martes, julio 06, 2010

El prosector (solo para anatomistas)


La Anatomía Moderna nace con Andrea Vesalio cuando publica su magnifica obra "De Corporis Humani Fabrica" en 1543.
Al realizarla solo cuenta con 28 años de edad y su texto se transforma en un verdadero monumento de la ciencia y del arte.
Vesalio se acercó como nadie a la realidad anatómica que conocemos en la actualidad.
En escasos lugares su información fue incompleta, salvo en el páncreas, cuya situación y aspecto externo eran ya conocidas. Pero su función como glándula secretora y conductos de excreción eran totalmente ignoradas.
Suelen decir que en el organismo humano hay como un "parque tecnológico" que regula el uso del combustible - la glucosa - para que el mismo pueda funcionar, se trata del páncreas.



Capitulo Uno (Il primo)


Los vientos del Adriático impregnados por una tenue llovizna mojan las cúpulas resplandecientes de las iglesias del cristianismo. Los capiteles palaciegos. Las figuras de mármol divinamente talladas y el Puente Rialto en la aristocrática Venecia. Luego indomables continúan su vuelo hasta los prados que rodean la antigua ciudad de Patavium, cuna del emperador Tito Livio y actual Padua.
Corre 1642, el Renacimiento estalla en una Italia dividida en múltiples repúblicas y pequeños principados, con cientos de ejércitos extranjeros afincados en su propio territorio. Disputándose sus pedazos como perros rabiosos ante un botín de guerra. Y se revuelca a sus anchas por toda Europa, dando comienzo la Edad Moderna.
Nadie lo sabrá hasta siglos después.

La noche celosamente oscura acompaña sus silencios, solo entrecortados por suspiros de asombro, bostezos o el ruido de sus tripas inquietas. Joannes Georgius Wirsung está en su salsa, diseca cadáveres.
La próxima primavera cumplirá quince insuperables años como disector en la Cátedra de Joan Vesling, no hay dudas entre los eruditos que es el más hábil de los discípulos del Maestro Juan Riolano y de Kaspar Hoffman (sus instructores en París), de ahí su nuevo cargo, capi di tutti li disectoris.
La oscuridad descansa helada y apacible sobre los enmarañados jardines que rodean los muros posteriores de la Universidad de los Artistas.

El anatomista trata de que su mano no haga sombra sobre el fino conducto que explora y sigue despegando con pequeños golpes de la panza afilada del escalpelo los bordes del “ductus”. Al retirar pacientemente los grasos fragmentos que lo envuelven, ese órgano central y profundo, queda fijo a la pared del duodeno a cinco o seis dedos de distancia del esfínter terminal del ventrículo gástrico.
Dos jóvenes estudiantes siguen en silencio sus movimientos casi sin moverse, son Thomas Bartholin y Moritz Hoffman.
El llameo de las velas tiembla en las paredes del claustro, esto lo sumerge en fantasmales alucinaciones, imagina que “fabricca” sobre un ser vivo y que este lo observa con ojos espectrales. Ojos de muerto lo miran y dan lugar a la sensación pavorosa de que una mano enérgica, de dureza metálica y ejemplar, oprime sus testículos desde la base del saco escrotal, hasta casi arrancarlos. Le desgarra las entrañas de dolor recordándole que su ciencia no era de las más populares en esta sociedad italiana. Ni bien vista por el feroz Papa e inquisidor Inocencio III.
Profanadores del descanso eterno los llama, y a veces agrega sacrílegos, blasfemos, apostatas, impíos y otras barbaridades más.
La nobleza gobernante en la República de Venecia autoriza en secreto a la Universidad la realización muy discreta de esta práctica.

Los acontecimientos humanos que marcarían la historia en ese siglo precisamente eran el resultado de su personalidad investigadora. A esto podrá sumarse seguramente la combinación de tres factores: la necessitá, la fortuna y la virtú (él le agregaba el esfuerzo). Y nadie lo apartaría de aquí en más, del claro camino que le marcaran las lecturas de Niccolo Machiavelli.
Ni siquiera sólido terror bien ganado del Santo Oficio de la Inquisición.

Certeramente no sabía como le habían procurado ese cadáver (alguien traficaba con los fiambres, era evidente). Este era un asesino, un hombre de treinta años ejecutado en la horca el día anterior en la Plaza de Vin ante una multitud, se llamó en vida Ziane Viaro della Badia. Pero igual que en todos los cuerpos que explora, que estudia, con su trabajo artesanal y científico las estructuras de los órganos parecen siempre ser idénticas a como hace cien años lo mostrara Andrea Vesalio, en la misma cátedra.
Todo, salvo la masa pálida y profunda, que el autor de la “Fabrica” ignoró completamente. Llamándola “esa carne rosada” que sirve de cojín del estomago cuando está repleto y sufrir luego a la aparición de su obra maestra que sus discípulos lo abandonaran temerosos de que se los asociara a su nombre.
Los jerarcas de la misma Universidad a la que prestigió para siempre, impedirían sus iluminadas investigaciones. Echándolo como a un perro sarnoso.
Colegas rastreros, aduladores, serviles, lagoteros, tiralevitas, lisongeros, lameculos, despreciables (y aquí paro con los sinónimos) que antiguamente lo adoraron, le retiraran la amistad y los tributos que merecía como anatomista.
Su pecado fue la osadía de refutar dogmas centenarios de las escrituras del Gran Galeno (Il Greco), quien nunca en su proceder conservador, había disecado un cuerpo humano. De ahí en adelante no iba a haber reposo para él, que osó rebelarse contra el venerado, hasta su muerte.
Este recuerdo dejó pensativo al prosector, y un escalofrío congeló su sangre fugazmente.

