miércoles, abril 02, 2008

Ibarrita






El mar es una bestia temblorosa y marrón que late y se enfurece. A veces se calma y es una línea dormida.
Esto pasa en los días celestes del verano.
Ellos, los pocos pescadores que se sientan a mirarlo presienten que puede estallar. Lo imaginan.
Solo yo se el secreto de esos movimientos, de ese giro que hace el agua y del esqueleto negro de la barcaza que aparece en ese pozo, en ese hueco que forman la olas al girar evitando el agua verde del río que sale.


Me siento al reparo de la primera duna, la más alta. Busco desolación, sonido de viento, y estar solo y reseco. Busco intemperie.
El esqueleto negro del casco de madera aparece unos segundos, el tiempo suficiente para que una gaviota lo sobrevuele y lo toque con las patas (o el pico), trate de pararse sobre él, y luego la bestia marrón del mar temblando lo cubra.

Y la gaviota aletea con fuerza y sale del abismo de agua que revienta al cerrarse.


Algunas lanchas que entran al río cuando cae la tarde pasan sobre los restos del naufragio pero no ven nada. Ningún cambio en el agua.
Y yo se que es hora de dejar mi lugar en la duna y caminar enterrándome en la arena floja hasta el boliche.
Con el mar planchado y luna nueva espero un rato más, lo que dura un cigarro (o dos) con los ojos clavados en la línea donde el brillo del agua se ondula y me dice que es mar y que es cielo.
Espero ver el cadáver negro de madera y la bestia que tiembla a su alrededor y se traga a los ahogados.


El boliche me ampara del viento, pero igual lo siento golpear y correr por la playa.
El Flaco le da bomba al Petromax, la luz crece y la mugre resalta entre las sombras. Me sirve en silencio y el líquido transparente brilla en el vaso.

– Encontré huellas en la playa que vienen desde el mar, marcas de pasos, de rodillas y de manos. Como si alguien se arrastrara...

El Flaco se sirve. El pucho armado es como un dedo más de su mano, es un dedo humeante. Y toma de un sorbo.
Tiene el pelo largo y blanco a no ser por unos mechones amarillentos, del color de la nicotina.
Está tocado por el insomnio y al que lo toca –dicen- siente que el mundo es irreal, que es difícil acariciar algo, sentir y uno cree que las cosas lo esquivan. Solo busca dormir y el rostro mientras busca le va reventando en arrugas y párpados caídos. Pero no habla del sueño.

– Por donde? En la desembocadura?

Acerca un plato con galletas y acarrea un grupo de migas con el canto de la mano sobre el mostrador, hasta hacer una pequeña pila. Una bocanada de humo le esconde la cara.

– Serán los ahogados que siguen saliendo?

Va hasta la estufa y abre la tapa con un palo que juntó del suelo, revuelve las brasas y deja el palo de leña entre ellas. Mantiene el pucho en la boca pegado a los labios.

***

Del mar solo aparece la cascada blanca del romper, lo demás es la lluvia que cae. No se ve el cielo.
El agua caída y la marea alta tapan los rastros. Ahora el choque de las aguas en la barra se adivina por el ruido. Un ruido alejado –de tormenta- o de guerra.
El Flaco vencido ronca cerca de la estufa, yo salgo a mojarme.
Camino descalzo y arremangado hasta la curva del pescadero, entre el rumor de las gotas que pegan en la arena y la bestia tranquila, rugiendo en cada avance y el soplido de mi aliento.
Mi aliento que sale en bocanadas al caminar.


Terminó de amanecer en bajante.
Cuando entro empapado al boliche el dueño bosteza y seba un mate.

– Sacáte eso!, estás calado!

Me dice, y me tiende la mano con un dedo recién encendido y el mate en la palma.

-Nunca vas a encontrar a un ahogado, solo pasan por la playa huyendo del mar. Después se los tragan las dunas.

El agua del mate me quema en la boca, hasta que trago. Afuera la lluvia suena en las chapas, adentro el Flaco le agrega kerosén al farol y habla.

- Cuentan que uno, ya hace años, se fue con un circo que pasaba.


Tose, se le inflan las arrugas y pone la tapita del tanque al Petromax. Aprieta la rosca con fuerza.

- A trabajar de jinete fantasma.

