la arena floja hasta el boliche.
Con el mar planchado y luna nueva espero un rato más, lo que dura un cigarro (o dos) con los ojos clavados en la línea donde el brillo del agua se ondula y me dice que es mar y que es cielo.
Espero ver el cadáver negro de madera y la bestia que tiembla a su alrededor y se traga a los ahogados.


El boliche me ampara del viento, pero igual lo siento golpear y correr por la playa.
El Flaco le da bomba al Petromax, la luz crece y la mugre resalta entre las sombras. Me sirve en silencio y el líquido transparente brilla en el vaso.

– Encontré huellas en la playa que vienen desde el mar, marcas de pasos, de rodillas y de manos. Como si alguien se arrastrara...

El Flaco se sirve. El pucho armado es como un dedo más de su mano, es un dedo humeante. Y toma de un sorbo.
Tiene el pelo largo y blanco a no ser por unos mechones amarillentos, del color de la nicotina.
Está tocado por el insomnio y al que lo toca –dicen- siente que el mundo es irreal, que es difícil acariciar algo, sentir y uno cree que las cosas lo esquivan. Solo busca dormir y el rostro mientras busca le va reventando en arrugas y párpados caídos. Pero no habla del sueño.

– Por donde? En la desembocadura?

Acerca un plato con galletas y acarrea un grupo de migas con el canto de la mano sobre el mostrador, hasta hacer una pequeña pila. Una bocanada de humo le esconde la cara.

– Serán los ahogados que siguen saliendo?

Va hasta la estufa y abre la tapa con un palo que juntó del suelo, revuelve las brasas y deja el palo de leña entre ellas. Mantiene el pucho en la boca pegado a los labios.

***

Del mar solo aparece la cascada blanca del romper, lo demás es la lluvia que cae. No se ve el cielo.
El agua caída y la marea alta tapan los rastros. Ahora el choque de las aguas en la barra se adivina por el ruido. Un ruido alejado –de tormenta- o de guerra.
El Flaco vencido ronca cerca de la estufa, yo salgo a mojarme.
Camino descalzo y arremangado hasta la curva del pescadero, entre el rumor de las gotas que pegan en la arena y la bestia tranquila, rugiendo en cada avance y el soplido de mi aliento.
Mi aliento que sale en bocanadas al caminar.


Terminó de amanecer en bajante.
Cuando entro empapado al boliche el dueño bosteza y seba un mate.

– Sacáte eso!, estás calado!

Me dice, y me tiende la mano con un dedo recién encendido y el mate en la palma.

-Nunca vas a encontrar a un ahogado, solo pasan por la playa huyendo del mar. Después se los tragan las dunas.

El agua del mate me quema en la boca, hasta que trago. Afuera la lluvia suena en las chapas, adentro el Flaco le agrega kerosén al farol y habla.

- Cuentan que uno, ya hace años, se fue con un circo que pasaba.


Tose, se le inflan las arrugas y pone la tapita del tanque al Petromax. Aprieta la rosca con fuerza.

- A trabajar de jinete fantasma.

Le devuelvo el mate y el lo recibe alargando el brazo, sin mirarme. Después prende la radio, pero entre las descargas solo se escucha una voz grave que sube y baja y chillidos. La apaga soltando los cables que van a la batería.

La puerta se abre de golpe y entra Ibarrita chorreando agua –Esto no para!- dice y grita, sacándose un encerado que le cubre la cabeza y brilla mojado, después se agacha para limpiarse las alpargatas contra el marco de la puerta.

– Cerrá…, limpiate adentro!- , le grita el bolichero, puteando.

Para afuera no se veía nada.
Ibarrita se acerca a la estufa con las manos juntas y las palmas hacia abajo hasta tocar la hornalla, las gotas que le caen del pelo y explotan en pequeñas nubes de vapor al pegar contra el hierro caliente.
Estallan haciendo chissss!.
No se mueve y al rato una tenue capa de vapor lo va rodeando como un aura y se siente el olor que larga.
Una arpillera lo cubre desde los hombros a las rodillas, se la había cerrado en el cuello con un gancho hecho de alambre.

- Sacáte la arpillera hermano, no matas con el olor a pescado!