En nuestras biografías personales siempre estarán las historias que “a algunos” contamos a medias, o como ellos se merecen saberlas.
Para no herirlos, o para no herirnos, por que les conocemos la rivalidad, el resquemor y el poder.
También conocemos nuestra sumisión, mansedumbre y reverencia constante a la nobleza.
Escuchar la verdad los irritaría. (y eso es muy peligroso...)

En su exuberante barba bávara, apelmazada. Impenetrable hasta para las ladillas más audaces se hacen notar las horas que lleva sobre la pieza anatómica, el cadáver y sus olores. Los que emanan los restos de órganos que comienzan el ritual fisiológico de la putrefacción.
Una gran sonrisa acompaña a la transparencia acuosa de sus ojos cuando desprende, no sin esfuerzo con suaves maniobras de versado cirujano los vasos que rodean la región posterior del pancreatici (el páncreas) descifrándole un cuello, y pasando acá hacia el retroperitoneo. Fijo a los cuerpos vertebrales, para desembocar luego en la gran vena porta, gruesa como uno de sus dedos e introducirse junto al ductus de la bilis en el pedículo que ingresa (o abandona) al hígado.

La mugre y el olor de la sangre coagulada se confunden a los tufos del contenido de intestinos fermentados. Pero nada le hace separar la cabeza y su nariz prominente del abdomen abierto y estaqueado con gruesos clavos de bronce a la mesa.
No hay dudas, el muerto es fresco y las paredes del conductillo, no más grueso que una vermis di terra, elásticas y resistentes a las maniobras del prosector lo llevan por ese camino sinuoso y ondulado a la región más proximal de ese enmarañado sector del tubo digestivo.

- ¡Por el ductus...! Repite en voz baja.

- ¡Viaja todo lo que fabrica esta glándula!

Y sigue el trayecto, que luego se acoda hacia abajo y atrás, hasta ser un canal común con el meatus biliar, y desembocar rápidamente en una carúncula imperceptible a la mirada del indocto entre los pliegues de la mucosa del duodeno. Cerca del píloro.
Al comprimirlo, ordeñando con el dedo índice toda la longitud de su descubrimiento en busca de la salida de sangre coagulada, comprobó la eyaculación escasa de una gota de fluido filante y transparente que hizo brillar la mucosa al evacuarse.

- ¿Bauchspeicheldruse...? (¿Glándula salival...?) Dice en alemán y mira hacia los estudiantes.

Luego anotó en sus apuntes, con una pluma de ganso en su idioma natal.
Reiteradamente al disecar lo distrajo una formación redonda y blanca que protruía levemente como una gibosidad, no más grande que un ojo de buey abierto en la superficie marrón pálido del hígado.
Al penetrarlo con la punta del estilete, no sin esfuerzo, brotó agua cristalina en un pequeño chorro y abruptamente apareció tapando la brecha una membrana blanquísima y frágil como clara de huevo cocida, que quedo obturando la pinchadura.

- Pestes de la campiña... Pensó el prosector. (Siglos después, conoceríamos la equinococosis hidatídica)

No mejoró la luz de las velas, ya no hacia falta.
Camino hasta la pequeña ventana sin vidrios, que ventila la sala de disección y descansó sus ojos al color de la noche.
Los fríos días invernales y la nieve acumulada en los depósitos, hacían posible solo en esta época del año su tarea de investigación anatómica.
En el exterior de la cátedra todo era silencio.
Se escuchaba la lluvia sobre el empedrado.
El mundo dormía.


Sobre un pupitre alto y ahora en penumbras, continuaba abierto “De Humanis Corporis Fabrica” en el prologo, donde se leía:

- “Tú, Galeno..., que te dejaste engañar por las monas...!”

En claro reproche que Vesalio le hacia al “venerado”, por su disección sólo en animales.
Y la “Anatomía Mundini-Anatome omnium humani corporis iteriorum mambrorum” de Mondino dei Liucci, el bolognes. Cerrado. Con el lomo cuarteado por el uso y los años con las tapas grasientas y sucias por el contacto del manoseo cadavérico.