Le devuelvo el mate y el lo recibe alargando el brazo, sin mirarme. Después prende la radio, pero entre las descargas solo se escucha una voz grave que sube y baja y chillidos. La apaga soltando los cables que van a la batería.

La puerta se abre de golpe y entra Ibarrita chorreando agua –Esto no para!- dice y grita, sacándose un encerado que le cubre la cabeza y brilla mojado, después se agacha para limpiarse las alpargatas contra el marco de la puerta.

– Cerrá…, limpiate adentro!- , le grita el bolichero, puteando.

Para afuera no se veía nada.
Ibarrita se acerca a la estufa con las manos juntas y las palmas hacia abajo hasta tocar la hornalla, las gotas que le caen del pelo y explotan en pequeñas nubes de vapor al pegar contra el hierro caliente.
Estallan haciendo chissss!.
No se mueve y al rato una tenue capa de vapor lo va rodeando como un aura y se siente el olor que larga.
Una arpillera lo cubre desde los hombros a las rodillas, se la había cerrado en el cuello con un gancho hecho de alambre.

- Sacáte la arpillera hermano, no matas con el olor a pescado!

Ibarrita tiene la cabeza pequeña, muy pequeña y los ojos saltones como un muñeco que no parpadea. Más abajo alguien le clavó una sonrisa en la cara y le quedó para siempre.
Tiró la bolsa afuera, bajo el alero y nos dijo.

- Sale pejerrey eh!, mucho! Ahí nomás a la orillita!

Con su voz de payaso.
Estaba parado adentro de un charco y temblaba, el Flaco le acercó un vaso que apoyó en la salamandra y le dejo caer un poco de caña adentro, después señalo con la cabeza como diciendo –Tomá- .
Ibarrita lo empinó agrandando su sonrisa clavada.

- Me voy un rato hasta la escollera, a probar suerte en los pozones, queda algo de carnada, no?

Chupa el mate y sin largar la bombilla apretada por los dientes mueve el mentón hacia delante, mostrándome un balde.

- Si este lo dice, tiene que haber pejerrey…

Hasta tronaba cuando salí.
Fui saltando de piedra en piedra, o buscando algún grupo de conchillas para pisar y no meter las patas en los charcos o la arena hecha barro. Cerca de la orilla donde hay arena gruesa estaba firme y no me enterraba.
Al rato, mientras encarno agachado y entre la bruma el agua seguía cayendo, pasó un jinete, -una sombra-, la imagen del mancarrón y la monta eran del color de la arena mojada.
Después se perdió entre tamariscos, con rumbo al faro.



II


Entrando por esa huella que esquiva los médanos y a veces desaparece después de un viento sur, ahí nomás para el lado del mar, antes que termine el asfalto que va al caserío, se puede ver la construcción.
Es un refugio rectangular y gris hecho de bloques que en el frente dice BAR -escrito con cal- sobre agujero negro de la puerta.
Solo bar.

- Ibarrita es la errancia…

Dijo el Flaco, y yo no le entendí.
Después me habló de su ir y venir constante por la costa, por todos los recovecos que el mar va formando cuando castiga la playa o la barranca. De comer lo que el mar le da, o lo que la gente le entrega a cambio de su pesca.

- Duerme donde lo agarra la noche, y a veces desaparece como si lo tragara el océano… o los arenales.

Pita el cigarro y niega con la cabeza, e ignora sacando más afuera el labio inferior.
Yo desde la ventana lo miro a Ibarrita que sigue inmóvil sobre una piedra -en cuclillas-, montado en la caña que sostiene con ambas manos. De esta distancia no le veo la cara.

Era el atardecer y era el verano, y en la marea baja la playa estaba acribillada de pisadas.

El bolichero niega, pita y cuenta.
Una mañana de invierno con el viento castigando la costa como un maldito y volando después sobre un oleaje embravecido, se vio un humo negro subir desde las casillas de los pulperos.
Una casilla ardía en un reparo de las dunas.
Afuera, en una silla que había sacado antes de prender el fuego una mujer estaba sentada con una criatura en brazos, miraba como en humo volaba llevado por el viento y como las chapas caían gritando entre las llamas.
Adentro se quemaba Ibarra atado a la cama por su mujer, después de pegar los últimos golpes de su última borrachera.
El niño ya miraba con ojos de sorprendido.