Ibarrita tiene la cabeza pequeña, muy pequeña y los ojos saltones como un muñeco que no parpadea. Más abajo alguien le clavó una sonrisa en la cara y le quedó para siempre.
Tiró la bolsa afuera, bajo el alero y nos dijo.

- Sale pejerrey eh!, mucho! Ahí nomás a la orillita!

Con su voz de payaso.
Estaba parado adentro de un charco y temblaba, el Flaco le acercó un vaso que apoyó en la salamandra y le dejo caer un poco de caña adentro, después señalo con la cabeza como diciendo –Tomá- .
Ibarrita lo empinó agrandando su sonrisa clavada.

- Me voy un rato hasta la escollera, a probar suerte en los pozones, queda algo de carnada, no?

Chupa el mate y sin largar la bombilla apretada por los dientes mueve el mentón hacia delante, mostrándome un balde.

- Si este lo dice, tiene que haber pejerrey…

Hasta tronaba cuando salí.
Fui saltando de piedra en piedra, o buscando algún grupo de conchillas para pisar y no meter las patas en los charcos o la arena hecha barro. Cerca de la orilla donde hay arena gruesa estaba firme y no me enterraba.
Al rato, mientras encarno agachado y entre la bruma el agua seguía cayendo, pasó un jinete, -una sombra-, la imagen del mancarrón y la monta eran del color de la arena mojada.
Después se perdió entre tamariscos, con rumbo al faro.



II


Entrando por esa huella que esquiva los médanos y a veces desaparece después de un viento sur, ahí nomás para el lado del mar, antes que termine el asfalto que va al caserío, se puede ver la construcción.
Es un refugio rectangular y gris hecho de bloques que en el frente dice BAR -escrito con cal- sobre agujero negro de la puerta.
Solo bar.

- Ibarrita es la errancia…

Dijo el Flaco, y yo no le entendí.
Después me habló de su ir y venir constante por la costa, por todos los recovecos que el mar va formando cuando castiga la playa o la barranca. De comer lo que el mar le da, o lo que la gente le entrega a cambio de su pesca.

- Duerme donde lo agarra la noche, y a veces desaparece como si lo tragara el océano… o los arenales.

Pita el cigarro y niega con la cabeza, e ignora sacando más afuera el labio inferior.
Yo desde la ventana lo miro a Ibarrita que sigue inmóvil sobre una piedra -en cuclillas-, montado en la caña que sostiene con ambas manos. De esta distancia no le veo la cara.

Era el atardecer y era el verano, y en la marea baja la playa estaba acribillada de pisadas.

El bolichero niega, pita y cuenta.
Una mañana de invierno con el viento castigando la costa como un maldito y volando después sobre un oleaje embravecido, se vio un humo negro subir desde las casillas de los pulperos.
Una casilla ardía en un reparo de las dunas.
Afuera, en una silla que había sacado antes de prender el fuego una mujer estaba sentada con una criatura en brazos, miraba como en humo volaba llevado por el viento y como las chapas caían gritando entre las llamas.
Adentro se quemaba Ibarra atado a la cama por su mujer, después de pegar los últimos golpes de su última borrachera.
El niño ya miraba con ojos de sorprendido.

Le costó caminar al loquito, así lo llamaban los vecinos, sobre todo cuando lo veían gatear con dificultad siguiendo los perros y reírse sin hablar, solo reírse y mirar el mar como esperando.
Si uno venía del faro por el paso, lo podía encontrar entre la paja brava, como un animal, escondido. No se dejaba ver pero el olor lo delataba.
Pulpeaba con un alambre y una lata, y comía eso, lo que le daba el mar.

-Yo no creo que sea una sonrisa lo que lleva en la cara…!, eso es alguna deformidá por las penurias que ha pasado el pibe…

Cuando se llevaron a la madre dos milicos a los que se les enterraban los borceguíes en la arena y no podían correr, trataron de agarrarlo y no pudieron.
El vio cuando se iban y no quiso llorar o no sabía.
De ahí que anda solo por la costa.

El mar, planchado y hasta aburrido, ensimismado en un silencio sin olas, golpea las rocas. Ese grupo negro de jorobas que le salen a la playa como un animal gigante muerto en la orilla.
Ibarrita es un bulto del mismo color que el agua, sostiene la caña mirando el horizonte y sonríe.
Escruta el horizonte sin ver y sonríe por que ese es un gesto definitivo en su cara.


