martes, marzo 04, 2008

Una mujer desnuda en el Sur de Tenerife


Ahora sin verlo, en el recuerdo,
en la tarde tajeada por el sol,
el mar se aparecía temible y azul, y en lo distante, en lo lejano,
ese azul se perdía dentro de sus ojos,
de mirarlo.

Y en el pelo,
en la grácil catarata desprovista de colores (que goteaba emergida),
se apoyaba la arena,
que es agua ausente,
y es un silencio (para siempre).
La plena concepción del azabache.

La ausencia (esa suerte de agujero en la materia),
era el negro.
De su pelo rezumante, recién empapado,
y el dibujo del viento en el agua.
(y la Calima,
el polvo del Sahara, suspendido sobre el mar.
Como niebla)
Coronando el espacio ligero, sutil de la cara,
Y los ojazos.

Los restos de la luna le caían al barranco,
la edad nos llovía sin mojarnos.
La niña jugaba en el desierto.

El mar,
el miedo del azul, es como el cielo.
Pero abajo.


Y de pronto,
a duras penas, en la sed que quema,
hoscamente en el fondo (el oleum pretiosum se impregna de esmeralda).


Transitando la piedra,
en el pómulo rudo del que se aleja,
doliéndole el color de la piel calcinada.
Se marcha el forastero.
La perra soledad se meterá en su lecho,
se encarnará en su lengua.

Y es un solo hombre.
Hoy sin amigos (los que lo esperan cuando cruza mundo).
No se que formas extraña,
que formas le duelen en las manos,
que ceremonias ya no necesita,
las lleva grabadas.

Un hombre solo, (ahí va, con sus pobres huesos).

Quiere estar de una vez en el día siguiente.