Le costó caminar al loquito, así lo llamaban los vecinos, sobre todo cuando lo veían gatear con dificultad siguiendo los perros y reírse sin hablar, solo reírse y mirar el mar como esperando.
Si uno venía del faro por el paso, lo podía encontrar entre la paja brava, como un animal, escondido. No se dejaba ver pero el olor lo delataba.
Pulpeaba con un alambre y una lata, y comía eso, lo que le daba el mar.

-Yo no creo que sea una sonrisa lo que lleva en la cara…!, eso es alguna deformidá por las penurias que ha pasado el pibe…

Cuando se llevaron a la madre dos milicos a los que se les enterraban los borceguíes en la arena y no podían correr, trataron de agarrarlo y no pudieron.
El vio cuando se iban y no quiso llorar o no sabía.
De ahí que anda solo por la costa.

El mar, planchado y hasta aburrido, ensimismado en un silencio sin olas, golpea las rocas. Ese grupo negro de jorobas que le salen a la playa como un animal gigante muerto en la orilla.
Ibarrita es un bulto del mismo color que el agua, sostiene la caña mirando el horizonte y sonríe.
Escruta el horizonte sin ver y sonríe por que ese es un gesto definitivo en su cara.


III


Cuatro cazoneras naufragan atrapadas por un temporal ahí nomás una vez pasada la barra del río Negro, de este río que corta la patagonia norte y termina en el mar entre bancos de arena y aguas pardas, traicioneras. Casi treinta ahogados, casi treinta tragados por el mar.
Para siempre.
Ese fue el final de la flota cazonera, no volvieron a salir. Los tripulantes de las lanchas que le ganaron a las aguas no se embarcaron nuevamente, cambiaron de oficio.
Se terminó esa tarde el negocio del aceite de hígado y los dolientes, ahora, vuelven cada septiembre a este lugar de la costa. Arrojan flores al agua y lloran sus muertos.
Y el mar siguió igual, del mismo color, con el mismo sonido.

- Vos no te creas que la vida es solo cosas concretas…, la vida también es lo que uno piensa…

Si, ya lo creo le decía yo, todo ese tiempo que se está en silencio. Y el asentía subiendo y bajando el mentón, apenas.
Le pedí una ginebra buscando enjuagarme lo que sentía en la boca y el Flaco tardó en servirla, tardó y miraba ese lugar del horizonte que pasa como una línea por la ventana, donde en el fondo crecía la mancha oscura de una tormenta.

No vale la pena sufrir por alguien, el pasar de los días es solo una pesadilla y nosotros nos movemos adentro, dije.
Después alejó la botella y entre los dos solo quedo el mostrador, la copita de ginebra y nuestro silencio.
Sobre la bordaleza esconde el cuello entre las plumas y duerme la gaviota que el bolichero crío guacha desde que era un pichoncito.
Le acerque una mano buscando enojarla y el ave me tiro un picotón, abrió las alas, después saltó desde el lugar donde dormía y en un corto vuelo llegó hasta la puerta, y salió de las sombras del bar caminando hacia la playa a donde el sol pega a pique.

****


Una brisa helada enfermó la tarde.
Castigó en mi cara y mostró que desde el Sur volando sobre el agua estaba el viento.

- Mirá…!

Me dice Ibarrita y apunta con el dedo hacia el agua, señala la costa de enfrente donde los médanos avanzan mar adentro y está la baliza.
El sol que huye brilla en la arena y en los pajonales, y se refleja en algo blanco que el mar trae empujando hacia la costa.
El llegar de las olas más grandes lo sacan a la superficie y ahí es cuando resplandece. Parece una madera. Mi acompañante respira resoplando y se mete en el agua agrandando los pasos hacia el lugar que marca su brazo extendido.
No parpadea y sigue con un movimiento de su cabeza el subir y bajar del oleaje.
Al rato, una ola enorme lo saca hasta que toca el fondo de arena y vemos que es un bote. Esperamos con paciencia a que el mar lo tire, golpe a golpe, más afuera para intentar buscarlo.
Lleva pintado un nombre, Cayetana.
Busque el zaino para que cinche y con unos cabos lo sacamos de tiro cuando el agua me daba a la cintura, el loquito hacia equilibrio arriba de las maderas medio podridas de la proa, abriendo los brazos y sonriendo.
Después el bote quedó en la playa, tirado, como un muerto reciente.