III


Cuatro cazoneras naufragan atrapadas por un temporal ahí nomás una vez pasada la barra del río Negro, de este río que corta la patagonia norte y termina en el mar entre bancos de arena y aguas pardas, traicioneras. Casi treinta ahogados, casi treinta tragados por el mar.
Para siempre.
Ese fue el final de la flota cazonera, no volvieron a salir. Los tripulantes de las lanchas que le ganaron a las aguas no se embarcaron nuevamente, cambiaron de oficio.
Se terminó esa tarde el negocio del aceite de hígado y los dolientes, ahora, vuelven cada septiembre a este lugar de la costa. Arrojan flores al agua y lloran sus muertos.
Y el mar siguió igual, del mismo color, con el mismo sonido.

- Vos no te creas que la vida es solo cosas concretas…, la vida también es lo que uno piensa…

Si, ya lo creo le decía yo, todo ese tiempo que se está en silencio. Y el asentía subiendo y bajando el mentón, apenas.
Le pedí una ginebra buscando enjuagarme lo que sentía en la boca y el Flaco tardó en servirla, tardó y miraba ese lugar del horizonte que pasa como una línea por la ventana, donde en el fondo crecía la mancha oscura de una tormenta.

No vale la pena sufrir por alguien, el pasar de los días es solo una pesadilla y nosotros nos movemos adentro, dije.
Después alejó la botella y entre los dos solo quedo el mostrador, la copita de ginebra y nuestro silencio.
Sobre la bordaleza esconde el cuello entre las plumas y duerme la gaviota que el bolichero crío guacha desde que era un pichoncito.
Le acerque una mano buscando enojarla y el ave me tiro un picotón, abrió las alas, después saltó desde el lugar donde dormía y en un corto vuelo llegó hasta la puerta, y salió de las sombras del bar caminando hacia la playa a donde el sol pega a pique.

****


Una brisa helada enfermó la tarde.
Castigó en mi cara y mostró que desde el Sur volando sobre el agua estaba el viento.

- Mirá…!

Me dice Ibarrita y apunta con el dedo hacia el agua, señala la costa de enfrente donde los médanos avanzan mar adentro y está la baliza.
El sol que huye brilla en la arena y en los pajonales, y se refleja en algo blanco que el mar trae empujando hacia la costa.
El llegar de las olas más grandes lo sacan a la superficie y ahí es cuando resplandece. Parece una madera. Mi acompañante respira resoplando y se mete en el agua agrandando los pasos hacia el lugar que marca su brazo extendido.
No parpadea y sigue con un movimiento de su cabeza el subir y bajar del oleaje.
Al rato, una ola enorme lo saca hasta que toca el fondo de arena y vemos que es un bote. Esperamos con paciencia a que el mar lo tire, golpe a golpe, más afuera para intentar buscarlo.
Lleva pintado un nombre, Cayetana.
Busque el zaino para que cinche y con unos cabos lo sacamos de tiro cuando el agua me daba a la cintura, el loquito hacia equilibrio arriba de las maderas medio podridas de la proa, abriendo los brazos y sonriendo.
Después el bote quedó en la playa, tirado, como un muerto reciente.




****

Ya entrada la noche en el negocio del Flaco se llenó la mesa grande del centro, se acercaron sillas, se dio bomba al farol. El aire del boliche olía a carne asándose y a humo de leña encendida.
Y eso llama a tomar.
Después el ambiente se fue poblando de voces, graves voces entrecortadas por el viento que a veces se podían oír desde la playa y llegaban hasta el agua como gritos.
El hombre de pelo blanco servía los vasos con la siempre cuidada maniobra de su mano, el líquido oscuro los completaba hasta la mitad, sin golpear el vidrio. Era vino. Negro vino.
De reojo mira como la llamas queman la leña y como la carne gotea sobre las brasas.
Gasta alguna pitada en sostener los ojos fijos en las llamas.
Desde la playa la luz de las ventanas es el único brillo humano entre los médanos. Una referencia. El cielo duerme tras nubes espesas, sin mostrar estrellas.
A unos metros de la puerta, sentado en silencio sobre una cubierta de caucho, de espaldas a las luces que apenas avanzan en la arena, está Ibarrita. De cara al mar.
El mar no se ve, si se siente su rugido.
Ibarrita mantiene los ojos fijos en la oscuridad, y la gaviota duerme en uno de los bolsillos de su saco enorme, el saco mugriento que es su refugio en las noches.
Duerme tranquila, junto a él no siente peligro ni es arisca.