Capitulo Dos (Il che segue)


El interior de su claustro personal, estaba tibio y bien iluminado.
La madera antigua de la mesa que empleaba como escritorio, brillaba, de puro limpia.
Y sobre ella había apilados cientos de escritos en gruesos papeles apergaminados, mezclados, junto a tinteros y plumas de ganso, que de muy usadas daban pena.
Entre ellas se destacaba una que por su traza y aspecto, era de gallina bataraza.
La que más usaba.
Sobre un vértice del pesado mueble, dormía un cráneo humano amarillento.
Brillante por el manoseo, le faltaba el maxilar inferior y algunas piezas dentarias.
La silla era tallada, pero el asiento viejo y cómodo parecía sostenerlo sin esfuerzo.
Entre los estantes había libros prolijamente acomodados.
Las “Laminas de Anatomía” de Henry de Mondeville, apiladas en un cajón de confección muy fina y antigua descansaban bien resguardadas.
En el exterior al otro lado de la ventana con vidrios labrados, ahora llovía intensamente.
La invención de la imprenta, subrepticiamente y muy a pesar de los curas y los nobles, terminaba con el monopolio que ellos tenían del saber.
Los libros estaban al alcance de la plebe.
Eso impulsaba el pensamiento intelectual al humanismo.
Quizá esto podía descifrar su realidad académica, el hijo de un humilde artesano como jefe de disectores en la Cátedra de Medicina más importante de Europa.
Y Europa era el centro del mundo.

El riesgo de descubrir una forma anatómica distinta a las descriptas por los maestros, que ya descansan sentados junto a los Dioses.
Sucios por nuestras investigaciones recientes, momificados por la telaraña de lo que ya no sirve.
Congelados en algo fijo y definitivo, que los aloja en el tiempo invariable de la eternidad, pero aun reverenciados por las Academias recalcitrantes.
Nuestro alegre hallazgo puede enviarnos a la desgracia infinita por las inimaginables envidias de colegas de profesión o aprendices ambiciosos de nombre y popularidad.
El miedo a no disgustar nos hace llegar a la mentira indispensable, para que todo siga igual.
Hasta encontrar un momento que si se merece la crisis de defender nuestro descubrimiento ante quien se interponga, y lo desee.
Que quede claro, si los clásicos tienen la oportunidad de seguir viviendo es solo por obra de quienes no los toman al pie de la letra.
Ni buscan en ellos la facultad del texto sagrado, y tratan de cambiarlos con la investigación.

El día lo encontró en sus mejores condiciones intelectuales, pero su preocupación más importante esa mañana era otro “ductus”. Su propio meatus uretral.
Desde hacia varios días, para su tormento, evacuaba un humor morbidus. Amarillento y pegajoso.
Obtenido en “Il bordello del Academicci” por dos ducados y la felicidad de una cama compartida en las frías madrugadas de Padua.
No era la primera vez que lo hacían merced de grandicima pudrizione. Ni seria la ultima.
Debía lavar su miembro en forma insistente con agua hervida, aplicar aceites aromáticos y perfumadas infusiones.
Hacer que su vejiga trabajara muchas veces al día, por lo que constantemente tenia un jarrón con agua y vino, junto a su diestra mano disectora y putañera.

(Si ahora estoy un rato en silencio es para emplearlo en pensar como pudieron continuar los acontecimientos.)

Pasarían meses de frenéticas disecciones en cadáveres humanos, animales y aves, fijando preparados anatómicos en vinagre y grapa para su conservación.
Usaba la técnica de inyección en las venas ideada por Domenico Marchetti, ayudante suyo junto con Moritz Hoffman, hijo de uno de sus maestros.
Afeminado este, codicioso y con un brillo muy particular en sus ojos que siempre le inspiraron temor y desconfianza.

Ese órgano, el cojín del estomago pletórico de Vesalio, era una glándula excretora de saliva al intestino. Él lo sabía.
Lo podía afirmar ante cualquier tribunal. Basando sus experiencias en el “Methodi vitandorum errorum omnium qui in arte medica contingunt.” de Santorio Santorio (Sanctaurius).
Quien lo introduce en los procedimientos para medir fenómenos fisiológicos, y hasta hace pocos años, mientras ejercía la longevidad, vagaba llevando su sabiduría y su pesada toga por estos salones.
El ductus (il canaliculi) es el camino por donde viaja el insípido liquido trasparente, que agrede sin remedio la piel y el instrumental.

- Devorándola... ?

Sí, si la mantenemos sobre ellos y su acción transforma los alimentos en materia excretus dentro de la luz del duodeno.

- Debo informar mi descubrimiento al Maestro Riolano..., cuando este absolutamente seguro de que existe, y no es obra de mi cabeza alucinada...

Se repetía.

Quedo con la mirada fija a una de las largas galerías interiores, con alumnos caminando y otros en activas discusiones grupales.
La evocación del Insegnante trajo a su memoria su última e instructiva charla con él, antes de dejar la capital Normanda y dirigirse a Padua:

- En la vida, “discepolo amato” es importante la obtención de prestigio académico y reconocimiento público por los descubrimientos logrados en la nobilisima tarea de prosector..., anatomista y médico humanista, eso es cierto, ...pero el oro del mundo, ...la esencia, lo único que nos vamos a llevar al descanso eterno,... estimado y entrañable Joannes Georgius...!

Le dijo, apoyando su pesada mano quirúrgica en el hombro juvenil.

