viernes, marzo 24, 2006

La llegada

En los gritos, en las órdenes de desembarco, en medio del ruido de las olas al romper y el ruido del agua al clavar los remos. En los mandatos terminantes, en las advertencias, en los chillidos sumándose al sonido de la madera golpeada por un mar transparente y cálido.
En las gracias a su dios, en las bendiciones, en las plegarias, las homilías y la emoción de pisar tierra firme.
Tierra nueva.

En medio del sonido de chocar los metales de las armas y estandartes que los identifican, entre el viento suave sobre una playa desierta, entre el crujido de la arena blanca al hundirse bajo las pisadas de botas extrañas. Y al hundirse bajo pies desnudos, y rodillas que se hincan con fuerza y manos que también se hunden en la misma arena y la aprietan -a esa arena- con puños crispados.
Puños de manos que vienen del otro lado del océano.
En las voces que rezan con alegría y locura, en el llanto, en el clamor de las arengas, en las exclamaciones de sorpresa por tanta belleza. Ante esas criaturas, esas aves multicolores y esos seres extraños que corren desnudos, ante el verde infinito de la selva, ante el salvaje azul pleno de los cielos que miran agradeciendo.
En las advertencias de su poder, en los alaridos del ataque, de ataque impune a indefensos o inadvertidos.
En las decisiones para matar sin culpa, sin lastima, bajo la mirada de su único dios, que les lava esa culpa con solo hablarle a una cruz, esos palos cruzados que acarrean hombres vestidos con sotanas.
En los sermones, que autorizan la espada, que dicen no matas un humano cuando matas a uno de ellos. No tienen alma, son una excrecencia de la naturaleza.
En el pensamiento famélico, agotado por la travesía. En la prédica de la ambición. En la intolerancia. En las ordenes de sometimiento, de ejecución, de falta de respeto. De indiferencia.

Y las palabras de su ambición en esta fantasía, se mezclan con este aire, que es el tiempo real, en gritados derroteros hacia también, este azar de tierras calientes.
A este Sur.

Y se agregan al titubeo de no poder describir estas, las pampas infinitas, con cielos de insoportable azul y altísimo.
Con noches donde la bóveda cribada de estrellas lo abarca todo, y muestra los cuatro puntos cardinales a la vez.
Y descubren los puntos centelleantes de los astros juntarse con el suelo, tocar la tierra, como si brotaran del suelo mismo en un oculto horizonte de estallidos, de resplandores de nacimiento.

Así, así nos llegó el idioma.

Y buscaron dentro de él, buscaron las palabras para interpretar las lejanías.
Y el idioma discutió, la nunca vista y perfecta desnudez de la intemperie. Y se fue animando en mediterraneas avanzadas marcadas por el humo, por la sangre manchando sus armas, por la masacre.
Y sintió que allí estaban todos sus sueños encerrados.
Y se quedó.


(2006)

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