- Cantá algo Uruguayo..!

Y alguien acerca una guitarra a la mesa y me la deja pegada al pecho, después mi mano izquierda acomoda los dedos en un tono y la hábil puntea, en la voz me sale el canto.


Largo sol de la escollera/enfermo se oscurecía/cuando murió Pepe Matta/ alias el Pepe Corvina.

Navegaba pescador/el timón a la deriva/la nave nunca volvió/la nave no volvería.


Al muchacho sentado fuera del boliche –que mira la noche cuando cubre el océano-, la risa eterna de su cara se le exagera y los ojos le brillan con asombro cuando ve esa sombra que sale del ruido de las olas y se hace más grande.
Se agranda y torpe camina, camina hacia él, hacia el boliche y en silencio, sin dejar huellas que marquen la arena que pisa, cruza frente a Ibarrita y entra al bar del Flaco.
Y adentro es solo otra sombra que se mezcla entre quienes rodean la mesa grande y concurrida.


Una sombra lo buscó/bajo la luna amarilla/y se perdió más allá/de la noche sumergida.

Adiós Pepe pescador/ballenero fugitivo/tatuado en la soledad/anclado en el paraíso.

Y en silencio también, escuchan el último rasguear de la bordona y festejan el final con algún aplauso, algún golpe con la mano abierta sobre la mesa o empinando lo que les queda en los vasos.

****



- Solo él ve los fantasmas que salen del mar, por eso las historias comienzan con él…, con lo que él dice.

Por eso ríe, pienso.
Por eso quizá, anoche lo vi al loquito en los restos del bote abandonado hablando solo tras su sonrisa, pero como si lo hiciera con alguien.

El rumor del mar avanza por la arena, me rodea, y es un viento frío.




III





Ibarrita ese invierno se perdió entre los médanos un número desesperante de noches, de heladas noches en la costa, y guiado por su instinto descubrió vagando junto al mar, grutas y cañadones donde guarecerse.
Saboreó la pulpa fresca de la fruta de los manzanos que le crecen al desierto cerca del río como una bendición.
Atendió su hambre con la carne fresca de palomas que en bandadas recorren este extenso continente.
Vagó sin su sombra durante los días de tormenta. Se le hizo familiar el ruido de la lluvia.
Hasta que el olor del océano lo guió de regreso al lugar del incendio, a ese lugar donde había muerto su padre, y no había nada, solo unas chapas enterradas en la arena que el oxido pintó de marrón oscuro y las fue transformando en polvo, y que pronto desaparecerían.

El loquito no sabría nunca por que esa hondonada entre dunas le era familiar, él miraba ese espacio de muerte y ampliaba la sonrisa ya formada en el gesto de su rostro, y en los ojos distraídos y exageradamente abiertos se le podía encontrar flotando algún recuerdo.

****

El grito de las gaviotas, ese canto que se le cuelga al viento, lo llevó hasta la costa, hasta una playa donde dos hombres arrastraban un bote de pesca fuera de las aguas.
Dieron vuelta un tambor que sacaron con esfuerzo de la embarcación y al volcarlo se formó una pila resbaladiza y brillante de pescadillas que aún coleteaban sobre la arena.
Ansiosa la bandada se acercó al bote planeando a baja altura, gritando y dejándose sostener con las alas abiertas por el viento.
Ibarrita se sentó a unos metros de los pescadores que diestramente evisceraban y decapitaban su cosecha arrojando los restos al agua que llegaba ola tras ola.
El grupo de aves lo fue rodeando, sin temerle, cual si fuera uno más de la bandada.