- Está bajo el ropaje de las damiselas..., sean estas cortesanas, burguesas, o de la servidumbre, sempre alla recerca di prostituye … y que puedas llevarte entre las sabanas de tu claustro académico, de alguna noble alcoba, el bordello, o a falta de ellos igual puedes encontrar el placer en los mullidos depósitos de heno, donde se alimentan los animales, pero un discípulo mío... siempre debe sobresalir por su poder amatorio infatigable...!

Para finalizar suspirando, casi en un ruego.

- Ello hará sentir muy orgulloso al maestro..., y seguramente dará felicidad y aventura eterna a la vida del discípulo...

Aun con los ojos fijos en una columna de mármol invadida por el musgo, sonrío por el recuerdo.
Y por la picazón constante que sufría en su manto prepucial y en la fosilla navicular. Último recodo de su uretra goteante y compungida.
Aprovechó la soledad para dar rienda suelta a sus dedos, y rascarse, casi con desesperación y exagerada energía.
Satisfecho, finalmente resopló como un caballo que se espanta.


Capitulo tres (questa cosa che morde entrambi)


- ¡No se si avergonzarme de demasiadas cosas!

Pensaba en la penumbra de su salón de disector. Oloroso y prolijo.

- De mi aspecto, de mis secretos..., de mis actitudes, de que contesto, de que hablo, y si esta bien para el entorno que me esta escuchando, si será bien tomado por los nobles, o por los curas que desgraciadamente hay cada vez más..., y que me ven como un ave de rapiña sobre indefensos seres ignotos..., y actualmente muy quietos, fríos “e sulla via di putrefazione”…

Introdujo una de sus plumas preferidas en la espesa tinta, al retirarla, espero que una gota cayera limpiamente a la boca oscura del tintero. Le alegro no ensuciar la mesa.
Repasaba la parte fundamental del texto que lo tenia íntimamente emocionado desde hacia tantos años.
Y escribía.

El “ductus”o condotto principal de este profundo órgano, puedo demostrarlo, se origina en el extremo más alejado de la masa grasosa que lo compone.
En un canal, que se inicia simple, o bifurcado.
La atraviesa (a la ghiandola) luego en su totalidad, hasta el osteum proximal en la luz del duodeno, recogiendo sus “secrezioni”.
Esta situado en su sinuoso trayecto cercano a la superficie anterior y cubierta por el ventrículo gástrico.
Más próximo al borde superior que al inferior del páncreas.
Y a medida que se acerca a su destino intestinal, y unirse al viaducto biliar, el grosor de calibre aumenta progresivamente.

Su uretra “peniena” insistía con el escozor pero sus dedos lo solucionaban de inmediato. Casi con ferocidad. Cierto placer le iluminaba el rostro si el dolor aparecía tras el rascado, excitándolo.
En las últimas semanas casi no había vagado su catedrática figura por burdeles alegres y pendencieros. Encubiertos como serias “residenze nobiliari” en la zona comercial próxima a la Universidad de los Artistas.
Su espíritu lo llamaba constantemente hacia el contacto con las desprejuiciadas “belle signore” que frecuentaba.
Pero la emoción de su descubrimiento le impedía separarse mucho tiempo de la sala de disección. Esto no lo excitaba más, definitivamente no.
Pero le haría adquirir poder y popularidad que seguramente le abrirían importantes, y “camere da letto aristocratico”. La situación le daba una trasparencia especial a sus pecaminosos ojos y un ingreso especial de sangre a sus cuerpos cavernosos, logrando la turgencia acostumbrada, y por lo cual era tan popular entre ‘las puttane’ amigas.

Yo al enemigo trato de identificarlo precozmente.
Lo marco, ya es el enemigo.
Las historias las resuelvo más fácil.
Es el enemigo, solo se merece batalla.
No me pone mal lo que al él le pase, diga, le digan.
Salvo desgracias que ponen mal a todo el mundo, aunque a veces muy secretamente en mi mente (“lo non incoraggiare o la bocca”), algunas desgracias, me alegran, hasta ese instante que lo corrijo.
Y pienso que soy un anormal, pero lo dejo allí sin una definición absoluta, en esa fracción de tiempo.

Quedo dormido por el dulce efecto del néctar que produce el fermento de las uvas. En sus sueños seguiría mezclando su pasión anatómica y sus pensamientos diabólicos.
La mañana lo despertará con un intenso dolor quemante, entre las piernas.
Que aliviará a duras penas al descargar la vejiga con gran esfuerzo, y alguna “oscenitá”.



Capitulo cuatro (l’ultimo)

Acaso saben ustedes como eran las calles de Papua a primera hora de la mañana en 1643. Cuando casi no había despuntado el sol, amaneciendo y los mendigos, y ebrios duermen todavía contra los paredones de las construcciones.
Cuando ni siquiera pasan los carros que llevan bolsas cargadas hacia el mercado.
El prosector camina con paso apurado que lo obliga a realizar un camino en bajada a alguien que bebió en demasía, no ha dormido en toda la húmeda noche.
En la plaza no esta despierto más que un “mendicante”, junto al agua de la fuente.
Wirsung piensa en la cama de su claustro. Esta hastiado, empalagado de cuerpos femeninos y de amigos bebidos hasta lo insoportable. Las imágenes pasan demasiado rápido por sus ojos nublados.