****

Ya entrada la noche en el negocio del Flaco se llenó la mesa grande del centro, se acercaron sillas, se dio bomba al farol. El aire del boliche olía a carne asándose y a humo de leña encendida.
Y eso llama a tomar.
Después el ambiente se fue poblando de voces, graves voces entrecortadas por el viento que a veces se podían oír desde la playa y llegaban hasta el agua como gritos.
El hombre de pelo blanco servía los vasos con la siempre cuidada maniobra de su mano, el líquido oscuro los completaba hasta la mitad, sin golpear el vidrio. Era vino. Negro vino.
De reojo mira como la llamas queman la leña y como la carne gotea sobre las brasas.
Gasta alguna pitada en sostener los ojos fijos en las llamas.
Desde la playa la luz de las ventanas es el único brillo humano entre los médanos. Una referencia. El cielo duerme tras nubes espesas, sin mostrar estrellas.
A unos metros de la puerta, sentado en silencio sobre una cubierta de caucho, de espaldas a las luces que apenas avanzan en la arena, está Ibarrita. De cara al mar.
El mar no se ve, si se siente su rugido.
Ibarrita mantiene los ojos fijos en la oscuridad, y la gaviota duerme en uno de los bolsillos de su saco enorme, el saco mugriento que es su refugio en las noches.
Duerme tranquila, junto a él no siente peligro ni es arisca.

- Cantá algo Uruguayo..!

Y alguien acerca una guitarra a la mesa y me la deja pegada al pecho, después mi mano izquierda acomoda los dedos en un tono y la hábil puntea, en la voz me sale el canto.


Largo sol de la escollera/enfermo se oscurecía/cuando murió Pepe Matta/ alias el Pepe Corvina.

Navegaba pescador/el timón a la deriva/la nave nunca volvió/la nave no volvería.


Al muchacho sentado fuera del boliche –que mira la noche cuando cubre el océano-, la risa eterna de su cara se le exagera y los ojos le brillan con asombro cuando ve esa sombra que sale del ruido de las olas y se hace más grande.
Se agranda y torpe camina, camina hacia él, hacia el boliche y en silencio, sin dejar huellas que marquen la arena que pisa, cruza frente a Ibarrita y entra al bar del Flaco.
Y adentro es solo otra sombra que se mezcla entre quienes rodean la mesa grande y concurrida.


Una sombra lo buscó/bajo la luna amarilla/y se perdió más allá/de la noche sumergida.

Adiós Pepe pescador/ballenero fugitivo/tatuado en la soledad/anclado en el paraíso.

Y en silencio también, escuchan el último rasguear de la bordona y festejan el final con algún aplauso, algún golpe con la mano abierta sobre la mesa o empinando lo que les queda en los vasos.

****



- Solo él ve los fantasmas que salen del mar, por eso las historias comienzan con él…, con lo que él dice.

Por eso ríe, pienso.
Por eso quizá, anoche lo vi al loquito en los restos del bote abandonado hablando solo tras su sonrisa, pero como si lo hiciera con alguien.

El rumor del mar avanza por la arena, me rodea, y es un viento frío.




III





Ibarrita ese invierno se perdió entre los médanos un número desesperante de noches, de heladas noches en la costa, y guiado por su instinto descubrió vagando junto al mar, grutas y cañadones donde guarecerse.
Saboreó la pulpa fresca de la fruta de los manzanos que le crecen al desierto cerca del río como una bendición.
Atendió su hambre con la carne fresca de palomas que en bandadas recorren este extenso continente.
Vagó sin su sombra durante los días de tormenta. Se le hizo familiar el ruido de la lluvia.
Hasta que el olor del océano lo guió de regreso al lugar del incendio, a ese lugar donde había muerto su padre, y no había nada, solo unas chapas enterradas en la arena que el oxido pintó de marrón oscuro y las fue transformando en polvo, y que pronto desaparecerían.

El loquito no sabría nunca por que esa hondonada entre dunas le era familiar, él miraba ese espacio de muerte y ampliaba la sonrisa ya formada en el gesto de su rostro, y en los ojos distraídos y exageradamente abiertos se le podía encontrar flotando algún recuerdo.