Al abandonar la playa los hombres que solo hablaban entre ellos, dejaron en las manos supinas del loquito dos peces limpios.
Él les sonrió agradeciendo.
Una de las gaviotas caminó hasta el muchacho sentado y de un salto se paró en su rodilla haciendo equilibrio con un aleteo.
Ibarrita le ofreció una cabeza de pescadilla y el ave de un picotazo vació el ojo siempre abierto del pescado.

****

La mujer caminó con dificultad la distancia que separa la puerta de entrada y el mostrador del boliche. El aire esta mezclado aun en vahos de alcoholes y ese olor penetrante que dejan los pescadores al comer.
Se desplaza ayudada por una rama de sauce que usa de bastón, le faltan los dedos de un pie que lleva envuelto por una media de lana y calzado en una alpargata.
El otro parece entero y en el se apoya para avanzar.

Seducida al principio por el ave parada sobre el tonel de madera, se entrega al silencio de observarla sin moverse, luego se atreve a acercarse para ver mejor y la gaviota cambia de posición la cabeza, en un único movimiento la enfrenta con el pico amarillo y brillante.
La mujer se planta en misteriosa actitud de ritual, sin notarse en ella algún gesto.
Viste ropas negras y gastadas. Le cubre la cabeza un pañuelo blanco atado bajo el mentón.
Tiene rostro, porte y maneras de campesina.
Queda parada a cierta distancia del ave. No la toca, como pretenden hacerlo tantos parroquianos que llegan a la costa. No intenta tantearle con la mano su cabeza esquiva, ni acariciar la lisura perfecta del plumaje.
El ave vuelve su cabeza, indiferente, y la mujer busca una silla donde derrumbarse.
El Flaco le ofrece agua fresca que deja junto a ella en la mesa.
Bebe usando las dos manos para sostener el jarro y agradece con una voz gastada. Sombría.
El bolichero corresponde con una leve inclinación del cuerpo.

****

Junté hojas y ramas de tamariscos secos que el viento amontonó en los reparos de atrás del boliche.
Ibarrita me ayudaba con las manos sin hablarme, le di el rastrillo y él termino de hacer la pila, dejando alrededor solo la arena surcada por los dientes de la herramienta.

- Prendéme…!

Me dijo, y le encendí un papel arrugado que venia retorciendo entre las manos. Lo puso rápidamente bajo la parva de yuyos y ramas secas, y se alejo hasta quedar a mi lado.
Creció una pequeña nube blanca desde el fondo de las ramas, el humo creció hasta jugar por todos los rincones del patio y ahí fue cuando estallaron las llamas y el calor rojo amarillo de sus múltiples lenguas nos llego a la piel.
El muchacho estiro el cuello y busco con la nariz el humo que fue desapareciendo.

- Te gusta el humo? Le dije.

Y me contesto que si, sonriendo y moviendo la cabeza muy rápido de arriba hacia abajo.
Las llamas con pequeñas explosiones se fueron terminando, con el rastrillo le agregaba los restos de ramitas que quedaban en los bordes y el fuego crecía de nuevo, pero con menos fuerza, hasta ser solo cenizas.
Después se sentó a mi lado, se refregó los ojos y miró seriamente como prendía un cigarro.

****

- Ese es el pibe mío?, preguntó la mujer al bolichero mirando por la ventana.

Así, comenzada la charla, el Flaco se enteró por boca de la viuda lo que pasó en la casilla esa madrugada maldita en que murió Ibarra.

- Él mismo le dijo a la mujer que lo atara a la cama y quemara el rancho…

Y en el rostro a mi amigo le fueron reventando todas las arrugas, y en el rostro le crecen las sombras y las noches en vela y la piel es del color del pucho que está armando hasta que moja con su lengua roja el borde del papel, prolijamente moja el papel con el que termina de envolver el tabaco y lo queda sobando entre cuatro dedos, dándole forma, con las manos juntas.
Lo mira, lo lleva a sus labios entreabiertos -que lo aprietan apenas- y lo enciende luego del estallido del fósforo que explota entre sus dedos cuando golpea contra su palma, donde esconde la caja.

- Ella, confesó aquí, tomando agua.., antes de irse!

El Flaco contaría muchas veces esta historia, repitiendo la misma afirmación, los clientes habituales o la gente que anda de paso sabrían el tono justo con que él escuchó la confesión de la asesina, repitiendo lo que él sentía.