Dos hombres lo esperan entre las sombras.
En un estrecho pasadizo apuntalado por columnas antiguas, heredadas del pasado románico, le cierran el paso, sin decir palabra.
Bruscamente termina su andar apurado y queda mirándolos en silencio.
En el resplandor de la pólvora al estallar y en la sorpresa del sonido del disparo. Identificó el brillo de dos ojos conocidos, dos ojos familiares. Pero el golpe, y el dolor de la metralla en su abdomen lo hicieron caer sentado. Tratando de tapar con los dedos el espacio que se había formado entre sus músculos y vísceras.
Ahora quemadas y sangrantes.

Intenta incorporarse, pero la cabeza no le obedece. Quien había realizado el disparo, arranca de un tirón el arcabuz de las manos de su acompañante que estaba paralizado, sin poder moverse ante la escena.
Y acerca la boca del cañón del arma a muy pocos centímetros de la cabeza agonizante del joven Joannes Georgius.
Luego dispara a quemarropa con un estallido muy parecido al primero.


El 2 de marzo de 1642, Wirsung al efectuar una disección en un cadáver fresco descubre el conducto principal excretor del páncreas sin haber reconocido su función, tratando de investigar sobre su hallazgo comunica su descubrimiento en un texto y dibujo que graba en una placa de cobre, realizando luego siete copias de la misma y que envía a su maestros Riolano que vive en París y Kaspar Hoffman, a Ole Worm tío del estudiante Thomas Bartholin que fue el primero en recibir la copia del grabado , a Severino (el Napolitano) y a Johan George Volkhamer entre otros.
“Jamás encontré sangre en la luz del ductus, si un fluido turbio y filante que quita el brillo a la hoja de plata del escalpelo…”. Alegó a quienes solicitaba su opinión.
Posteriormente describe la desembocadura duodenal del conducto en niños, gatos, perros y gallinas.
El descubrimiento tuvo importante repercusión en los ambientes médicos, y parece, "aquí la información no es muy clara", también se lo asocia a la trágica muerte del prosector.
Esto fue motivo de controversias, pues se pretendía quitarle mérito a su verdadero descubridor, asignándosele a Moritz Hoffmann, hijo de Kaspar, que fue el portador de la misiva de Wirsung a Riolano, fechada el 7 de julio de 1643.
El 22 de agosto de 1643 Joannes Georgius Wirsung fue asesinado a mansalva de dos arcabuzazos por el estudiante belga Giacomo Cambier.
Durante el año 1648, Moritz Hoffman uno de los testigos de la famosa disección del ahorcado, hace una presentación mintiendo que fue él quien individualizo el conducto al disecar un pavo. Nadie le cree.
Su descubrimiento fue prontamente divulgado, y dicho conocimiento permitió a otros grandes investigadores la verificación de la función secretora del páncreas.

Este relato lo escribí en el año 1976, mientras preparaba Anatomía. Luego lo corregí, he hice algunos agregados.
Creo que se merece que alguien lo lea.

(2004)

jueves, abril 01, 2010

Documental






Una lámpara scialitica se enciende con un ruido metálico en medio del negro absoluto de la pantalla. La película abre con un aire de misterio, lo que se ve no es evidente. Una ambulancia sale lenta de su estacionamiento, hay un plano del interior de la cabina y del chofer distorsionado por la luz infrarroja.
Me calzo los pequeños auriculares, elevo el volumen y “Nothing else matter” suena, suena en la noche que ya es la dueña del último viernes de enero. Camino por los pasillos, de Guardia.
Sobre la misma toma se suma una sirena lejana y no escucho las voces en off de los familiares de internados que esperan junto de las puertas de las salas, parados, apoyados contra la pared impecable, blanca. Me deslizo siguiendo el brillo de las luces en los pisos con la música de Metallica.
Uno tiene que trabajar con cámara en mano, usar solamente la luz natural disponible y quedarse tan afuera de la película como sea posible. Teóricamente pienso. Las luces disponibles penetran por las ventanas y son el contorno nocturno de la ciudad, con algunos destellos y el cielo azul detrás.
Algunos moradores de los pasillos están en cuclillas, se tapan los ojos con la palma de una mano abierta, se consultan entre sí, miran fijamente a la cámara y murmuran, acompañan a que el tiempo pase, que la angustia termine rápidamente, se quieren ir.
Algo en la música hace crecer una sensación dramática en esos rostros. La toma ahora se hace en primeros planos.
En un banco alejado dos ancianas beben mates en silencio y ablandan, con las encías y saliva, trozos de galletitas que rítmicamente se introducen en la boca.
Una de ellas mira directamente al espectador y dice: -Buenas noches, doctor-.Vestido de verde contesto con una imperceptible reverencia y, camino, huyo. El día lo tengo ganado y la viola puntea (la viola de Kirk Hammett). Se suman imágenes intercaladas del chofer que gira el volante, que mira hacia un costado y hacia el otro, en infrarrojo es casi un fantasma.