****

El grito de las gaviotas, ese canto que se le cuelga al viento, lo llevó hasta la costa, hasta una playa donde dos hombres arrastraban un bote de pesca fuera de las aguas.
Dieron vuelta un tambor que sacaron con esfuerzo de la embarcación y al volcarlo se formó una pila resbaladiza y brillante de pescadillas que aún coleteaban sobre la arena.
Ansiosa la bandada se acercó al bote planeando a baja altura, gritando y dejándose sostener con las alas abiertas por el viento.
Ibarrita se sentó a unos metros de los pescadores que diestramente evisceraban y decapitaban su cosecha arrojando los restos al agua que llegaba ola tras ola.
El grupo de aves lo fue rodeando, sin temerle, cual si fuera uno más de la bandada.

Al abandonar la playa los hombres que solo hablaban entre ellos, dejaron en las manos supinas del loquito dos peces limpios.
Él les sonrió agradeciendo.
Una de las gaviotas caminó hasta el muchacho sentado y de un salto se paró en su rodilla haciendo equilibrio con un aleteo.
Ibarrita le ofreció una cabeza de pescadilla y el ave de un picotazo vació el ojo siempre abierto del pescado.

****

La mujer caminó con dificultad la distancia que separa la puerta de entrada y el mostrador del boliche. El aire esta mezclado aun en vahos de alcoholes y ese olor penetrante que dejan los pescadores al comer.
Se desplaza ayudada por una rama de sauce que usa de bastón, le faltan los dedos de un pie que lleva envuelto por una media de lana y calzado en una alpargata.
El otro parece entero y en el se apoya para avanzar.

Seducida al principio por el ave parada sobre el tonel de madera, se entrega al silencio de observarla sin moverse, luego se atreve a acercarse para ver mejor y la gaviota cambia de posición la cabeza, en un único movimiento la enfrenta con el pico amarillo y brillante.
La mujer se planta en misteriosa actitud de ritual, sin notarse en ella algún gesto.
Viste ropas negras y gastadas. Le cubre la cabeza un pañuelo blanco atado bajo el mentón.
Tiene rostro, porte y maneras de campesina.
Queda parada a cierta distancia del ave. No la toca, como pretenden hacerlo tantos parroquianos que llegan a la costa. No intenta tantearle con la mano su cabeza esquiva, ni acariciar la lisura perfecta del plumaje.
El ave vuelve su cabeza, indiferente, y la mujer busca una silla donde derrumbarse.
El Flaco le ofrece agua fresca que deja junto a ella en la mesa.
Bebe usando las dos manos para sostener el jarro y agradece con una voz gastada. Sombría.
El bolichero corresponde con una leve inclinación del cuerpo.

****

Junté hojas y ramas de tamariscos secos que el viento amontonó en los reparos de atrás del boliche.
Ibarrita me ayudaba con las manos sin hablarme, le di el rastrillo y él termino de hacer la pila, dejando alrededor solo la arena surcada por los dientes de la herramienta.

- Prendéme…!

Me dijo, y le encendí un papel arrugado que venia retorciendo entre las manos. Lo puso rápidamente bajo la parva de yuyos y ramas secas, y se alejo hasta quedar a mi lado.
Creció una pequeña nube blanca desde el fondo de las ramas, el humo creció hasta jugar por todos los rincones del patio y ahí fue cuando estallaron las llamas y el calor rojo amarillo de sus múltiples lenguas nos llego a la piel.
El muchacho estiro el cuello y busco con la nariz el humo que fue desapareciendo.

- Te gusta el humo? Le dije.

Y me contesto que si, sonriendo y moviendo la cabeza muy rápido de arriba hacia abajo.
Las llamas con pequeñas explosiones se fueron terminando, con el rastrillo le agregaba los restos de ramitas que quedaban en los bordes y el fuego crecía de nuevo, pero con menos fuerza, hasta ser solo cenizas.
Después se sentó a mi lado, se refregó los ojos y miró seriamente como prendía un cigarro.

****

- Ese es el pibe mío?, preguntó la mujer al bolichero mirando por la ventana.