- Nadie le creyó.

El inmóvil frío del mar, afuera, escarchaba con algún instrumento silencioso los charcos que quedan en la sombra y la arena mojada.
Esa noche se nos mezcló el insomnio y quedamos solos con la lámpara de querosén encendida mientras un silencio inmenso cubría los cielos, la tierra y las aguas. El boliche débilmente alumbrado, permanecía como un animal descansando en la playa.

- Me dijo que lo tenía adentro y que de esa forma todo terminaría.

Tomé un sorbo y lo interrogué entrecerrando los ojos.

- Que tenía el diablo adentro, y ella le creyó…!

Dijo el Flaco y la puerta retumbó con los golpes de alguien llamando, se nos heló la sangre, pero fui a abrir con la lámpara en la mano, mi compañero de bebida manoteó un palo y me miro caminar hasta la entrada.
Corrí el pasador y el portón de madera se abrió solo empujado por el viento, atrás estaba Ibarrita, sonriendo.

(Dedicado a mi amigo Raúl Artola)
(2008)

martes, marzo 04, 2008

Una mujer desnuda en el Sur de Tenerife


Ahora sin verlo, en el recuerdo,
en la tarde tajeada por el sol,
el mar se aparecía temible y azul, y en lo distante, en lo lejano,
ese azul se perdía dentro de sus ojos,
de mirarlo.

Y en el pelo,
en la grácil catarata desprovista de colores (que goteaba emergida),
se apoyaba la arena,
que es agua ausente,
y es un silencio (para siempre).
La plena concepción del azabache.

La ausencia (esa suerte de agujero en la materia),
era el negro.
De su pelo rezumante, recién empapado,
y el dibujo del viento en el agua.
(y la Calima,
el polvo del Sahara, suspendido sobre el mar.
Como niebla)
Coronando el espacio ligero, sutil de la cara,
Y los ojazos.

Los restos de la luna le caían al barranco,
la edad nos llovía sin mojarnos.
La niña jugaba en el desierto.

El mar,
el miedo del azul, es como el cielo.
Pero abajo.


Y de pronto,
a duras penas, en la sed que quema,
hoscamente en el fondo (el oleum pretiosum se impregna de esmeralda).


Transitando la piedra,
en el pómulo rudo del que se aleja,
doliéndole el color de la piel calcinada.
Se marcha el forastero.
La perra soledad se meterá en su lecho,
se encarnará en su lengua.

Y es un solo hombre.
Hoy sin amigos (los que lo esperan cuando cruza mundo).
No se que formas extraña,
que formas le duelen en las manos,
que ceremonias ya no necesita,
las lleva grabadas.

Un hombre solo, (ahí va, con sus pobres huesos).

Quiere estar de una vez en el día siguiente.


miércoles, febrero 20, 2008

Ver llover


El entrecierra los ojos y mira la calle desde las penumbras del bar, e ingresa en una modorra inevitable, como cuando lee esos extensos monólogos de Cortazar en los que le habla a un personaje y le da detalles de sus silencios, de sus sueños o de por que alguien es tan estúpido.
Casi se dormía cuando la vio.

Se noto en el movimiento de algunas cabezas, al acomodar el cuello a una nueva posición fija. Cuando el cuerpo se sorprende pero disimula, o en esa duda que aparece cuando un par ojos confundidos se miran de frente, y los párpados titubean.

Ella tiene una feminidad agobiante para ese grupo de hombres que escapan al frío de la tarde y a sus infiernos privados, y murmuran cortas frases -algunas indescifrables- entre ellos, con unos cartones pintados en las manos, a los que pensativos van arrojando sobre la mesa de madera.

El hombre que solo mira por la ventana ve el aura que la rodea y se queda pensando en que algunas mujeres son perfectas, al mirarlas.

Eso fue, pero nadie escucho el sonido de los pasos de la muchacha que entraba al bar. Si la admiran deslizarse iluminada por el reflejo anaranjado que la puerta abierta deja pasar sobre las baldosas recién barridas.