La cabeza me pide no hacer mas nada, que ya es bastante, solo sentarme y dedicarme a la contemplación.
Un cura, - en la época que iba a patear todas las tardes a la canchita de la iglesia -, en los años que las cosas las fijaba para siempre (ahora me olvido de todo rápidamente), me dijo, que la contemplación no solo consiste en tratar de conocer el rostro de Jesús o su resplandor divino, sino en entregar el alma al pensamiento de Cristo y los misterios de la religión.
Era italiano, gordito y de anteojos. No me atrapaba nada de lo que decía, - no se porque - , pero respetuosamente lo escuchaba, - me caía bien -. Después salía disparado, a donde el fulbito gobernaba. Ahora la contemplación que necesito es otra. Tumbarme a no ver nada, a no pensar nada.
Con la música todavía sonando en aumento la imagen siguiente es fugaz y de alarma, son las luces azules de la ambulancia que giran, lo que muestra es como se iluminan los edificios cuando pasa, no el vehículo.

Una mosca me roza el brazo, la espanto sin tocarla con el dorso de los dedos. El aire fresco que trae la noche comenzó a aliviar los interiores filtrándose por donde puede. Me paso la mano por el cuello y el sudor es un brillo húmedo que se impregna en los dedos. Pegajoso. Los seco en el pantalón del equipo. Es la hora de tener hambre. El único indicio de amenaza hasta ahora es la suave música de Lars Ulrich.

- ¡Por favor vení a la Guardia..., me avisaron que traen un herido de escopeta... creo que en el tórax...! - Dijo el teléfono.

- ¡Ya voy...! - Escupo.

De repente aparece la toma de una reconstrucción, la ambulancia lanzada en velocidad con toda su parafernalia de luces y sonidos en acción ingresa al playón que desemboca en el Servicio de Emergencias. La escena que se inicia sobre el reflejo espejado de un charco de agua junto al cordón de la vereda, luego se hace aérea suavemente, y finaliza sobre los techos mostrando la ciudad a oscuras.
Primer plano con cámara en mano girando hasta el perfil de un gesto de fastidio en mi rostro. Era lo último que quería hacer en ese momento.
Me quedo sin reflexión contemplativa y salgo, camino con la mente en blanco. Sin mirar. Esto transcurre con imagen y música únicamente. Un pie aprieta un pedal de freno y se escucha el sonido de los neumáticos clavándose en el asfalto (infrarrojo).

Por que no estaré atendiendo una verdulería. (Mi voz en off.) Pero estoy acá, de guardia. A partir de ese momento se acelera la edición.
Inspiro profundamente y me observo en el reflejo de los vidrios, afuera la oscuridad es absoluta. El reflejo de los vidrios siempre mejora mi aspecto.

- ¡Ya veo que no es un carajo...! - (Off)

Cruzo pasillos vacíos. Ahora abro puertas hacia la zona que ingresan las urgencias.

-¡Y si se muere..., se muere! - Me conformo, y me pongo guantes de látex en las manos. La cámara me sigue, me persigue.
Advierto sobre las cabezas el alboroto que ya armó la noticia. Varios curiosos se asoman hacia afuera, miran en dirección a la calle.

Había aprendido que las batallas morales se libran a solas, secretamente e involuntariamente, desde que era practicante repetía los mismos ejercicios de autocontrol.
Las puertas vaivén que dan al estacionamiento de ambulancias estaban abiertas, y trabadas.

En los brazos de un hombre joven, conmovido, asustado y dantescamente ensangrentado, ingresa una mujer. Él no se deja ayudar por los camilleros. Plano abierto. Todos corren.
Veo la palidez de la muerte en la piel de su rostro entre el pelo negro. La cámara se acerca hasta esa transparencia azulada. La boca abierta busca aire. No le descubro ningún movimiento.
Los brazos sin ofrecer resistencia cuelgan péndulos, chocan con todo lo que se les interpone en su ir y venir, son los torpes meneos de un muñeco. La edición se detiene a una cámara lenta que se repite dos veces, dos golpes de los brazos sin control.
La veo sola en el tumulto. Tan sola como yo, navegando por el mismo sonido. La banda de sonido solo ofrece silencio, lo que es perturbador. El montaje de una fotografía muestra el rostro congelado de quien la ingresó en sus brazos.
La dejan sobre la camilla en medio de gritos, apuro y torpeza.

El pecho de la mujer es una explosión de sangre, de ropa manchada, quemada con pólvora, de coágulos que se deslizan y caen al suelo.
Alguien los pisa, pisa la sangre, un zapato de gruesa suela blanca se apoya sobre el charco de sangre y resbala.
Todo es rojo. El aliento es fétido y rojo. Vomita ahogando una queja, un gemido también rojo. Las gotas salpican y la imagen se funde al rojo hasta que me saco los anteojos y alguien los limpia y me los vuelve a colocar.
La aspiro. Introduzco la cánula del aspirador en la boca. Tose. El olor de la sangre inunda el aire. Vuelan gotas rojas que se editan muy lentamente. La examino. Una tijera corta la tela empapada y roja.
Mis guantes están rojos y húmedos. Van cesando los gritos. La cámara se aleja hacia el cenit. Se encuadra el rostro del hombre que la trajo, en otro ambiente, la luz azul que gira sobre la ambulancia se le refleja en los ojos. Dice que fue un accidente. Luego mira hacia el suelo. Es el marido, dice alguien.