Así, comenzada la charla, el Flaco se enteró por boca de la viuda lo que pasó en la casilla esa madrugada maldita en que murió Ibarra.

- Él mismo le dijo a la mujer que lo atara a la cama y quemara el rancho…

Y en el rostro a mi amigo le fueron reventando todas las arrugas, y en el rostro le crecen las sombras y las noches en vela y la piel es del color del pucho que está armando hasta que moja con su lengua roja el borde del papel, prolijamente moja el papel con el que termina de envolver el tabaco y lo queda sobando entre cuatro dedos, dándole forma, con las manos juntas.
Lo mira, lo lleva a sus labios entreabiertos -que lo aprietan apenas- y lo enciende luego del estallido del fósforo que explota entre sus dedos cuando golpea contra su palma, donde esconde la caja.

- Ella, confesó aquí, tomando agua.., antes de irse!

El Flaco contaría muchas veces esta historia, repitiendo la misma afirmación, los clientes habituales o la gente que anda de paso sabrían el tono justo con que él escuchó la confesión de la asesina, repitiendo lo que él sentía.

- Nadie le creyó.

El inmóvil frío del mar, afuera, escarchaba con algún instrumento silencioso los charcos que quedan en la sombra y la arena mojada.
Esa noche se nos mezcló el insomnio y quedamos solos con la lámpara de querosén encendida mientras un silencio inmenso cubría los cielos, la tierra y las aguas. El boliche débilmente alumbrado, permanecía como un animal descansando en la playa.

- Me dijo que lo tenía adentro y que de esa forma todo terminaría.

Tomé un sorbo y lo interrogué entrecerrando los ojos.

- Que tenía el diablo adentro, y ella le creyó…!

Dijo el Flaco y la puerta retumbó con los golpes de alguien llamando, se nos heló la sangre, pero fui a abrir con la lámpara en la mano, mi compañero de bebida manoteó un palo y me miro caminar hasta la entrada.
Corrí el pasador y el portón de madera se abrió solo empujado por el viento, atrás estaba Ibarrita, sonriendo.

(Dedicado a mi amigo Raúl Artola)
(2008)

3 comentarios:

alejandro aguado dijo...

Estimado Carlos Mercapile
Muchas gracias por dejar un comentario en el blog dedicado a mis historietas (http://comicsaguado.blogspot.com). Me alegra que le hayan gustado. En su blog alcancé a leer con detenimiento el relato Ibarrita. Realmente excelente, una gran historia y escrita que da gusto, con una prosa ágil y poética. De a poco voy a seguir leyendo sus relatos, que realmente me engancharon y mucho. Respiran Patagonia, se nota que escribe con conocimiento del tema y eso los torna más atractivos. Voy a pasarle la dirección de su blog a colegas escritores de esta región (Patagonia central), que seguro se van a sentir identificados con su trabajo.
Un abrazo y felicitaciones por su trabajo.
Alejandro Aguado

saraeliana dijo...

Has dos rasgos de tu prosa que me gusta destacar: la caracterizaci�n de los personajes que protagonizan tus relatos o tus poes�as, y la construcci�n gramatical, que le imprime al relato un ritmo muy particular.

La caracterizaci�n tan particular de los personajes se debe, a mi entender, a un conocimiento de los mismos que va mucho m�s all� de la mera observaci�n para la descripci�n. Lo que se expresa es una profunda comprensi�n del individuo en cuesti�n, sus palabras y sus silencios, sus gestos y actitudes en toda su dimensi�n. Es comprender la idiosincracia de las personas de un lugar por haber vivido entre ellas; pero en este caso, ese "haber vivido entre ellas" no se limita simplemente a verlas pasar todos los d�as, sino a haberlas comprendido, respetado ... amado, como seres humanos que el destino le puso a uno cerca, y con los que se siente consustanciado.

La gram�tica, que incluye oraciones cortas, muchas veces fragmentando trozos de otras oraciones colindantes, da cuenta del habla de esos personajes que se describen, propios de una regi�n, en este caso, la patagonia.

Felicitaciones, y afectuosos saludos

sara eliana

www.saraeliana.com.ar

Anónimo dijo...

Hola, como va?, muy buen Blog, voy a seguir pasando, cuando quieras pasate por el mio, Saludos!! que andes bien


Luis