Alguien acomoda la garganta por si necesita la voz, pero nadie dice nada, ni se prueba de la bebida, ya servida en los vasos.
Solo se respira en silencio, se espera.
Nadie habla y quizá en esa ausencia de sonidos se nota la sorpresa de una mujer entrando.
Y notable es también el evitar de los ojos que miran los naipes o las manos, y la ausencia, ahora, de cualquier descaro.

En la muchacha se ve a una persona sana, de caminar resuelto y destino encontrado, con el cabello negro y algo corto y una gran boca roja, atractiva. No es una cara de llorar, y la fuerza de sus piernas demuestra que de caerse y hacerse daño no se detendrá a quejarse.
No se adivina una mueca de queja en ella, ni de suplica.
Esto es lo que el hombre solo frente a la ventana piensa al verla ingresar y después seguirla por el reflejo espejado del cristal.
Se sabe bella y no lo finge, el había visto muchas mujeres fingir mientras cruzan un boliche de pueblo atestado de sombras negras, masculinas.

Ella se detiene en el teléfono, llama y continúa con el rostro hacia el piso.
Espera una respuesta.

El hombre ahora mira la lluvia a través de la ventana, mira el pasaje tan rápido de las gotas por los espacios oscuros de las sombras, y sus ojos las pierden de inmediato entre otras miles que igualmente pasan por ese fondo oscuro de sombras para caer en los charcos.
Muriendo en la superficie de los charcos, y hacer que el día tenga esa imagen de tristeza.
El diario abierto sobre la mesa lo detiene en un párrafo: “Según el Informe Europeo sobre Adicción al Consumo, el 15 por ciento de la población es adicta al consumo y un 46 por ciento de la juventud compra en exceso…”


*****


Alguien responde, por que el pelo corto, oscuro, de la muchacha gira, y los ojos brillan y los labios rojos se mueven, imperceptibles se mueven.
Y los ojos brillando miran el piso barrido del bar, mientras los labios hablan, son frases cortas y los espacios de espera más largos y tristes, como la lluvia.

Y el se ve respondiendo esa llamada –le suena en la cabeza-, mientras observa a través del vidrio sentado en la mesa junto a la ventana, y siente el impulso de colgar el teléfono y salir corriendo cuando ella habla y lo interroga con esos ojos que ahora lo enfocan.

Y se hace una pausa.
Se escucha decir -haremos lo que vos quieras-, y las manos al hombre se le pegan entre ellas sobre el diario, como si el teléfono –caliente- estuviera allí, entre sus palmas.

Y los ojos se cierran y los labios dicen chau, lo puede leer en el movimiento rojo de los labios que se separan y luego se juntan formando un pequeño hueco redondo entre ellos, como preparados para un beso.
Cuelga el teléfono, lentamente cuelga el teléfono, completando una caricia al aparato y el solo en su mesa, frente al diario -a diez metros de ella- suspira aliviado.

Ahora el rostro de la mujer se dirige al espacio que la separa de la puerta de salida, con el gesto de una decisión tomada. Y los párpados ya son grises y huyó la lozanía, los labios se afinaron y oscurecieron.
Son violáceos y el aura naranja de la luz se perdió también con las nubes de tormenta.

Al salir a la calle se cubre el cuello con las solapas del abrigo y él la mira incómodo, mira como el agua la moja, y mira como ella apura sus pasos y se aleja.
Y la lluvia que crece oscureciendo la tarde, le baña el rostro simulando lágrimas, pero desde su lugar en la ventana el hombre a ello nunca lo vería.


*****


Muchos hombres sufren actualmente la tragedia de un matrimonio infeliz, en general se van –se separan-, pero entre los que llevan adelante esta odisea de sufrimiento están los que no se animan a terminar y prolongan la agonía.

El hombre que ahora despacha desde atrás del mostrador termina de cortar con la maquina doscientos de crudo, algo gruesitos.

- Le corto un poco de queso, Adolfo?

Adolfo es un buen cliente y un buen vecino, y en el aspecto de su rostro y de su figura se puede leer -como en un actor de calidad- la tragedia del esposo que tolera el daño permanente de un casamiento inadecuado.

Adolfo le dice que si con la cabeza pero no habla.
El hombre que ahora corta queso de maquina y las fetas que apoya sobre el film de polietileno con que cubrió el jamón parecen de plástico, dice.