Plano a pantalla completa que se aleja de un orificio de cinco centímetros de diámetro en el lado derecho del tórax sobre la mama, rodeado de piel quemada y pequeñas heridas puntiformes, sopla sincrónicamente y un borbotón de sangre espumosa sale en cada inspiración. Es el orificio de entrada del disparo.
Aprieto contra él un apósito de gasas y algodón, dejándolo tapado. Desaparece el ruido.
Mis dedos registran un débil pulso radial y el aire solo entra en el lado izquierdo del tórax. Del otro lado no escucho nada.

- ¡Le ponemos dos buenas vías... a chorro...!, la vamos agrupando, pasamos por rayos, quiero una placa de tórax y la llevamos...¡rápido a quirófano...!

El punteo de Metallica ahora sube, sube. Tapa todo los sonidos.



La mujer mueve la cabeza hacia los costados, como diciendo que no. La camilla corre por los pasillos perseguida por la cámara en mano que sube y baja. Las ruedas de goma dejan una marca roja en cada giro y la cámara lo ve, y se fija en una de las manchas.

- El que disparo el arma fue el marido. – En off.

- Era el flaco que la traía alzada, él jura que era un cartucho cargado con sal gruesa. – Ahora la voz es más lejana. Casi inaudible.

El murmullo del ingreso a la Guardia quedó atrás. En los quirófanos el aire acondicionado funciona. Una buena. El silencio nuevamente acompaña el ritual.
Termino de cambiarme.

- ¡Con sal las pelotas!

En la placa radiográfica, que miro a trasluz contra los fluorescentes del techo se ven los perdigones metálicos amontonados en la base del hemitorax derecho.
El diafragma, de ese lado, está exageradamente elevado.

- Le dió en la base del pulmón y al hígado, ¿no se si no toca el pedículo?

Suspiro mirando hacia el quirófano “A”. La paciente ya está adentro. Me apuro.

- No le tiró errar, ni quiso hacerle una joda... (Una voz en off se queja de que los pantalones que le dieron no le entran.)

- ¡Chicos está muy hipotensa! - Grita la petisa, embarazada de seis meses.

- ¡Por que no apuramos el trámite...!

La tenía intubada. El tubo endotraqueal transparente, ahora es rojo, manchado por la sangre. La cámara sigue el tubo hasta su conexión con el respirador.

El apósito que cubre el chumbazo es blanco solo en los bordes. Unas manos rápidas le colocan otro arriba que fijan con una cinta adhesiva. Al nuevo apósito lentamente le crece una escarapela roja en el centro.
La ceremonia de vestirse dura segundos. Cuando ya está en posición de toracotomía, asegurada a la camilla y con los campos quirúrgicos puestos, escucho:

- ¡Che...!, la tengo sin presión, no le encuentro pulso ... ¿fijate vos si hay latido...?

Se descubre en el ambiente y en el plano de los rostros, ahora tapados por los barbijos el rumor inequívoco, de la parca volando.
Todos lo perciben. La luz de la scialitica brilla y de vez en cuando se deja ver algún detalle, imágenes intercaladas.

- ¡Plata o mierda...! – Pienso en off.

La pared que no sangra al abordarla. El humo del electrobituri. No sé si operamos bien, pero operamos rápido. Digo y queda dentro del barbijo. El separador que abre sus dientes plateados, las costillas que se separan. Los coágulos recién formados en la cavidad pleural.

- ¡Aspiramos...!¡ aspiramos...!

Un clamps vascular se cierra en la zona inferior del pedículo pulmonar y para un chorro de sangre grueso como un dedo. Aprieto varias compresas de gasa sobre el diafragma que es un colador.

- Lavamos...,¡ ligadura...!

La cara superior del hígado es un puré de coágulos y perdigones. Encuentro el taco del cartucho entre ese paté sangrante, lo saco entre los dedos. La cámara sigue la acción.

- ¿Y como estamos...?

- ¡Igual...! – Suena del otro lado, fuera de campo y el silencio es ahora molesto.

- ¡Pero latido tiene...!

Me conformo y la cámara me busca. Veía al bobo moverse locamente, siguiendo la vida.

- Creo que paramos la canilla, por lo menos… lo más importante, ¿o no...?

- Si, ... sangrado activo no veo...

Dice Esteban, apretando la punta del aspirador contra una compresa de gasa y son los ojos de él los que aparecen en todo el tamaño del monitor. Los ojos casi transparentes y las patillas blancas de mi ayudante. La sangre y el Haemacel, se intercalan goteando a mil en un plano primerísimo.
Seguimos.

- ¡Aunque no lo puedas creer...! estamos con una presión hermosa...

