viernes, junio 10, 2005

El llamador



El Ñato era llamador del ferrocarril.
Esto antes, cuando por el pueblo pasaba un tren de pasajeros por día, ida y vuelta de Buenos Aires a Bariloche, y varios cargas, y la trocha salía también casi todos los días.

Era llamador de los maquinistas, él iba a las colonias de los empleados a avisarles que tenían que salir a trabajar, que estaba entrando el que venía de Constitución a horario, o que salía “la angosta” para Cerro Mesa.

Y sí, los maquinistas no tenían teléfono y las calles no estaban asfaltadas como ahora, pero el Ñato tenía una bicicleta espectacular y la cuidaba más que a la hermana.
Y a cualquier hora lo podías ver pedaleando en el ripio su bicicletón, con la gorrita azul de visera negra metida hasta las orejas encarando el viento como un quijote patagonico.

Ahora se sienta en la mesita del Club y no dice nada, puede estar horas así.
Callado.
Callado, mirando por la ventana, o mirando como juegan al rumy sin que le salga una sola palabra. Aceptando algún cinzano, que toma a pequeños tragos espaciados.

- Que habrán hecho con los vagones – Dice el Ñato, hablando solo -, y con las máquinas?, mirá que había...?

- Cuando pasabas por los andenes de la estación no podías ver el otro lado del pueblo, por la cantidad de vagones que había en la playa de maniobras...

- Ahora es un desierto, ni los galpones quedaron...!


Y vuelve a sus silencios, y se toma un traguito, y los ojos le quedan como preguntando.
Alguno cuando termina de orejear los naipes, desde una mesa lo mira. Y el Ñato le hace esa señal del “no sé”, elevando los hombros y sacando un poco para afuera un carnoso labio inferior.
Y se pasa la mano por los ojos, apretándolos. Le preguntan:

- Que te pasa Ñato?

- Nada.
Dice.

Y es como si adentro le nadara algo.

A él lo habían hecho peronista en la estación. Todos los ferroviarios viejos, orgullosos de laburar en la empresa que el General le nacionalizó a los ingleses, eran peronchos.
Salvo algún radical amargado.
Por eso siempre decían: Nosotros somos todos compañeros. Y lo hicieron peronista de chico, apenas comenzó a trabajar.

A veces los pibes que jugaban al metegol le gritaban: Ñato cantáte la marcha, y el Ñato arrancaba con la marchita. No la sabía toda, pero cuando los convites de cinzanos se sumaban se llegaba a parar arriba de la silla para levantar la voz lo más que podía, para decir:

- Perón, Perón que grande sós...!

Hasta que alguno de las mesas lo miraba con cara de culo, y le decía parála un poquito, y con la palma de la mano le hacia como que bajara.
Y el Ñato bajaba, y seguía sentado mirando por la ventana.

Ahora sigue atropellando las calles con la bicicleta, ya no se parece tanto al quijote.
Le creció la panza, y le cuesta bastante pedalear en contra del viento. Y la bici tampoco es la misma, a pesar de cómo la cuida.

- A todos esos habría que meterlos en cana
– Dice -, a los que se robaron todo el ferrocarril de a pedazos...

- Alguno sabe donde están los vagones del Roca -
Pregunta -, quien se quedó con las pilas de rieles, quien agarró la guita de la fundición de todo eso?

- Decí que yo soy un ignorante
– Agrega -, y nadie me va a hacer caso, pero tendrían que estar en cana...!

Y sale del Club, se pone un broche en la bocamanga del pantalón para que no se lo muerda la cadena cuando pasa por la corona.
Y se va pedaleando despacio, ahora cada día pedalea más despacio.
Y pasa por las colonias donde el iba a llamar a los maquinistas, y le da pena el abandono. Los paredones que se caen, los alambrados que ya tiró el viento.
Y cruza el ferrocarril, y se imagina que va esquivando vagones, charcos de petróleo, escuchando el ruido de las maquinas en los talleres, las boleterías abiertas con gente amontonada en las ventanillas, los camiones atracados bajando mercadería.

Se imagina, y sonríe, y pedalea con más ganas. Y cuando pasa sobre las vías del grande, mira para el lado de Bariloche.
Por instinto.
Por las dudas que venga el tren.

(2005)

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