-Doscientos también?

Está hecho de la estofa con que se fabrican los mejores cornudos, piensa el hombre que atiende.
Recordando un texto de Arlt.

Cuando ella ingresa a la rotisería.

Ahí estaba ella nuevamente, ahora del otro lado del mostrador de su negocio, junto al gordo vestido de jogging que espera le termine de cortar el fiambre para volver al calvario de su casa.

En el disco metálico que gira, que avanza cizallando la horma de queso se le dibuja la última imagen de esa tarde de lluvia que leía el diario en la mesa del bar, junto al ventanal.

Ella tiene el rostro iluminado y la frescura de estar recién bañada, aún con el pelo mojado. Lo mira con una sonrisa que solo aparece en sus ojos y no dice nada, continua observando la estantería de los vinos, como quien conoce del tema.

- Esto es todo lo que tenés en vinos?

Interroga hablando sola y prolonga la última “ese” como si jugara con ella dentro de la boca.

Quien con precisas maniobras acomodaba las fetas que la maquina va cortando no responde, pero queda observando su perfil abstraído con el gesto de leer los precios y piensa, evitando cortarse un dedo, que es bellísima.

Adolfo sale del boliche saludando, con el paquetito de fiambre agarrado con las dos manos y una botella de soda bajo el brazo.
Rumbo a su calvario.

- Chau, que te sea leve!, no hagas locuras después de tomar…

Responde el hombre alto con el pelo gris plateado y la melena cortada estilo “Comitas” y se acerca, aun risueño, a donde ella mira la estantería de los vinos.

- Si, en que le puedo ser útil señora?

Ruega en silencio que se de vuelta, para disfrutar de su cara perfecta y de sus tetas, aún ocultas por la campera con el cierre apenas abierto.

-Algún vino de Chandón?, no tenes?

-Si, cual desea usted, señora?

-No me llames señora, Clos…Clos du moulin?, puede ser?

-Puede ser…

Y desaparece por la puerta que esta detrás del mostrador entre las tiras plásticas de la cortina que estallan a su paso.

Cuando regresa trae una botella en cada mano, del vino que ella menciono.

-No lo tengo en la góndola por que es de consumo personal, es el vino que yo tomo…

Dijo mostrando las botellas y sonriendo. Confidente.

-No me diga que compartimos el gusto de saborear esta única mezcla de varietales?

Agregó.

Ella toma entre sus manos una de las botellas, la mira, entrecierra los ojos como forzándolos a leer letras muy chiquitas, después la deja sobre el mostrador y baja con un movimiento felino el cierre de la campera hasta donde este termina.
Las tetas saltan en dirección al rotisero como dos bochas que quieren salir de una bolsa que se rompe.

-Me quiero morir!

Piensa él, casi en voz alta. Tanto, que ella se lo leyó en los ojos padecientes de miopía y astigmatismo.

-No, me lo recomendaron y quería saber cual era…!, cuanto sale?

El hombre alto que la miraba sin parpadear meneo la cabeza y espetó.

-Lo lleva, lo prueba…y después me dice…

-Nooo!, por favor, ni hablar…!

Gimió la mujer, y al contraer los músculos del abdomen las gomas subieron y bajaron perfectas.

-Disculpeme señora, pero este comercio tiene alguna pautas de comportamiento con su clientela, y creo esta es una forma de bienvenida a alguien nuevo en el barrio…!, lo lleva y lo prueba…después me informa si es de su gusto.

Ella le muestra una de las mejores sonrisas que el vería en su pasaje terrenal, después le pide una botella de agua mineral sin gas y unas servilletas de papel. Paga con monedas y sale del negocio exponiendo un culo también inolvidable.

*****

-Quien te dejó con esa cara de baboso…?

Le pregunta asomando su figura por la puerta con la cortina de tiras plásticas, quien vive con él, muy a pesar de él y que posee actitudes militares en el trato, especialmente cuando se dirige a él.

El rotisero mantiene una imagen dibujada en su retina.

- Como clavaría ahí mi banderita, como hicieron los yankis con la luna…

Piensa.

- Alevosamente…!

(2008)

lunes, enero 14, 2008





jueves, enero 03, 2008