Grita ahora la Petisa, todavía con la pera de goma del tensiómetro apretada en una mano y sacándose el estetoscopio con la otra. Buena escena dice alguien al editar, acá se reinicia la música, justo cuando termina de hablar la anestesista. Okey poné “wind of change” muy suave.
La unidad de filmación son dos personas y no usan luces, esto les da la gran movilidad. Deben usar la apertura siempre al máximo. Comentan.


(Escena en consultorio médico sin ventanas, con un escritorio con dos sillas y una camilla tapizada de cuerina negra como únicos muebles.)

Junio avanza con su color de frío y de barro sobre la Comarca. Para variar todavía no habíamos cobrado el sueldo. En el consultorio se huele el paso de dieciséis pacientes. Y en mi cabeza también.

- Queda una señora solamente, ¡no hay nadie más...! - Dice la enfermera, con una sonrisa como para aliviarme.

Cámara fija detrás de mí, por la puerta abierta aparece una mujer. Humildemente vestida de oscuro, el pelo casi blanco acomodado en un rodete. Con un monedero de plástico agarrado en las dos manos y apoyado sobre el abdomen. Mira hacia el piso al caminar.
Cuando llega frente al escritorio, saca una de las manos del monedero y la tiende hacia donde yo estoy sentado. Me alargo sin dejar la silla y le alcanzo la mano. Me parece pequeña y helada.
Se sienta lentamente y nos quedamos mirando. En la edición se usa solo un plano largo del rostro de ella, con muy buena definición de sus facciones.

- Yo soy la mamá de Rosa... - Me dice.

- De Rosita, usted la operó de un tiro que le pegó el marido, ¡en el verano...! – Agrega, cuando le pongo cara de no saber de quien habla.

- Siii..., anda muy bien,¡ la vi hace unos días...!

Me relajo. Era la última paciente del consultorio, y mis ganas de rajarme más que evidentes.

- Vino a hacerse un control hace unos días..., por suerte tubo una muy buena evolución...! - Asiento.

- ¡No..., por suerte no! – Me corta terminante.

Usted a mi no me conoce..., por que yo en ese momento no quise venir al hospital...- Dice y suspira.

- Cuando ella estaba en Terapia..., usted habló solo con las hermanas..., mis otras hijas, que son las más grandes..., ¡Rosita es la más chica...! - No deja de mirarme a los ojos, ni suelta el monedero.

- Yo cuando esto pasó..., no estaba acá, con mi marido somos pastores de la iglesia Evangélica y habíamos viajado a una reunión a Valcheta.

Continúa mirándome como sin verme. Dos cámaras fijas muestran plano a plano mi rostro y el de ella siguiendo el dialogo.

- Nos avisaron por teléfono..., no me dijeron bien que había pasado..., pero yo sabia que a mi hija le pasaba algo muy grave, ...que estaba en un momento muy difícil, ...nos vinimos en el colectivo de la noche, ...y en el viaje presentí que no la iba ver más viva... - Levanta apenas el mentón en un suspiro.

- ¡Créame doctor, presentí la muerte...!

La escucho sin hacer un gesto.

- Bueno..., sin dudas fue un momento muy difícil..., por suerte llegó a tiempo..., la trajeron rápido...! , y también por suerte tenemos un equipo quirúrgico muy bien entrenado...!

Agrego como para decir algo.

- ¡No doctor...!, y perdóneme por lo que le voy a decir..., pero no fue por suerte...

Se la ve conmovida.

- ¡En ese momento... ! - Se hace un silencio.

- Cuando tubo que decidir y...hacer lo que tubo que hacer con mi hija, ... ¡usted no estaba solo...!

No imagino la expresión de mi cara. Me quedo esperando lo que sigue.

- ¿Sabe una cosa doctor...?, yo no se si usted es creyente..., le voy a estar eternamente agradecido, pero no se si cree en cosas superiores... que no son milagros, pero ocurren...

Del otro lado del escritorio la sigo con las manos apoyadas en los labios, frotándolos.

- ¡Pero en ese momento...! - Continua.

- Cuando tubo que actuar para operar a mi hija..., ¡cuando hizo lo que usted dice que tenia que hacer...!

Suspira enérgicamente.

- ¡Justo en ese momento...!, ni antes, ni después..., en sus manos, para traerla de nuevo a la vida..., ¡ estaba... Dios!

No me sale decir una palabra, me apoyo con fuerza en el respaldo de la silla y siento que me corre una caricia fría por la espalda y que sube hasta el cuello, hasta la nuca, y me aprieta, y a ojos en un plano primerísimo me los cubre una lágrima, una gota transparente, repentina, que me hace parpadear.
La cámara se eleva y se aleja desde el plano de la anciana, pasa sobre mi y sigue hacia atrás por la puerta que se abre, recorre los pasillos hasta las puertas abiertas de la Guardia y pasa entre gente en movimiento, supera volando los canteros con césped, y sube, pasa los árboles, los techos y desde muy alto la imagen se congela mostrando el hospital que se lo ve muy pequeño y a lo lejos el río.

(2010)